Al final son veinte minutos y no cinco, pero Lena no se ha quejado en ningún momento. Vamos tarde, pero no importa, porque tampoco es que me apetezca demasiado el plan de hoy. Preferiría que me hiciera un tacto rectal un Orco de Mordor (con su pezuña asquerosa incluida), antes que conocer a la tal Raquel.
Decidimos coger el metro y llegamos a casa de Kate prácticamente a las once. Nada más llamar al interfono, nos abren y subimos con el ascensor hasta su piso. La puerta está abierta. Nos recibe Sara, la hermana pequeña de Kate que, al verme, me abraza con efusividad y lanza una mirada picarona a Lena.
—Madre mía, menudo tiarrón te has agenciado —me susurra al oído.
Una sonrisa floja se escapa de mis labios.
Si ella supiera…
Entramos. Suena Respect de Aretha Franklin, la iluminación es tenue y el sonido de voces, platos y vasos llena el ambiente. Hay un montón de gente, aunque conozco a todo el mundo. En una esquina están Luís, Jorge y Fernando, sus mejores amigos de la universidad que vienen acompañados por sus respectivas parejas, Diana, Núria y Pedro. También saludo a Rubén, un amigo suyo de la infancia que ha venido con su mujer Blanca, que vuelve a estar embarazada. Si no me equivoco, van por el tercero. Es entonces cuando veo a Kate, de espaldas a mí, hablando con una chica preciosa que me deslumbra con su sonrisa blanco nuclear. En este momento se está riendo de algo que Kate le ha dicho, y le toca el brazo con una familiaridad que duele. Justo en este momento, los ojos de ella se fijan en los míos y empiezo a sentir escalofríos. Mis peores pesadillas acaban de cumplirse, porque Raquel es como una jodida barbie Malibú, con sus piernas largas, su cintura estrecha, sus ojos enormes verdosos, su pelo rubio y su sonrisa que, de tan bonita, parece sacada de un anuncio de dentífrico.
—Vámonos —digo a Lena, cogiéndolo del brazo.
—No podemos irnos ahora —murmura él en mi oído.
—Esto me sobrepasa —gimoteo en voz baja.
—Tranquila, todo irá bien —vuelve a susurrar, cogiéndome de la cintura y apretándome a él con firmeza.
Su contacto es… reconfortante.
—Eh, Kara, por fin has llegado —dice la voz de Kate detrás de mí.
Cierro los ojos, cojo aire y me giro, dedicándole una sonrisa más falsa que una moneda de tres euros. Enseguida me arrepiento de no haber seguido mi impulso de haber huido sin mirar atrás. Si Raquel me parecía preciosa en la distancia, así, de cerca, me lo parece aún más. Su piel es tersa, sus ojos son enormes y lleva el cabello liso tan bien peinado que parece recién salida de la peluquería
—¿Eres Kara? —pregunta Raquel, abriendo mucho los ojos.
—Emmmm… Sí, supongo que sí —digo con una sonrisa nerviosa.
—Oh, cielos, he oído hablar mucho de ti. —Se me lanza al cuello y me abraza como si fuéramos amigas de toda la vida—. Dios, me encanta ese vestido. Y los zapatos. ¿Son de Gucci?
—Eh... no, son de Mercaducci... —digo algo cortada por su efusividad, con la mirada en mis zapatos de imitación que compré en el mercadillo por cuatro duros.
—No conozco esa marca —dice con seguridad—. Tenía muchas ganas de conocerte. —Y vuelve a sonreír con una naturalidad que me descoloca.
Lena carraspea a mi lado y hago las presentaciones.
—Este es Lena, un amigo.
Le da dos besos y me mira divertida.
—Sí, claro, tu «amigo». —Y me guiña un ojo.
Miro a Kate, a saber, que le habrá explicado sobre nosotros.
—Si queréis tomar algo, ahí tenemos las bebidas—sugiere Kate.
Nos señala la zona en cuestión, cojo a Lena del brazo y le arrastro conmigo, porque necesito alejarme de aquí. No puedo estar más tiempo cerca de estos dos.
—Es guapa —dice Lena, sirviéndose un Martini.
Le lanzo una mirada de reproche:
—¿Tú de que parte estás?
—De ninguna. Yo soy neutral, como Suiza. Estoy aquí por hacerte un favor, el resto es circunstancial.
Pongo los ojos en blanco.
—No podía ser una chica, no sé, menos alta, menos delgada, menos tetona
y menos rubia. Además, es una monada, tan simpática y sonriente.
Me sirvo un gin-tonic y me bebo la mitad casi al primer trago.
—No es para tanto.
—Ya, claro, te recuerdo que lo primero que me has dicho sobre ella ha sido: «Es guapa» —le recuerdo, señalándolo con el brazo con el que sujeto el vaso, y lo hago con tanta efusividad que unas gotitas del líquido caen sobre el suelo del parquet.
—Es guapa, es algo objetivo, no estoy ciego, pero se nota que lo hace todo para gustar a los demás. Solo hay que fijarse en su forma de gesticular, es muy evidente que está aparentando y que en realidad se siente muy incómoda con todo esto.
Le miro sorprendida por su comentario.
—¿Cómo has deducido todo eso?
—Por su lenguaje no verbal.
—Vaya, vaya, así que eres un Dr. Cal Lightman en potencia. —Me río, al compararlo con el protagonista de la serie Lie to me, un psicólogo experto en las emociones humanas y el lenguaje corporal.
—La gente suele decir más cosas por lo que calla que por lo que habla, solo eso. Hice un curso sobre el tema en la facultad.
Doy un nuevo trago a la bebida y le miro con retintín.
—¿Y qué expreso yo con mi lenguaje corporal?
Hago morritos y me contoneo delante de él haciéndolo reír.
—Demasiadas cosas —dice sin esconder lo mucho que le divierte que le haga esta pregunta.
—¿Qué quiere decir eso?
—Eres una persona muy expresiva, Kara. Eres como un jodido muestrario de expresiones humanas. Lo expresas todo.
—Todo —repito entrecerrando los ojos mientras con una inclinación de cabeza le invito a continuar.
—Eres una mujer que se siente muy segura en su propia piel. Desprendes mucha seguridad en ti misma, pese a saber que tienes tus defectos y tus limitaciones. Idealizas las cosas, hablas por los descosidos y, a veces, sueltas cosas inoportunas entre tanta verborrea, pero a nadie le importa, porque en el fondo tienes un corazón enorme y guardas mucha bondad en él. Tú eres tan tú que deslumbras solo por eso.
Cuando deja de hablar yo me he quedado sin palabras. Nos sostenemos la mirada en silencio y, justo cuando despego los labios para responder algo gracioso que rebaje la tensión del momento, Sara me coge del brazo y nos invita a sentarnos alrededor de la mesa, junto al resto.
La primera media hora la pasamos hablando de lo típico: trabajo y aficiones. Pero entonces, alguien pide a Kate y Raquel que cuenten su historia de amor, y yo tengo que soportar por segunda vez como Kate la relata, como si fuera el argumento de una novela de Nicholas Sparks. Aprovecho el momento en el que se ponen demasiado empalagosos para levantarme y servirme otro gin-tonic.
Cuando me siento de nuevo, ya han acabado de contar su historia, y Raquel me mira, con su sonrisa profident en la cara.
—¿Y lo vuestro? ¿Cómo fue?
Me quedo congelada, con el vaso a punto de tocar mis labios, y miro a Lena de reojo. ¡Por el amor hermoso! ¿Cómo puedo ser tan lerda de no haber pensado una historia para nosotros? ¿Es que no he aprendido nada de las comedias románticas que veo?
Me aclaro la garganta dándome tiempo a responder.
—Bueno, a ver, lo nuestro es... algo informal —digo poco convincente.
—Pero se os ve muy bien —insiste ella—. Se nota que hay feeling. ¿Cómo surgió?
Puedo ver como los ojos de todos los asistentes van de Raquel a mí como si fuera un partido de ping-pong.
—Bueno, a ver, trabajamos juntos, pasamos mucho tiempo el uno al lado del otro, simplemente… ocurrió.
—Pero tuvo que haber algo que encendiera la chispa —insiste de nuevo ella.
Puede que parezca encantadora, pero en este momento me entran ganas de cortarle su preciosa cabellera rubia a cachitos diminutos por pesada.
—Canija, ¿te parece si se lo explico yo? —interviene Lena, pasando su brazo por encima de mis hombros.
Me guardo el comentario sobre lo poco que me gusta que me llame de esa manera y le lanzo una mirada escéptica que pretende decir: «a ver si eres capaz de sacarnos de este lío».
—¡Sí, por favor! —exclama Raquel, que da una palmadita y mira a Kate con adoración.
Kate dibuja una sonrisa tensa en sus labios y alza una ceja mientras Raquel sigue sonriendo con tanta efusividad que empieza a ser inquietante.
—A ver… Digamos que Kara y yo no empezamos precisamente con buen pie. Al principio nos pasábamos el día discutiendo, porque nuestras personalidades son muy dispares y chocábamos de forma constante, sin embargo, ya se sabe lo que se dice... El roce hace el cariño, y eso es lo que pasó en nuestro caso, tantas horas trabajando juntos consiguió que esas diferencias dejaran de ser importantes y que el odio mutuo diera paso al amor. —Me guiña un ojo y mis mejillas se encienden como luces de navidad. A Lena se le da bien contar historias, pero me sorprende la capacidad que tiene de inventarlas sobre la marcha—. Os confieso que al principio ella me parecía demasiado deslenguada, demasiado excéntrica, demasiado impertinente... Pero un día todas esas cosas dejaron de ser motivo de molestia para convertirse en motivo de adoración. Y ya no solo dejó de molestarme que fuera deslenguada, excéntrica o impertinente, sino que además todo eso contribuyó a que acabara completamente enamorado de ella y de su locura—. Un coro de exclamaciones se expande por el salón. Lena me mira y yo siento un escalofrío recorrerme entera. El corazón bombea muy rápido dentro de mi pecho y siento una sacudida en el vientre, como vértigo. Es la primera vez que siento algo así y temo marearme. Intento despegar mi mirada de la suya, pero sus ojos castaños me parecen más cálidos que nunca. ¿Qué me está ocurriendo? —Así que un día me dije: o le confiesas lo que sientes o te arrepentirás toda la vida, y eso es lo que hice. Le escribí una carta y se la dejé encima del escritorio, explicándole lo que sentía. Al final le indiqué que aquella noche estaría en un pequeño restaurante del Born, esperándola, y le pedí que, si sentía lo mismo que yo, se reuniera conmigo. —Hace una pausa teatral y me mira con una ternura que me deja alelada perdida. ¡Pero bueno! Su interpretación se merecería un Óscar como mínimo—. Así que, aquella noche, me presenté en aquel restaurante con el miedo recorriéndome por dentro. ¿Y si ella no sentía lo mismo? ¿Y si confesarle mis sentimientos había sido un error? ¿Y si acababa con el corazón roto y el orgullo herido? Al fin y al cabo, trabajábamos juntos, pasara lo que pasara, tendría que verla al día siguiente. Por suerte, aquellas dudas se diluyeron en el mismo instante en el que apareció por la puerta: melena al viento, labios pintados de rojo y mirada encendida. Cuando una sonrisa prendió de sus labios, no os podéis imaKarar cómo me sentí… Me sentí el hombre más afortunado sobre la Tierra.
Más exclamaciones, suspiros y miradas brillantes por la emoción. Por Dios, se ha pasado mucho con esta historia. Parece el argumento de una película protagonizadas por Jennifer López.
—Y aquella noche empezó todo —resume, guiñándome un ojo.
—Qué curioso, Kara me había dicho que lo vuestro era solo sexo.
Todas las cabezas se giran hacia Kate que observa a Lena como si le estuviera retando a un duelo a muerte.
—¿Te dijo eso? —pregunta sin inmutarse—. La verdad es que queríamos llevar lo nuestro en secreto. Al trabajar juntos… No queremos tener problemas con recursos humanos. Pero confiamos en tu discreción, Kate.
—Por supuesto —musita él, con la mirada desafiante y los brazos cruzados.
Lena me aprieta contra su costado y yo quiero que se abra un agujero negro bajo mis pies para que me expulse unas cuantas galaxias más lejos.
—Es cierto que Kara y yo tenemos una relación sexual muy satisfactoria. No voy a negar que cuando nos lo montamos es… ¡Guau! —Me mira y me guiña un ojo—. Pero somos más, mucho más que ese Guau.
Los muslos se me contraen con ese comentario y mi mente se llena de imágenes perturbadoras. Lena y yo desnudos, mis muslos alrededor de su cintura y sus manos sobre mi culo apretándome a su erección… No sé porque recuerdo las palabras de Felicity: «tiene pinta de tener el ciruelo del tamaño de un martillo percutor».
Joder.
Doy un trago a mi copa intentando apartar esa fantasía de mi cabeza.
—Se nota a leguas que tenéis algo muy especial —añade Raquel, con su tono de voz dulce.
Hay un pequeño silencio antes de que Sara decida combatirlo explicándonos alguna de sus anécdotas sobre la ONG en la que trabaja, y así, entre charlas y alcohol, sigue la noche.
Después de una hora, empiezo a tener ganas de marcharme. Lena está hablando con Fernando y su marido Pedro sobre la buena temporada que está haciendo el Barça. Kate nos observa de reojo, respondiendo con monosílabos a los comentarios que le hace Raquel.
En este momento, sintiendo su mirada atenta en nosotros, se me ocurre una idea. Ni siquiera sé si es una buena o mala, pero me dejo llevar por el impulso. Fernando y Pedro acaban de levantarse para servirse otra copa, y yo decido aprovechar el momento para acercarme al oído de Lena hasta rozar el lóbulo de su oreja con mis labios. Noto como se estremece.
—Bésame —casi le suplico. Lena gira su cabeza y me observa frunciendo el ceño. Miro a Kate que nos está observando con atención y Lena sigue mi mirada—. Bésame, por favor, será lo último que te pida. —Clavo mi mirada en la suya, luego la poso en sus labios, cierro los ojos y acerco mi rostro al suyo. Justo en el momento en el que nuestros labios deberían tocarse… Lena me coge de los hombros, me aparta y se levanta como un resorte.
Abro los ojos y me encuentro con los suyos, que me miran enfurecidos.
—Deberíamos irnos —dice muy serio—. Se ha hecho tarde.
Me quedo anonadada, sin saber que decir. Son las tres, es tarde, es cierto, pero su forma de apartarme como si fuera una leprosa me ha dolido. Nos despedimos de todos. Una vez en la calle, se gira hacia mí y me señala con un dedo:
—¡¡Te has pasado!! —exclama cabreado.
—¡Solo te he pedido un beso! —me defiendo.
—¡Solo un beso, dice! —vuelve a exclamar con los brazos extendidos y las palmas hacia arriba, como si acabara de decir algo absurdo.
Me da la espalda y empieza a hacer señales a un taxi que pasa de largo sin pararse.
—Ni siquiera hacía falta que me metieras la lengua. ¿Tanto asco te da la idea de besarme? —le grito con rabia mientras él teclea algo en su teléfono móvil.
Puedo ver como se crispa, se gira y me mira ceñudo desde los metros de distancia que nos separan. Se acerca, poco a poco, como movimientos felinos, hasta que se coloca tan cerca que puedo sentir su aliento rozarme la cara.
—No tienes ni puta idea, Kara. De nada —dice, mirándome con una intensidad que me marea.
—¡Pues explícamelo, joder! —grito con indignación.
Me atraviesa con la mirada y entonces, antes de que pueda ni siquiera entender lo que ocurre, siento su mano enterrándose en mi pelo tras mi nuca y su rostro precipitarse sobre mí. Sus labios chocan con los míos y empiezan a moverse con suavidad. Jadeo cuando su lengua penetra mi boca con algo de rudeza y su mano libre se desplaza de mi espalda hasta mi culo. Puedo notar la humedad entre mis muslos, la excitación abriéndose paso en mi organismo con un hormigueo que me recorre entera. Su lengua se mueve rápido, baila con la mía. Es un beso tan húmedo y caliente que cuando me aprieta contra él y noto el bulto de su entrepierna en mi barriga, suelto un gemido. Un gemido que parece sacado de una jodida peli porno. Abro más la boca y profundizamos en el beso. Tengo la respiración entrecortada, porque solo nos dejamos de besar segundos para coger un poco de aire y volver a enredarnos lengua con lengua. Lena deja escapar un jadeo de su garganta y yo vuelvo a gemir, encajando su miembro entre mis piernas, ahí donde la necesidad empieza a ser cada vez más evidente.
—Lena… —susurro cuando sus labios se desplazan de mi boca a mi cuello.
Nada más salir su nombre de mis labios, su cuerpo se tensa y se separa de mí, desenredando sus dedos de mi pelo y librándome de la presión de su paquete. Suelto un pequeño gruñido de frustración por esta separación involuntaria. Cuando abro los ojos, Lena sigue estando bastante cerca, aunque ya no nos tocamos. Pese a la oscuridad, puedo ver como sus pupilas se han dilatado tanto que prácticamente ocupan todo el iris.
Traga saliva. Su nuez baila en su garganta antes de hablar. Yo me siento confusa, como si acabara de despertar de un largo trance.
—Tengo que… tengo que irme —susurra con la voz entrecortada.
—Ahm… Vale.
Me toco los labios que noto hinchados. Miro los suyos, que están en la misma situación. Pese a que el pintalabios que uso es permanente, un poco de labial se adivina en su contorno. Se lame los labios y yo noto como se agita aún más mi respiración.
—Me voy —dice de nuevo.
Levanta la mano a modo de despedida, da media vuelta y le veo cruzar la calle corriendo, al mismo tiempo que un coche pasa y está a punto de atropellarle. El coche pita y oigo un insulto a lo lejos.
Yo me quedo ahí, en medio de la calle, plantada como una estatua de sal, pensando en lo mucho que me ha gustado este beso extraño que me he dado con el que hasta hace unos días era mi archienemigo número uno.
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Psdt: Te odio (Supercorp)
ФанфикAdaptación del libro de Ella Valentine "Posdata: Te odio" Todos los derechos a Ella Valentine y personajes a DC