2. La Enfermedad

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William fue llevado a su hogar. Se hallaba sentado en un sillón mientras el médico del pueblo lo examinaba.

Su hija: Emily Foster; una chica de cabello rojizo y ondulado, con hermosos ojos verdes, y piel de pecas, se encontraba a su lado. Estaba angustiada y llena de incertidumbre. Esperaba que el doctor terminara con su chequeo para aclarar qué le había sucedido.

—Lamento decirte que tu padre está padeciendo de una extraña enfermedad.

—¿Una extraña enfermedad? —preguntó Emily.

—¡Sí! —exclamó, mientras se quitaba sus lentes—. La fiebre está muy elevada, y no logro controlarla. Me llama mucho la atención la urticaria negra en su espalda. No suelo toparme con estos síntomas. Le recetaré un medicamento provisionalmente. Si mañana no está mejor, tendré que trasladarlo a Richmord. Es la clínica más cercana.

—Richmord está a tres horas de aquí, y es muy costosa —dijo Emily con lágrimas en sus ojos.

—Descuida. Los apoyaré en lo que necesiten. William es un gran amigo. Lamentablemente su jefe... no es un buen sujeto. Tengo que irme, Emily. Cuida de él. Te llamaré en la mañana.

—Gracias Doctor. Lo acompaño a la salida.

William tenía la mirada perdida. Su cuerpo estaba muy débil.

—¡Papá!

—Hija; ¡ayúdame...!

—Voy a llevarte a tu habitación, papá.

La joven de 25 años llevó a su padre a la alcoba. Estaba muy preocupada por esta enfermedad. Jamás lo había visto de esa manera. William siempre fue un hombre muy activo, y gozaba de buena salud.

William caminaba con dificultad, y sentía que la respiración disminuía con cada paso.

—Acuéstate, papá. Con cuidado...

Emily se hallaba agitada. Su angustia no tenía límites. Ver a su padre padeciendo a causa de algo desconocido, era algo que no concebía. Le acariciaba el rostro con amor, mientras él con sus ojos cerrados, comenzó a hablarle en voz muy baja.

—Hija... ¡busca al Milord Jacob! Necesito verlo.

—¿Para qué, papá?

—Por favor. Ve y búscalo. Dile que necesito hablar con él.

—Pero si tú sabes que ese hombre es un...

—No importa... es mi último deseo —dijo William.

—Tú no te vas a morir, papá. No repitas eso de nuevo.

—Yo fui avisado, hija. Estuve en el cementerio, y vi una lápida con mi nombre.

Su hija rompió en llanto y se volteó lentamente cubriéndose el rostro. Trataba de asimilar lo que su padre estaba diciendo.

...

Dos horas después, Emily fue a la mansión de Jacob, quien se encontraba sentado en un cómodo sofá tomando una taza de té. Un mayordomo que laboraba en el turno de la noche, permitió la entrada a la joven, luego de enterarse del estado de William.

—Milord... —dijo Emily, haciendo una reverencia.

—¡Hola, Emily! Que gusto verte. Toma asiento —dijo Jacob, mientras la observaba, y se mordía su labio inferior—. Estás hermosa...

—¡Gracias! Vine a hablarle de mi padre.

—Sí, ya me enteré que está enfermo. Sabes que es difícil no enterarme de algo que suceda en el pueblo —dijo—. ¿Es grave?

—Solo puedo decirle que mi papá desea hablar con usted —expresó Emily.

—¿Algún tema en especial?

—¡No lo sé! Solo me dijo eso.

—Si me lo pidieras de una manera mucho más cordial, tal vez...

—¡Con permiso, Milord! Mi padre lo estará esperando. Solo recuerde que él ha dedicado su vida a servirle; y esta puede ser la última vez que hable con usted.

Emily se retiró, y el hombre se quedó observándola, mientras ella caminaba a la puerta de la mansión, ondeando su vestido rojo con decorados en negro.

...

En la noche, el jefe de William llegó a su casa. Emily abrió la puerta, y él la observó de arriba hacia abajo. Sin mediar palabras, entró a la habitación de manera prepotente, y se sentó en un sillón al lado de su cama.

—Hija, por favor déjanos a solas... —dijo William con voz quebradiza.

—¡Pero, papá...!

—¡Obedece!

Emily observó a Jacob con recelo, y se retiró pronto de la habitación sin decir una sola palabra.

—Milord; por favor acérquese. Me cuesta levantar la voz.

Jacob sacó de la bolsa de su elegante traje, un pañuelo de color azul. Luego, se inclinó hacia la cama de William.

—Milord; ¿recuerda la promesa que hizo cuando aún era joven?

—William; ya han pasado muchos años. Olvídese de eso. ¿No cree que está muy viejo para continuar creyendo en promesas? Hay cosas más importantes en que pensar.

—Pero... usted me lo prometió.

—Yo le prometí a tu madre, William. No a ti. Solo eras un niño. ¿Para eso querías verme? Me hiciste venir aquí para hablar tonterías. Mejórate rápido, te necesito mañana en la mansión. Ya fue suficiente de descanso, y actuaciones baratas.

—Pero, Milord...

Jacob se levantó, y lo observó con burla. Luego, se dirigió a la salida, mientras Emily lo veía retirarse, abrochando uno de los botones de su flamante traje negro.

William jamás tendría la virtud de regresar a su pueblo. Jacob era su dueño. Lo había comprado desde joven sin que él lo supiera. El menor intento por escapar para dirigirse a su sitio natal, implicaría graves consecuencias. Su madre sabía que no lo volvería a ver; pero tuvo que acceder a la propuesta por miedo a represalias.

Luego de que Jacob se retirara del recinto, Emily fue a la alcoba de su padre. Se alarmó al notar que respiraba muy rápido, y de manera agitada.

—¿Papá, qué te sucede? Por favor dime algo.

William no respondía, solo la miraba fijamente. Así estuvo por muchas horas, respirando velozmente, y contemplando a su hija.

...

Emily se había quedado dormida en el sillón que estaba al lado de la cama de su padre. De pronto, William comenzó a llamarla.

—Hija... hija...

La joven se despertó exaltada, porque escuchó la tenue voz de su padre.

—¡Dime, papá!

—Emily... mi hermosa hija —le dijo sutilmente—. Necesito que hagas algo por mí.

—Lo que quieras, papá —respondió Emily, mientras sus lágrimas comenzaban a brotar.

William le señaló a su hija el pequeño muñeco de madera que le había obsequiado su amigo. Este se hallaba en una mesa del lado izquierdo de su cama.

—Quiero que le des ese juguete al hijo que tengas cuando Dios decida. Ese nieto que jamás podré conocer.

—Papá; ¿por qué me dices eso? —preguntó Emily, mientras lo abrazaba muy fuerte—, me rompes el corazón con esas palabras.

—¡Solo hazlo!

William mostró una sonrisa de costado muy sutil, y ahí, su vida se apagó; cual cirio mostrando su última llamarada. Sus ojos quedaron abiertos, y murió mientras Emily lo rodeaba con sus brazos.

—¡Papa!, ¡papa! ¡No por favor! NO ME DEJES, PAPÁ. ¿Dios mío, por qué? Primero mi madre, y ahora mi padre.

Emily lloraba desconsoladamente. William se había ido. Pero quizás... no para siempre.

Tumbas Despiertas (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora