"Ira"

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Tres semanas habían transcurrido desde que Sir Thomas y su ayudante Sajir comenzaron la búsqueda de la bestia, del demonio naranja como muchos campesinos le llamaban. En realidad no era una bestia ni un ente infernal lo que el "distinguido" caballero inglés y su atormentado sirviente indio buscaban.

Se trataba de un viejo tigre; uno de los pocos que quedaban en la región tras la sanguinaria cacería a la que habían sido sometidos los sublimes animales. Sus cabezas eran cortadas para lucir en salones y clubes de campo mientras que el resto del cuerpo era desechado al río.

El implacable cazador, o almenos eso le gustaba creerse, no había tenido la oportunidad de incorporar a la vacía pared de trofeos una cabeza de tigre, ni siquiera pequeñita. Los lores del club de campo comenzaban a dudar de sus cualidades como noble, su linaje de hombres fuertes, en fin de todo lo que un hombre debía tener en aquel retorcido mundo para considerarse hombre.

No importaba si amaban a la esposa, mimaban al hijo, recordaban el color de cabello de la primera o el cumpleaños del  segundo. Pero cuidado: era imprescindible poseer la cabeza de uno de estos seres creados por Dios y mostrarla  en las cercanías a la mesa del té. Entonces nadie cuestionaría el honor y la virilidad. Un asesino se hubiera sentido a gusto entre tanta "civilización", de la cual no dudaban en presumir aquellos lores con pañuelos de seda manchados de sangre.

La mañana del día 21 trancurría como todas las anteriores. Del tigre solo quedaban las huellas pero el viejo cazador no se daba por vencido. Cada vez se sentía más cerca. Había algo en sus ojos  aparte del gran vacío afectivo que demanda la jungla para sobrevivir a ella. Sajir no sabía si era locura, odio, miedo, obsesión o algún complejo de inferioridad reprimido. Este Quijote sin causa noble no pensaba en nada más que en separar el cuello del resto de la anatomía del bello animal. Mientras, Sajir solo veía en dicha excursión la oportunidad para  escapar de los insultos y maltratos de aquel arrogante y tiránico señor.

En los recuerdos de Sir Thomas esta sería la primera y última aventura gloriosa de su vida, el broche de oro en su reputación. En la mente de Sajir quedaban los insultos, golpes y humillaciones con las que se divertía el lord mientras era guiado por su mano a través de la jungla. El tigre no sabemos si recordaría tan delicada situación para su vida, o siquiera estaría consciente de esta, pero no por eso deja de verse la injusticia de que fuera perseguido sin haber jamás herido a nadie. Alguien lo odiaba sin que le diera motivos, alguien quería su cabeza sin siquiera haberle mirado almenos una vez a los ojos.

-¿Se puede odiar sin conocer?
Le preguntó en varias ocasiones Sajir al airado amo. Este a veces contestaba y otras guardaba silencio ante el compañero de caza tal cual fuera un simple perro ladrando. En una de ellas le dijo:
-Sí ,como no Sajir. Tú tosca raza y notable ignorancia no te permiten discernir mucho de filosofía y sociedad, pero si estudias la historia humana desde sus inicios notarías que el odio es lo que nos ha llevado a conquistar el mundo, a hacerlo bello, a  hacerlo girar.-

Sajir pensaba en la belleza de cabezas en vitrinas o de patadas a un sirviente. Se esforzaba en verla, pero no la encontraba. Aún así prefería no contradecir a su amo para no despertar algo peor que el odio en él. Y sí, aunque Sir Thomas no lo sabía aún, existen cosas en este mundo peores que el odio y a la vez derivadas de él. Con esas es mejor no jugar.

Entre risas y órdenes, el "fiero" cazador pudo divisar  en la parte más baja del río como el cansado animal bebía agua para calmar la sed. Trataba de no apoyar una de sus patas, al parecer herida en la persecución. Se veía más delgado y débil. Era el momento de atacar y arrancar esa cabeza. Era el momento de demostrar algo aunque no supiera exactamente qué. Y es que "demostrar" siempre está de moda en los hombres.

Por desgracia sólo quedaba una bala. Todas las demás habían sido malgastadas en la cacería de aves a lo largo de la gesta, ya fuera para mejorar las comidas o simplemente impresionar a las señoritas con plumas exóticas. Al final solo se había hecho de una fea ave común, pero igual  eso no haría volver las malgastadas balas.

El tigre, al parecer abatido decidió tumbarse en el suelo. Era el momento para Sir Thomas. Sajir trató por última vez de convencerlo a no cometer semejante  crimen. Pero el orgulloso viejo, lleno de furia, no lo duda y decide jalar del gatillo...

El tiempo pareció detenerse para esas tres almas entrelazadas por un destino de manos verdes disfrazado de naturaleza. La bestia ni se movía y en solo cuestión de segundos ya estaba el victorioso cazador con la pierna presionada al cuello del animal.

Thomas reía, escupía al suelo y se burlaba. Se sentía grande en la pequeñez de humillar a otro ser. Quizás porque no podía hacerlo con los de su clase.

A los pocos minutos la respiración del tigre se incrementaba. Sajir miraba inquieto, aunque silente. Hay momentos en la vida que demandan no advertir a una fiera de cometer errores mientras caza a otra.

-¿Que pasa Sajir?-
Se nota un poco nerviosa la voz del "titán" inglés.

-¿Por qué no sangra el animal?. Me está mirando fijamente como si yo le hubiera hecho algo malo. Jajaja.- Los nervios del cinismo dibujaban su clásica manifestación en horrendos labios.

Sajir se aleja en dirección a la vegetación más tupida y desde en una posición segura contesta:

-Señor, la bala impactó en ese árbol de tronco grueso. Mire usted con sus propios ojos.-

-Quizás la criatura no se inmutó  por lo viejo que parece ser y el cansancio al que su persecución lo ha sometido. Es normal que  el sonido del disparo no provocara  alerta en él. Para su fortuna parece ser sordo parcial o totalmente. Ahora, por desgracia un tigre incluso viejo y cansado es más fuerte que siete hombres una vez recupera el aliento.-

La expresión de júbilo que adornaba la fea cara de aquella despreciable persona cambió en instantes. El tono de las mejillas se tornaba pálido. No obstante las  huesudas piernas comenzaban a temblar, la mirada seguía siendo la misma. El odio se aferraba a ella de una forma sobrenatural. De hecho era lo último que le quedaba.

Sir Thomas lanzaba insultos a Sajir, lo culpaba de todo y juraba matarle en cuanto quitara el pie de aquella garganta:

-Si tengo suerte este animal no me comerá Sajir. Es evidente que no tiene hambre. Pero tú no te librarás de mi furia. Maldito salvaje. Será tu cabeza la que exhibiré en el club de campo.-

Sajir por su parte se encontraba sereno, calmado, como si con él  no fuera. Tras una breve pausa reflexionando en la amenaza de su amo se decide a  darle una humilde pero básica lección( de vida o muerte podría decirse):

-Disculpe que un ignorante y de" tosca raza" como yo lo corrija a usted mi gran señor. No importa que el tigre no quiera comer en estos momentos. Si usted odia sin causa, él puede matar sin motivo. Me asegura  que no tiene hambre, pero yo noto que no quita la vista de su garganta. Entonces puedo comprobar que no solo el odio y el hambre matan, la ira también y más cuando hay motivos para sentirla.-

-¡Te mataré maldito!.-Condenaba Sir Thomas.

Sajir ríe y continúa:

-Disculpe que lo interrumpa otra vez mi señor, pero decía mi abuelo, otro ignorante igual que yo, que si usted pone el pie en el cuello de un tigre, jamás podrá quitarlo.

La Metáfora De Los 7000 MillonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora