Tumbas Despiertas (Novela)

5. El Adiós

La mañana estaba hermosa. Mostraba un radiante sol, y un cielo despejado. El entorno solo se empañaba por la cantidad de sangre en los alrededores. Jack decidió regresar al Monasterio. Sentía que debía reencontrarse consigo mismo. Aparte de eso, tenía que volver por su equipaje. Estaba decidido a abandonar Europa, y regresar a su país natal.

Comenzó a caminar, observando todas sus paredes empapadas de sangre. De pronto, recordó a la novicia que se hallaba en el piso superior, sin ojos, y que le hablaba con voz agonizante. Subió lentamente, y se dirigió al final del pasillo, pero ya no había nadie; e incluso, todos los cuerpos habían desaparecido.

Mientras observaba todo el entorno con asombro, un sacerdote se aproximó a sus espaldas, y le habló:

—Hola, hijo.

Jack se volteó bruscamente.

—¿Quién es usted?

—Soy el padre Benjamín Santamaría. Algunos me conocen por mi larga trayectoria en el ocultismo.

—¿Es exorcista?

—¡Sí! Ese es mi trabajo.

—Supongo que sabe lo que sucedió.

—Desde luego. Pero no tiene nada que ver con exorcismo. Por eso nos mantuvimos al margen.

—Los exorcistas tratan con actividades demoníacas, ¿o me equivoco?

—No te equivocas. Pero lo que sucedió no es cosa de demonios. Es de la muerte. Nadie puede interponerse a la muerte.

—Así que son aspectos distintos.

—¡En efecto! Los demonios utilizan a las personas más débiles para poseerlas. Así se abren paso al mundo terrenal. Sin embargo, la muerte tiene sus propias reglas. Jamás se debe desafiar a alguien que se levanta como consecuencia de la muerte. Solo debemos permitir que cumpla con su propósito. Supe que estuviste en casa de Paula Alonso. Hiciste lo correcto.

—Que sorpresa, conoce a Paula.

—¡Sí! Paula y su hermano eran chicos muy devotos. Asistían siempre con sus padres a misa. En cuanto fallecieron, Paula tuvo que hacerse cargo de su hermano. Era una responsabilidad muy grande. Es lamentable todo lo que sucedió. Fuiste muy valiente.

—Solo hice lo que me dictó el corazón. Fuera o no la voluntad de Dios. Como ya sabe, él me llevó justo a la casa del asesino.

—Tal vez... o solo fue casualidad.

—Habla como alguien que no cree en Dios.

—No. Hablo como alguien que cree en Dios, y en el diablo. Las casualidades son el impacto entre el bien y el mal. Una especie de falla en el mundo.

—Lo tomaré en cuenta —dijo Jack, caminando hacia el otro extremo.

—¡Espera! Quiero obsequiarte algo.

Benjamín sacó de una bolsa en su sotana, un crucifijo de plata con un cristal azul en su interior.

—Este es el Emblema del Cristo Enaltecido. Según las leyendas, atravesó el inframundo en el cuello de un hombre. Él fue el primero que regresó de la muerte. Lo conseguí mientras practicaba uno de mis pasatiempos... el buceo. Estaba en las profundidades del Estrecho de Gibraltar.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Soy exorcista, y un especialista en ocultismo. Sé muchas cosas sobre estos temas. En mis investigaciones recopilé información sobre algunas reliquias perdidas. Por siglos, estuvieron buscando El Cristo Enaltecido; pero sin resultados favorables. Así que cuando lo encontré, lo mantuve fuera del foco. Esta es una Reliquia de la Eternidad.

—No sabía de la existencia de esta Reliquia.

—En realidad son tres. El Cristo Enaltecido, El Dije del Inframundo, y la Gema del Sol. Representan la eternidad, el infierno, y el universo. El paradero de las otras dos, aún es un misterio.

—Interesante... ¿Y por qué me lo entrega?

—Si algún día te encuentras de nuevo con la muerte, como pasó anoche, este será tu resguardo. Si la historia es cierta, el Caronte deberá regresarte a tu punto de partida.

—¿El Barquero del Inframundo?

—¡Exactamente!

—Yo no pretendo ir al infierno.

—¡Nadie! Pero para ascender, primero debemos cruzar el mar de las almas.

—Suena tétrico.

—Es solo una historia. No te preocupes, muchacho. Te lo entrego porque mis días de exorcista terminaron. Llegó la hora de descansar. Fue un gusto, Jack.

Benjamín se retiró. Jack se quedó observando el crucifijo de plata, y el bello y majestuoso cristal azul en su interior. Luego, se dirigió a su habitación. Observaba todo con nostalgia.

Rato más tarde, salió con su equipaje en la mano, y decidió abandonar el recinto. Ahora, su vida cambiaría para siempre.