"La cara quemada de la Luna"

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"¿Por qué las rosas tienen espinas y la Luna solo muestra una cara?"

Era linda la Luna en aquel entonces. El universo desprendía olor fresco en cada rincón de su grandeza, quizás porque era nuevo o la materia que lo formaba, a su manera, era feliz. Cada mañana la Tierra veía como el Sol marcaba el inicio de un nuevo día. Eran buenos amigos y este le regalaba majestuosos amaneceres que duraban horas, muy diferentes a los que hoy conocemos. Era el mejor en lo que hacía, dibujaba el cielo con haces y matices como nadie sería capaz. Se sentía bien haciendo la perfección, se sentía perfecto si había quien lo notara.

La Luna inocente y joven miraba el espectáculo atontada. Era su turno de marcharse y dejar el firmamento libre, pero nunca lo hacía sin tomarse unos segundos para contemplar a su Sol, al dueño de sus días, al astro de sus nervios. Muchas veces él la notaba. Era demasiado fuerte la mirada de aquella joven enamorada. En esos momentos le lanzaba una pequeña sonrisa y la Luna no sabía qué hacer. Su suelo temblaba al unísono, sus cráteres se dilataban, sus abismos se humedecían sin control, su núcleo latía más fuerte.

La Tierra observaba con detenimiento y seriedad tan inocente amor. Notaba la fantasía de la Luna, guardaba con dolor el secreto del Sol, pero no se atrevía a intervenir. A veces es mejor adelantar el apocalipsis a intervenir entre dos astros que se aman. Una noche de silencios, de esas perfectas para pensar en amor, sorprendió a la blanca joven despidiendo el ocaso resplandeciente y sonrojada. Ya no era frío el firmamento, ni larga la madrugada, con cada brisa iban suspiros, con cada "quiero" un "si aceptara..."

Llegando las primeras horas del día apareció en el horizonte aquel príncipe de rubia cabellera abriendo los cielos. En esta ocasión la tímida dama no se quiso marchar y se quedó ahí, formando parte del alba, en medio del escenario durante pleno acto principal, mirando fijamente al responsable de la luz de sus días, al protagonista de su irresponsable manera de querer.

Los planetas aplaudían a su favorito. La Tierra en cambio trató de acercársele para intentar persuadirlo de algo que no estaba segura si su amigo diera la más mínima importancia. Fue en vano. Ya la luna estaba metida en su campo visual. Él la saluda, ella con valor inexplicable, quizás ligado al instinto de supervivencia de los que saben que no hay otra forma de gritar que están amando, le sonríe. Días y días de conversación y risas terminaron en ese abrazo tan anhelado por ambos astros. Era su forma de hacer el amor, de hacer la vida juntos. Fue quizás la primera definición de la palabra relación en la historia del universo.

Dejó así de existir por muchos siglos la diferencia entre el día y la noche. Juntos y aparentemente inseparables reían, bailaban y bromeaban en un eterno atardecer lleno de colores nuevos. Incluso la sabia Tierra llegó a pensar que todo estaría bien. Aprovechó la brisa fresca del nuevo clima, la humedad constante y los piropos en el aire para crearle un regalo a los novios. Nacieron así las rosas: Bellas, lisas y rojas. Los planetas los felicitaban. Ella nunca recordaba sus nombres, pero él le daba mucha importancia a sus reacciones.

La Luna ya era feliz, pero el Sol quería más. Con el tiempo empezó a extrañar antaños días de brillo, de principado entre las nubes y centro del universo.

-Amor, necesito brillar-. Decía el Sol preocupado.

-Ya lo estamos haciendo mi rey.- Respondía la pobre Luna.

-Amor, ya no me aplauden, nadie me mira, algo pasa.-

-No pasa nada Sol de mis días. Somos tu y yo. Los aplausos no son necesarios cuando el acto es sólo de dos.
Las discusiones comenzaron a aumentar. Dejó de haber paz en el firmamento. El Sol miraba arriba después de cada riña soñando ascender a lo más alto y llenar su vacío de nacimiento con la gloria de los cielos. En eso estaba justo cuando la Luna se interpuso en su camino.

Los astros llenos de envidia se aprovecharon de la inseguridad del joven para recordarle su cargo, su título de Rey de Luz, su ego, su mal llamado amor propio.

Un día ,o mejor dicho, un atardecer, el último gran atardecer de todos, el Sol dejó correr por su superficie una lenta y cortante lágrima de lava que ahondaba el mayor de los abismos en tan bello y dorado rostro. Suspiró y tomó aire otra vez, como si fuera a inflarse. Mientras crecía desproporcinadamente de tamaño gritó a su amada:

-!Suéltame!

Ella, desprevenida y asustada no supo que hacer. Todo sucedía muy rápido. El calor aumentaba en la superficie de contacto. Entre ambos comenzó a salir humo, acompañado de un sonido crepitante y mucho pero mucho calor.

El Sol adquiría un brillo hermoso, nunca antes visto. Seguía creciendo y elevándose, arrastrando a la Luna con él. Pero esta no disfrutaba en lo absoluto:

-¡Amor, me haces daño!.Detente por favor.-

Su amante estaba ciego, sordo. Los ojos brillaban mirando arriba y el corazón se podría en la mayor de las ambiciones. El subía y ella gritaba.

Así, transcurría ante todo el universo la más bella y terrible historia de superación personal.

La Tierra al darse cuenta que su miedo se había materializado prosiguió a separarlos avalanzandose contra ambos. La mitad de su flora fue destruida pero lo logró. Aún así era tarde. La joven e inocente Luna la miraba desconsolada, sin decir palabra alguna.

La que fue una tierna y pálida cara angelical ahora mostraba un aspecto horrendo, deforme. El Sol ni se veía bien dada la altura que alcanzó. Brillaba tanto en lo más alto que nadie supo jamás si se volteó a mirar, a disculparse, a mirar a su amada con el corazón roto.

Los siglos pasaron. Sin embargo el firmamento recuerda y el universo no permitirá que se repita una historia así. Ahora los atardeceres son breves, las noches más frías, la tierra sigue dando rosas rojas, pero espinosas en ofensa a su antiguo amigo el Sol y como recordatorio a la inocente y quebrada Luna. Cuentan algunos que hay ocasiones en que ambos coinciden al amanecer. Él, vestido de oro, la mira llenando el cielo de matices. La Luna ya no se queda y solo muestra su espalda. Nadie más ha visto la cara que un narcisista oculto llenó de besos. Nadie más sabrá si ha vuelto sonreír aquella cara de niña herida: la cara quemada de la Luna.

La Metáfora De Los 7000 MillonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora