Juntos somos infinitos e invencibles

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Siempre me ha gustado la nieve. En Barcelona no nieva casi nunca, pero en el pequeño pueblo del Pirineo en el que crecí, los inviernos suelen ser blancos e inspiradores, como este.
Me siento en el alféizar de la ventana mientras veo los copos de nieve danzar en el aire de forma perezosa antes de caer.
Hace casi un mes que he vuelto a casa de mis padres y me siento arropada en este lugar que tantos buenos recuerdos me trae de mi infancia. Mi habitación se ha convertido en mi refugio, con sus paredes pintadas en rosa pastel y el mobiliario en blanco. Además, los abrazos y mimitos que me dan papá y mamá me reconfortan y me hacen sentir bien. El dolor no ha desaparecido, pero está apaciguado, dormido.
Llaman a la puerta con los nudillos y, a continuación, esta se abre. Mamá aparece en el umbral, con una taza de té humeante entre las manos.
Mamá y yo nos parecemos mucho, aunque con los años, su cuerpo se ha vuelto más redondito y esponjoso. Mis curvas y mis piernas cortas se las debo a ella. Aunque los ojos azules son herencia genética paterna.
Me tiende el té con una sonrisa y yo susurro un «gracias» mientras cojo el platito con cuidado de no derramar el contenido de la taza.
—¿Cómo estás, cariño?
—Bien. —Sonrío, aunque no es una sonrisa alegre, sino apagada.
—No sé qué es lo que te ha traído hasta aquí, no hace falta que me lo cuentes, pero la vida...
—¿Me vas a dar uno de tus discursos sobre la vida? —pregunto, y lo hago con una sonrisa llena de añoranza porque desde que entré en la adolescencia mamá adora darme discursos sobre la vida.
—Sí, voy a hacerlo y tú vas a escucharme —dice muy seria. Doy un trago a al té y alzo una ceja como invitación para que siga hablando—. La vida es muy corta para huir de los problemas. No sé qué ocurrió en Barcelona, pero no puedes seguir escapando de ello. Además, Kara, ambas sabemos que eres una guerrera, no una de esas mujeres que se esconden cuando las cosas van mal.
—No es tan fácil, mamá, créeme.
—La vida nunca lo es, pero no renuncies a algo que amas sin luchar hasta el último aliento, de lo contrario lo lamentarás siempre.
Sus ojos me miran con sabiduría. Deposita un beso sobre mi pelo y se dirige hacia la puerta. Cuando la abre, se dirige a alguien que está al otro lado y que desde aquí no consigo ver:
—Puedes pasar.
Mamá me mira, me guiña un ojo y entonces... Lena entra en mi habitación. Estoy a punto de tirar la taza al suelo de la impresión.
¿Pero qué coño...?
—¿Qué haces aquí? —pregunto. Me pongo de pie y dejo la taza con su platito sobre el alféizar. De repente, tengo las manos temblorosas, el estómago se convierte en un nudo y las pulsaciones se me aceleran.
—Me gusta tu pijama —susurra.
Me pongo colorada al recordar que, pese a ser casi las seis de la tarde, sigo en pijama. Estos días en casa de mis padres los pijamas se han convertido en mi atuendo diario, total, apenas salgo al exterior.
Hoy llevo un esquijama estampado con estrellitas.
—No me has contestado. —Noto la lengua pastosa. Estoy nerviosa porque no me esperaba que Lena apareciera así, de repente, y más en casa de mis padres el día antes de Nochebuena. Hay varias horas de Barcelona hasta aquí —. ¿Cómo sabías donde estaba?
—Felicity me lo ha dicho.
Frunzo el ceño y maldigo a Felicity mentalmente por haberme descubierto y haber permitido esto.
—¿Y cómo has conseguido que mis padres te dejaran subir a mi habitación como si nada? Recuerdo que hace unos años no me dejaban estar aquí sola con chicos.
—Digamos que tu padre se ha ablandado cuando le he dicho que su hija era la mujer de mi vida y que había venido a llevármela conmigo de regreso a casa.
Trago saliva con dificultad. Después de un mes sin verlo, tenerlo cerca me afecta de una forma tan física que me es imposible ignorarlo. Las rodillas se me han aflojado, siento el corazón latir a gran velocidad dentro de mi pecho y el sudor humedece la palma de mis manos. Cuatro semanas sin verle y, de nuevo, Lena se convierte en el eje que hace girar mi mundo.
Además, está muy sexy, pese a la barba de días que lleva algo descuidada. Se me escapa una risita cuando me fijo en el estampado de su camisa, con pequeños cactus. He echado tanto de menos sus camisas… Le he echado tanto de menos a él…
—Lena... —susurro—. Sabes que lo nuestro no puede ser, te lo dije.
—Vuelve a explicarme por qué no podemos estar juntos —me pide, sentándose en mi cama.
Ay, Dios. Lena en mi cama. Creo que me quedo sin aire.
—Porque soy una inmadura que no puede hacerse cargo de Lori —digo en un susurro. No me he preparado esta charla y noto como la inseguridad hace mella en el timbre de mi voz.
—Vale, y ahora dime la verdad.
—Esta es la verdad —insisto.
—Ambos sabemos que no, que hay algo que no me estás contando.
Lena entrecierra los ojos y me mira con una de esas miradas tan tuyas, llenas de suficiencia, que me cabrean al instante.
Maldito egocéntrico, ¿por qué no puede aceptar que lo nuestro no puede ser? ¿Por qué ha tenido que venir hasta aquí para removerlo todo? De nada ha servido alejarme, no solo no he conseguido olvidarme de él, sino que siento un enorme alivio al tenerlo cerca, como si llevara semanas con una astilla clavada en la piel y acabara de quitármela.
—Mira, Lena, lo siento, pero debes irte. No podemos estar juntos, es lo único que necesitas saber. Lo nuestro es imposible.
—Pero me quieres.
Bufo y las mejillas se me arrebolan.
—Eso no importa.
—Sí importa.
—Ya te lo dije, no estoy preparada para una relación seria. —Cambio de tercio, intentando recuperar los argumentos que usé la otra vez.
—¿Por qué me mientes?
—¿Por qué me lo pones tan difícil?
—Ven —me pide, dando una palmadita sobre el colchón.
Me resisto unos segundos, pero, inevitablemente, le hago caso. Me siento a su lado y su olor me envuelve, algo que nubla los sentidos.
—¿Qué es lo que me estás ocultando?
Noto como la voluntad y fortaleza que he estado manteniendo estas últimas semanas se desvanecen. Su mano se posa sobre la mía y su pulgar me acaricia los nudillos.
—Deberías irte —musito.
—Solo me iré cuando accedas a venir conmigo.
—¿Por qué eres tan cabezón? —pregunto chasqueando la lengua.
—Porque te quiero.
Cierro los ojos y suspiro con fuerza intentando ignorar el escalofrío que sacude mi cuerpo.
—Lena, no podemos estar juntos. Si Lucía se entera de que has venido tendremos problemas...
Lena parpadea confuso. Separa su mano de la mía y arquea una ceja.
—¿Qué tiene que ver Lucía con esto?
Me tapo la boca con la mano al darme cuenta de que he hablado más de la cuenta. Está demostrado: su proximidad me nubla el juicio.
—Olvida lo que he dicho.
—No quiero olvidarlo. ¿Qué pasa con Lucía?
Me paso las manos por el rostro y suelto un bufido.
—Mira, tienes que prometerme que no dirás nada, pero hace unas semanas Lucía vino a verme al trabajo y me amenazó con llevarse a Lori si no te dejaba. No podía permitir que eso pasara, Lena, sabía que algo así te hundiría.
—¿Me estás diciendo que me dejaste porque Lucía te coaccionó? —me pregunta como si no diera crédito a mis palabras.
—No podía permitir que te arrebatara lo que más quieres —susurro.
Y sin poder evitarlo, rompo a llorar, porque la he cagado a base de bien al confesarle todo esto. El nudo de angustia no hace más que crecer y crecer. ¿Y Lucía descubre que he hablado? Hará lo imposible para joderle la vida y yo seré la causante directa de que eso ocurra.
—Canija... —susurra, pasa un brazo por mi hombro y me atrae a él. Noto como su risa vibra contra mi pelo—. Entonces, ¿me dejaste por eso? ¿Sigues queriendo estar conmigo? ¿Quieres a Lori?
—Os quiero a los dos con todo mi corazón —digo a través de las lágrimas. —Amor, si es por eso no tienes por qué preocuparte.
—¿Qué quieres decir? —Me separo de su pecho y le miro limpiándome el llanto en las mangas del pijama.
—Cuando Lucía me chantajeó a mí le pedí a Álvaro que me echara un cable con el asunto y ha estado ocupándose del tema. Ha estudiado todas las opciones legales que tiene Lucía de arrebatarme a Lori, pero está convencido de que eso es imposible porque antes de irse la otra vez tuvo que firmar un papel de renuncia de su custodia.
—Entonces... ¿no puede quedarse con ella?
Niega con la cabeza y noto como la tensión abandona mi cuerpo hasta dejarme completamente flácida. El nudo del estómago se afloja y las lágrimas brotan de nuevo, aunque esta vez acompañadas de una enorme sonrisa.
—Si Lucía no puede llevar a cabo su amenaza no hay ningún impedimento por el que tú y yo no podamos estar juntos, ¿verdad? —pregunta Lena. Pasa sus pulgares por mis ojos con suavidad.
Ensancho mi sonrisa a la vez que un millón de mariposas alzan el vuelo y me hacen cosquillas en el estómago.
—Verdad.
Nos quedamos mirando y, antes de que pueda añadir nada más, su boca se abalanza sobre la mía. Nos besamos con intensidad, con ganas, con amor, con todo. Acabamos tumbados sobre la cama mientras su lengua se enreda con la mía y empieza a desabrochar la cremallera delantera de mi esquijama.
—Mis padres están abajo —susurro.
—En realidad no. Me han dicho que aprovecharían para ir a comprar no sé qué al pueblo de al lado…
—¿Cómo demonios has conseguido eso? —digo entre jadeos cuando mis pechos desnudos quedan al descubierto y su boca empieza a lamerlos con destreza.
—Con mi encanto natural…
Nos volvemos a besar con hambre. Sus manos acaban de desnudarme. Después soy yo la que le desnuda a él. Cuando quiero darme cuenta, Lena ya está empujando entre mis piernas, con su mirada clavada en la mía.
—Kara... —susurra entre jadeos—. Te quiero.
—Yo también te quiero.
—Nunca más te vuelvas a ir, canija. Juntos somos infinitos e invencibles.
Y entre jadeos, nos dejamos ir.

Psdt: Te odio (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora