PARTE 2 TUMBAS DESPIERTAS

18 4 0
                                    

12 de Diciembre de 1977

Monasterio Madre Inmaculada / Burgos, España

El joven Jack Brown de 24 años, caminaba por los pasajes del Monasterio. Le encantaba leer la palabra de Dios mientras recorría el lugar.

Él era uno de los más jóvenes aspirantes a sacerdote. Se formaba para cumplir el sueño que tanto anhelaba desde niño.

Esa mañana, dos novicias y un sacerdote de nombre Antonio Baleares, entraron nerviosamente al Monasterio, mientras trasladaban a alguien en brazos. Estaba cubierto con una sábana blanca empapada de sangre. Subieron las escaleras, e ingresaron a una habitación que solo contenía una pequeña cama con algunos enceres, y un rosario colgado en la pared.

Jack guardó la biblia en una pequeña escarcela que colgaba de su hombro, y subió lentamente. Necesitaba ver que estaba sucediendo. Los gritos de las monjas se percibían claramente. Era indudable que algo muy malo ocurría.

El joven se acercó lentamente a la puerta, tratando de no dar indicios de su presencia. Se asomó sutilmente, y observó el fatídico escenario. Un monaguillo de nombre Jesús Palencia de 16 años, se encontraba sobre la cama con sus ojos abiertos, y su vestidura cubierta con manchas de sangre. Las novicias lloraban sin parar, y el sacerdote oraba incansablemente.

Jack no podía dejar de verlo. En sus ojos se reflejaba el cadáver sin vida del joven, y lograba sentir como la muerte envolvía el sitio rápidamente.

Unos segundos después, el padre abrió sus ojos y volteó hacia la puerta. Ahí vio a Jack completamente petrificado.

—Jack; ¿qué haces aquí? —preguntó el sacerdote Baleares.

—Yo... ¿él está...? —dijo Jack, tartamudeando.

—Luego hablaré con vosotras —dijo el padre, observando a las novicias con rostro de enfado.

El padre Baleares estaba molesto, debido a que ninguna de las novicias cerró la puerta.

—Jack; ven conmigo —dijo el sacerdote, cerrando la puerta y tomando a Jack de su brazo izquierdo.

Luego, ambos bajaron hacia el jardín del Monasterio.

—Escúchame bien, hijo. Es una tragedia lo que ha sucedido. Nadie debe enterarse de que permitimos que vieras algo así.

—¿Qué le sucedió a Jesús?

—¡Ven! —exclamó, mientras lo llevaba a un sitio más discreto—. No debería contarte esto, pero siento que estaría faltando a mis hábitos si no lo hago. Odio las mentiras, y más aún los secretos.

—No diré nada. Aún no soy sacerdote. Puedo guardar secretos.

—No deberías. Pero por esta vez, tienes permitido hacerlo.

Jack asintió.

—A Jesús lo asesinaron.

—¿Qué? ¿Quién mataría a un Monaguillo?

—No hables en ese tono.

—Discúlpeme, padre.

—Lo encontramos en el lago sobre unas rocas.

—¿No sabe quién lo hizo?

—Sospechamos de unos chicos que lo molestaban siempre por sus hábitos religiosos —dijo, mientras se secaba el sudor de su frente—. Lo acuchillaron en el pecho y en su abdomen.

—¡Dios santo! Son unos monstruos.

—Sí, Jack. Ya sabes cómo puede actuar la sociedad criminal.

—No lo puedo creer —dijo Jack, abrazando la escarcela donde guardaba su biblia—. ¿Qué van a hacer con el cuerpo?

—Vamos a sepultarlo en el Cementerio de Burgos.

—¿En el Cementerio de Burgos? Pero ese lugar tiene algunas historias...

—No creas en eso, Jack. Solo nuestro señor tiene el poder. El demonio no tiene poderío sobre la iglesia. Además, Jesús era un chico de Dios.

—¡Cierto! Disculpe de nuevo, padre.

—Por favor, no comentes nada —dijo el padre dando unas palmadas al hombro de Jack—, tengo que retirarme. Que Dios te bendiga, hijo.

El sacerdote subió nuevamente al segundo piso. Jack quedó afligido en el lugar. Una lágrima emergió, mientras sus ojos se perdían en la inmensidad del Monasterio.

...

Al día siguiente, el cuerpo del Monaguillo Jesús Palencia, fue trasladado al cementerio. Su madre: Laura María Fernández de Palencia, lloraba desconsoladamente sobre el ataúd, mientras el sacerdote recitaba unas palabras:

—Jesús Palencia fue un joven como ningún otro. Buen amigo, excelente compañero, y de gran corazón. Su partida fue inesperada. Jamás pensamos que nos abandonaría tan pronto; pero así son los designios de nuestro señor. Él lo necesita allá arriba para formarlo como un miembro de su legión de ángeles. Descansa en paz, Jesús. Siempre serás recordado con amor.

—¡NOOO! MI HIJO. NO TE PUEDES IR, JESÚS. ERES MI VIDA ENTERA —Gritaba Laura, desconsoladamente.

Jack observaba todo el escenario, y sentía una gran tristeza. Tenía ganas de gritar. No era posible que sus ojos habían presenciado algo tan atroz.

Detrás de un árbol, a 20 metros del sepelio, se encontraba Francisco Javier Alonso de 18 años. Un joven caucásico, de cabello claro, y ojos pardos. Él era el autor material del crimen. Había acuchillado a Jesús a consecuencia de su odio por la iglesia. Años atrás, mantuvo una buena relación de amistad con el joven; pero luego de enterarse de su vocación, se llenó de odio, y lo atacaba en reiteradas ocasiones. Francisco no tenía límites, sin embargo, se sentía culpable.

—Padre... siento una inmensa ira en mi interior. Es injusto lo que le sucedió a Jesús. No lo merecía —dijo Jack, acercándose al sacerdote.

El padre lo tomó de los hombros, y le habló en voz baja:

—Nadie merece una muerte así, Jack. Pero hay cosas que jamás entenderemos. Que sea Dios quien juzgue a ese homicida. Ahora dejemos que descanse en paz.

—Jack caminó con el padre, y así salieron del cementerio.

En cuanto todos se fueron, Francisco se acercó a la tumba de Jesús. Tomó una flor marchita de otro sepulcro, y la colocó sobre la tierra.

—Lamento lo que hice, Jesús. Pero... volvería a matarte si fuera necesario. Prefiero verte ahí, que convertido en... eso.

Francisco se retiró del sepulcro. De pronto, escuchó un ruido detrás de él. Un fuerte golpe que provenía de la tumba de Jesús.

—¿Pero qué demonios fue eso? —se preguntó a sí mismo.

Luego, notó que la flor que había colocado sobre la tierra, había desaparecido.

—¡Me voy de aquí! No me gustan estos sitios. Hasta nunca, Jesús.

El cielo se nubló repentinamente, y la lluvia no se hizo esperar. Las enormes gotas caían sobre la tumba del infortunado joven, como un fuerte rocío del cielo. Luego, la tierra empezó a moverse. Parecía respirar por sí sola. El ruido de la madera se percibía desde el exterior, como un sonido leve, pero rechinante. La lluvia cesó muy rápido, y del suelo comenzaron a salir enormes coágulos de sangre, que inundaron el espacio donde se hallaba el sepulcro del difunto joven monaguillo.

Tumbas Despiertas (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora