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Tiré el bolso al sofá de mi enorme habitación y me dejé caer de cara a la cama como un tronco sin vida. Había sido un día exhausto en el instituto privado donde estudiaba y no quería mover un dedo. Bueno, en este caso ni una neurona, porque los parciales de final de año habían llegado por fin a fregarle la vida a los estudiantes antes de terminar por fin el año, y, claro, pasar a otro aún más molesto.

Ah, recuerdo con cierto cariño esos días en los que nada más me tocaba responder cuánto era dos por dos en matemáticas. No, ahora tenía que hacer una benditas ecuaciones del plano cartesiano con sus coordenadas polares que con sólo decir el nombre ya me daba dolor de cabeza. No era mal estudiante, en cambio, siempre era el primer puesto entre todos los estudiantes de preparatoria, pero estudiar siempre te mataba la cabeza, más si tienes la presión inconsciente de las expectativas de tus padres respirándote en la nuca. Ser de una familia rica no era fácil, menos que estos fueran estrictos aunque parecieran amables.

Papá era juez, ganaba una millonada con cada caso, y mamá era dueña de una lujosa cadena de restaurantes. Yo era hijo único, lo cual en parte era bueno porque no quisiera ser la sombra de ser el hermano menor, o que yo de alguna manera fuera una presión para mi hermano menor. Claro que no en todas las familias era así, pero bueno, creo que estaba leyendo muchas novelas. Mis padres estaban orgullosos de su hijo, que aunque no sea hombre, por suerte no discriminaban a los donceles, en parte por el importantísimo trabajo de mamá. Ellos querían que yo me convirtiera en abogado o juez, como papá, eso era bueno en la única parte de que no me subestimaban, pero hasta ahí, el resto era el mismísimo horror para mí.

Yo quería ser cantante, bailarín, actor, modelo, compositor, músico. Un idol. Desde pequeño, que veía en el plasma a los idols presentándose en eventos o en sus propios conciertos, me quedaba hipnotizado por ellos. Por el arte que creaban. En ese entonces mis padres no me tomaban en serio, claro. Se mostraron más rígidos conmigo cuando notaron que no era una idea de infancia, yo iba en serio. Aprendía canciones, aprendí a tocar la guitarra, también descubrí que se me daba bien el dibujo y la pintura, me aprendí muchas coreografías, desde las más difíciles hasta las más sencillas. Practiqué notas suaves, altas, agudas, graves. Todo lo hice con pasión, porque me encantaba hacerlo. Me encantaba cantar, me encantaba bailar. Yo tenía un sueño, una pasión.

Pero entonces me chocaba con el duro muro de la realidad. Mis padres. Lo que ellos tenían planeado para mí. La mayoría de las cosas que aprendí fueron por mi cuenta y cuando ninguno de ellos estaban. Los que fueron testigos de todo mi proceso de mejorar: cuando en una nota alta se me iba la voz, cuando no la estabilizaba bien, hasta que me salía perfecto. Cuando se me desafinaba la guitarra. Cuando me tropezaba con algo en mi cuarto mientras bailaba y escuchaban el golpe. Mis quejidos de frustración cuando se me chorreaba la pintura y cuando hablaba solo. Los únicos que presenciaban aquello eran los empleados, mi mejor amigo y nadie más.

Ellos me compraron la guitarra, mis materiales de dibujo, mis parlantes, todo lo que necesité, pero resignados. No a la primera, no a la segunda. Debía insistir en que, cuando me estresase con los papeles de mi futuro trabajo debía relajarme con algo, y así era como me daban permiso de usar sus tarjetas de crédito. Claro que eso fue hasta que cumplí los catorce y concordaron en que ya tenía edad para manejar mi dinero como más quisiera. Así que me crearon una cuenta de ahorro donde me hacían transacciones de hasta doscientos mil dólares al mes. Y fue mi momento de gloria.

Grababa covers, dance covers (usaba una máscara que tapaba por completo mi rostro y alquilaba un salón con espejos, en ese momentos les decía a mis padres que iba a ser un trabajo con unos compañeros) y videos donde hacía dibujos para YouTube cuando ellos no estaban y los editaba cuando ellos pensaban que estaba estudiando algunas leyes. La mayoría del tiempo se la pasaban fuera, y dudaba que buscaran en YouTube covers para escuchar. Aunque en el canal subía estrictamente los covers e información sobre el canal, donde además me hacía llamar Nochu. El misterio que le puse al canal además de mi variedad de contenido me hizo ganar bastantes subscriptores. A mis cuatro años de haber subido mi primer cover "Nothing like us" de Justin Bieber ya tenía dos millones de subscriptores, así como en mi cuenta verificada de Twitter, donde subía algunos spoilers de próximos cover y dibujos que no subía en Youtube al ser sencillos.

'Cause I love it ✧ JIKOOK.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora