El miedo campando a sus anchas

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Al día siguiente, cuando me despierto, la sensación de desazón no me abandona. Siento los nervios en el estómago y la imagen de Lena y Lucía no desaparece de mi mente. No dejo de pensar que son el uno para el otro: guapos, atractivos y carismáticos; parecen haber sido programados para estar juntos.
Intento empujar esos pensamientos nocivos hacia el fondo de mi mente, hacia algún cajón oscuro y poco transitado, pero de vez en cuando vuelven a salir a la superficie.
En fin, esta noche he quedado con Lena e intento ponerme guapa. Nada más colocarme delante del espejo me fijo en el enorme grano que sigue decorando mi frente. Intento enmascararlo con maquillaje, cuando veo que eso no es suficiente, me aplasto el flequillo sobre la frente con un kilo de laca para que no se mueva del sitio y lo tape. Una vez cumplo con el objetivo, me pongo mi vestido de color rojo, el de nuestra primera cita, y unos zapatos de tacón de color negro. Tengo la sensación que con ellos mis piernas parecen más largas y mi culo menos enorme.
Cojo el metro y, poco después, me encuentro llamando a la puerta de Lena. Intento dibujar una sonrisa despreocupada en los labios, necesito fingir que todo está bien y que nada me inquieta. Sin embargo, cuando Lena abre la puerta, se me encogen los músculos del estómago, porque no está solo. Lucía está sentada en su sofá.
Sé que esto no tiene por qué significar nada. Por mucho que no me guste, Lena y Lucía tienen algo importante en común. Una hija en común. Algo que les unirá para siempre, mal me pese.
—¿Llego pronto? —Trago saliva e intento sonreír, aunque estoy convencida de que mi sonrisa ahora mismo es forzada y vacía.
—No, tranquila. —Me cede el paso, pero la verdad es que no me apetece mucho entrar en su casa ahora mismo. El ambiente está crispado y el rostro de Lucía expresa enfado e irritación. Algo me dice que he llegado en medio de una discusión—. Lucía ya se iba.
Lucía se levanta, me mira de reojo con desdén, coge su abrigo, su bolso y se va, tras dar un portazo.
—¿Qué ha pasado? —me atrevo a preguntar.
Lena se frota el rostro con las manos. De repente parece muy cansado.
—Prefiero no hablar de ello.
—¿Os habéis peleado? 
—Kara... —susurra—. ¿Podemos ir a cenar y dejar este tema? Por favor.
Yo quiero hablar de ello, saber lo qué ocurre, por qué se han enfadado, pero la angustia que expresa su rostro es suficiente para entender que no voy a poder arrancarle ninguna palabra más.

♥ ♥ ♥

Vamos a cenar a un restaurante cercano y la noche pasa envuelta en un silencio incómodo. Lena está reflexivo y no atiende a lo que le digo, lo sé por la forma en la que responde mis comentarios con monosílabos.
—¿Dónde está Lori?
—Con mi madre —se limita a decir.
Cuando regresamos a su casa son solo las diez. Estoy a punto de decirle que me marcho a mi casa, pero nada más entrar por la puerta, Lena me empotra contra una pared y empieza a besarme con intensidad. Su lengua es demandante, se abre paso entre mi boca y me devora. Es un beso furioso, que le devuelvo al principio algo confusa, pero enseguida me dejo llevar por su deseo.
El abrigo resbala entre mis brazos. El suyo cae pesadamente al suelo.
Me sube la falda, sin dejar de besarme, y me agarra del trasero, atrayéndome hacia él. En ningún momento su lengua y la mía se desenredan, más allá de las bocanadas de aire que buscamos para volver a enredar las lenguas de nuevo.
Sus manos se internan entre mis bragas y me tocan en el punto exacto, ese punto que me hace jadear contra su boca.
—Fóllame —le pido.
Sus manos tiran del elástico de mis bragas hasta que estas se rompen por la costura. Le oigo desabrocharse el cinturón para, segundos después, sujetarme a peso y penetrarme.
—Oh, joder —susurra contra mi boca.
—Joder, sí —murmuro yo.
—Debería ponerme un condón.
—Deberías…
Sin embargo, empieza a moverse dentro de mí.
—Dime que pare —me pide.
—Tomo la píldora —susurro.
—Estoy limpio.
—Y yo.
Me besa con una desesperación que habla mucho más que lo han hecho esta noche sus palabras y empieza a follarme en rápidos empujones que entran y salen de mi interior con ímpetu. Noto el desasosiego en su forma de follarme, como si quisiera quitarse de encima algo que le duele a base de sexo furioso.
Su cuerpo choca contra el mío sin cesar. El sonido de nuestros gemidos se mezcla con el sonido del golpeteo de nuestras caderas. Puedo sentir que él está cerca, que está a punto de correrse, y la excitación me arrastra. Cuando quiero darme cuenta, me corro con él.

♥ ♥ ♥

—Lo siento —dice minutos después.
Estamos tumbados sobre su cama, desnudos, tras un nuevo polvo igual de furioso que el primero.
Me doy la vuelta sobre el colchón y le miro.
—¿Por qué?
—Por haber estado raro toda la noche.
Agarro la sábana, me tapo el pecho y me siento sobre el colchón.
—¿Qué ocurre, Lena?
Sus ojos parecen perderse en algún punto inexacto del techo.
—Lucía ha intentado chantajearme con quedarse a Lori si no vuelvo con ella.
Sus palabras me atraviesan como si fueran dagas. Le miro y siento como un nudo me aprieta la garganta, un nudo que lleva días estrechándose y estrechándose, dejándome sin aire.
—¿Por qué?
—Es una persona caprichosa y mimada que consigue lo que quiere con tan solo chasquear los dedos. Pensaba que al regresar iría tras ella como un perrito faldero, pero al ver que no ha sido así, ha decidido convertirme en un trofeo que quiere tener a toda costa. Siempre le ha pasado, quiere lo que no puede tener… —suspira—. Así que, cuando le dije que no, que no regresaría con ella jamás de los jamases, me chantajeó con tirarme encima toda la caballería legal para quedarse con Lori.
—Pero... no puede hacerlo, ¿verdad?
—No lo sé. Tengo a Álvaro trabajando en ello, pero me da miedo, porque Lucía es una de esas personas que no le importa destruir todo lo que hay a su alrededor con tal de salirse con la suya.
Me quedo en silencio y el miedo me recorre por dentro. Pienso en Lucía, en su forma de mirarme como si no pudiera creerse que alguien tan insignificante como yo pudiera arrebatarle algo que considera suyo.
—No sé qué decir… —le confieso.
—No puedo perder a Lori —dice en un susurro.
—¿Y has pensado en...? —No puedo acabar la frase, de verdad que no puedo. No puedo preguntarle en voz alta si ha pensado sucumbir a su chantaje. El dolor me arde en el estómago y siento las ganas de llorar cada vez más apretadas en mi garganta.
Lena me mira. Le cuesta comprender lo que le estoy preguntando, pero cuando lo consigue, se sienta sobre el colchón, a mi lado, y empieza a negar con la cabeza, atrayéndome a él.
—No, claro que no. No pienso aceptar nunca una coacción por su parte, Kara. Hacerlo me destrozaría como persona. Además, te quiero, canija. —Me da un beso en la nariz—. No puedo pensar en estar con otra persona que no seas tú. Eres mi luz.
—Lena...
—Encontraré la manera de arreglarlo.
—¿Y si no puedes hacerlo?
—La encontraré —dice con seguridad.
Pero yo noto el miedo campar a sus anchas en mi interior. Tengo una extraña sensación de anticipación, como si supiera que algo malo está a punto de llegar, un tornado capaz de arrasar mi vida y llevarse todo lo bueno que hay en ella.

♥ ♥ ♥

Unos días más tarde estoy a punto de entrar en el edificio de oficinas en el que trabajo cuando noto una presencia a mi lado. Levanto la cabeza y estoy a punto de morir por infarto cuando Lucía aparece de la nada y me agarra del brazo.
—Tenemos que hablar.
Me deshago de su agarre con un tirón.
—Entro a trabajar en diez minutos. Además, no tengo nada que hablar contigo. —El miedo despliega las alas, puedo sentirlo dentro de mí, envenenando cada partícula de mi organismo.
—Oh, querida, sí que tenemos cosas de las que hablar… Y con diez minutos tengo más que suficiente.
Quiero decirle que no me interesa, que no quiero saber nada de ella. Después de lo que me explicó Lena el otro día, sé que es una persona de la que más vale estar alejada, pero hay algo en su forma de mirarme que me pone sobre alerta.
Suelto un bufido y le indico que me siga. Acabamos en un callejón cercano, resguardadas de la mirada de curiosos.
—¿Qué quieres? —espeto.
—Que dejes a Lena.
Parpadeo, confusa, y ella se ríe como si fuera Cruella de Vil antes de convertir inofensivos dálmatas en un abrigo de piel moteado para pasar el invierno.
—¿Cómo dices?
—Ambas sabemos que vuestra relación está abocada al fracaso.
Frunzo en ceño.
—¿Y eso quién lo dice?
—¿Tú y él? ¿En serio? —Vuelve a reírse y esta vez su risa me revuelve el estómago—. Oye, bonita, está claro que tú solo eres una distracción en la vida de Lena. ¿De verdad crees que se quedará con alguien como tú? Eres insulsa, no hay nada en ti que te haga especial. Un día abrirá los ojos y se dará cuenta que ha estado perdiendo el tiempo contigo y volverá a mí, como ha hecho siempre.
—¿Crees que me intimidas con tu pinta de matona y tus insultos ordinarios? —Su diatriba ha dado paso a un cabreo monumental. Pero ¿quién se cree que es esta tipeja para hablarme así? —. Necesitarás algo más que eso para conseguirlo.
—Solo constato una evidencia. No le llegas a la suela de los zapatos, y lo sabes. Lena tiene que estar con alguien que esté su nivel. Tiene que estar conmigo.
—¿Con una zorra sin corazón que abandonó a su hija cuando se cansó de ella como si fuera un kleenex de usar y tirar? Déjame que lo dude.
Suelta una exclamación sorprendida ante mi ataque y me mira con odio, como si viera en mí algo intolerable. Supongo que para ella represento la derrota, algo a lo que no parece estar muy acostumbrada.
—Mira, niñata, tú no tienes ni idea de nada. Y me importa una mierda lo que pienses de mí. Lo único que necesito es que dejes a Lena.
—¿Y esperas que lo haga por qué tú me lo digas?
—Espero que lo hagas porque le quieres.
Su respuesta me sorprende, algo que pongo en evidencia con la expresión llena de desconcierto de mi rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Si tanto le quieres y no quieres que sea infeliz, déjale. De lo contrario, voy a quedarme con la custodia de Lori y llevármela conmigo de vuelta a los Estados Unidos.
—¿Perdona?
—Lo que has oído. Si quieres lo mejor para él, harás lo que yo te digo. Le dirás que ya no le quieres y le dejarás.
—Lena me dijo que también le chantajeaste a él.
—Oh, querida, esto no es un chantaje, es un trato —me dice con voz melosa.
—Que yo le deje no significa que Lena vaya a volver contigo, Lucía. Eres malvada y conozco a Lena lo suficiente como para saber que nunca lo hará.
Mi comentario le molesta, lo sé por la forma con la que arruga la nariz y se le tensan los músculos de la cara, pero no flaquea en ningún momento.
—Eso es cosa mía. Tú solo tienes que cumplir tu parte del trato.
—¿Quieres decir que si lo dejo no pedirás la custodia de Lori aunque él no vuelva contigo?
Afirma con la cabeza y yo siento que no puedo pensar, que la cabeza se
me embota y soy incapaz de ver las cosas con claridad.
—¿Y qué te hace pensar que no le explicaré todo esto a Lena?
—Todo lo que hagas que no sea seguir mi sugerencia, acabará con Lori y yo lejos de aquí y con Lena roto por su ausencia, ¿es eso lo que quieres? — Mira su reloj y sonríe—. Ya han pasado los diez minutos, yo de ti iría corriendo al trabajo, no sea que además de sin novio te quedes también sin empleo.
La miro con la rabia corroyéndome por dentro.
—Cuando hayas cumplido tu parte del trato mándame un mensaje aquí. — Me tiende una tarjeta y yo la cojo, con las manos temblorosas.
No me puedo creer lo que acaba de pasar; su chantaje, sus amenazas.
Lucía da media vuelta y se va, dejándome con el corazón echo jirones y la sensación de que, haga lo que haga, Lena va acabar sufriendo. La cuestión es: ¿cuál de todas mis decisiones le hará menos daño?
Conozco la respuesta a esta pregunta y, al ser consciente de ella, puedo sentir como la oscuridad me engulle y me arrastra hasta un pozo sin fondo del que no sé si sabré salir. 

Psdt: Te odio (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora