Tumbas Despiertas (Novela)

3. Los Malditos

Jack llegó al Monasterio. Notó que las puertas se encontraban abiertas. Entró lentamente, y observó que se hallaba completamente sola el área principal. No se escuchaba absolutamente nada; salvo una pequeña lechuza que reposaba sobre un árbol en el jardín.

Subió las escaleras lentamente. Al llegar al corredor, caminó con cautela, sosteniendo muy fuerte su escarcela. Al fondo se encontraba una novicia, sentada, y apoyada en una pared. Él se acercó a ella apaciblemente, tratando de no asustarla.

—Madre... ¿se encuentra bien?

Ella no respondía. Solo lloraba sin parar.

—Por favor, míreme. Todo va a estar bien. ¿Dónde están todos?

La novicia le señaló hacia un pasillo adyacente al piso superior.

—¡Dios! —exclamó Jack, persignándose.

Todos los que habían quedado en el interior del Monasterio, estaban muertos. Los cuerpos reposaban unos sobre otros. Formaban una montaña muy alta de personas. Era un escenario grotesco.

—Levántese, se lo ruego. Debe venir conmigo —dijo Jack, tomando a la novicia de su brazo.

Ella negaba en repetidas ocasiones con su cabeza.

—¿Qué le sucede? Todos están muertos, menos usted. Debemos salir de aquí.

De pronto, la novicia habló.

—Es tarde, Jack. Él vino por todos. Lo tratamos muy mal la última vez.

—¿Qué sucedió?

—Lo acusamos de robarse las ofrendas. Lo señalamos como a un delincuente. El padre Antonio lo encerró en su alcoba por dos días, sin derecho a comida.

—¿Cómo fue capaz de hacer eso?

—Yo traté de alimentarlo, pero me fue imposible. No tenía permitido hacerlo. Esa mañana, tomé una pieza de pan a escondidas para llevársela; pero había huido. Horas después, lo encontramos sin vida en el lago.

—Por eso regresó. Volvió para vengarse.

—Y lo logró... Estamos malditos, Jack.

—No diga eso. Usted está viva.

La mujer levantó la mirada. En cuanto Jack la vio, retrocedió unos pasos cubriendo su boca. La novicia tenía un par de coágulos de sangre donde deberían estar sus globos oculares. Trataba de palpar los ojos con sus manos temblorosas, pero le era imposible tocarlos.

—Jack; sálvate. No puedo verte, pero sé que estás bien. ¡Huye! Trata de volver a tu país. Este lugar está maldito. Todos lo estamos.

—¡No! Esta es mi casa. Ustedes son mi familia. Son todo lo que tengo.

—Ya no queda nadie, Jack.

—Madre, por favor...

—¡VETE, POR EL AMOR DE DIOS! HUYE, JACK.

Jack la vio una última vez, y corrió hacia las escaleras. Sus lágrimas fueron incontrolables. Ahora todo tenía sentido. Había atado los cabos sueltos, y ya sabía que el Padre Antonio no era tan inocente como creía. Todos estaban al tanto de que Jesús había sido asesinado; pero no tenían idea por qué se encontraba en el lago a tempranas horas de la mañana.

Ahora solo debía encontrarla última pieza... El asesino de Jesús. Pero antes, tenía que buscar un lugardonde refugiarse de la noche.