"Pedro y el ángel"

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Ocaso del 31 de diciembre del año 2100. La percepción del tiempo ha cambiado. No importan mucho las fechas y calendarios.

Pedro abre los ojos casi terminando la tarde. Siente como si hubiera dormido décadas. Mira sus limpias manos y percibe la sangre circulando otra vez,  la fuerza que vuelve a ellas. Apoya una en el suelo para levantarse y comienza a mirar a su alrededor. Se encuentra en lo profundo de un foso con paredes de tierra. Su cuerpo raquítico al desnudo le asusta y no sabe por qué, quizás por la delgadez extrema que alerta a su subconsciente de que algo anda mal. Levanta la mirada y allí está el cielo, llenándose lentamente de estrellas, infinito y puro.

Han pasado algunas horas y aún no se ha escuchado un solo ruido desde fuera del foso. La calma es aterradora y el  silencio es sólo interrumpido por el estrepitante sonido de su cuerpo colisionando contra el suelo en cada intento por escalar aquella terrible pared de tierra fangosa.

Un buen rato después, ya con hambre, sueño, sin ropas y mucho frío decide descansar y guardar energías para el día siguiente. La lenta y solitaria noche fue casi eterna hasta que los primeros rayos de luz hicieron que aumentara la iluminación en el foso y los ojos del joven se abrieran por segunda vez, almenos que él recordara.

Delante tenía servido un gran plato metálico con comida que olía muy bien. También veía frutas frescas  por todo el suelo del lugar, así como ropa limpia en una esquina.

Detrás de él estaba el ángel, viéndolo con ternura. Pedro aún no lo veía. Estaba ocupado vistiéndose, comiendo, incluso intentando llevar a cabo ambas acciones a la vez.

El ángel se presentó ante él. Al principio el joven, como cualquier otro humano, tembló de miedo por tanta grandeza. Con el paso de los días fue acostumbrándose a la presencia de ese ser con mirada inocente, sin rastro alguno de maldad, que terminó siendo un gran amigo.

De hecho mirándolo sin parpadear durante horas, era imposible encontrar en la perfección de su rostro algún gesto de desagrado ante cualquier petición que Pedro hiciera. Bueno, casi cualquier petición pues por mucho que el chico rogara el ángel siempre le negaba la salida del foso. Le traía toda la comida que quisiera, la ropa que deseara, le dió un cuerpo atlético con algunas similitudes al suyo(aunque muy distante de alcanzar tan envidiable figura) y lo hizo fuerte, como el más imponente humano que haya existido.

Todas las mañanas el ángel aparecía y Pedro le preguntaba que había visto en su búsqueda de provisiones fuera del foso. Las respuestas eran fantásticas:

-Hoy el cielo estaba despejado en toda su extensión. Los jardines florecen por la llegada de la primavera, las aves cantan en las montañas y la yerba brilla con un verde intenso. El olor de la tierra mojada en las mañanas es maravilloso. La gente canta apasiblemente bajo la sombra de grandes árboles.

Los ojos de Pedro brillaban cada vez que escuchaba la descripción dada por su amigo. Sentía gratitud por todo el bien que le había hecho, pero algo malo se había colado en aquella humana cabecita, y crecía como una semilla plantada en tierra fértil. Pedro ya no se conformaba con historias de un mundo que podía ver con sus propios ojos.

Cada día que pasaba le prestaba menos atención a lo que contaba aquel ser alado lleno de bondad sin interés, algo que también desconcertaba a Pedro. Como simple humano no sabía de otra bondad que no fuera la previa a conseguir algo de alguien.

Así, poco a poco, comenzó a rechazar la comida del ángel. Este no entendía por qué, y solo traía de otras clases y sabores. Ya Pedro no conversaba, prefería mirar al cielo mientras el  ángel sufría porque algo en su amigo estaba muriendo. En realidad algo malo nacía.
Durante las noches, en ausencia del ángel, Pedro pasaba horas mirándose en un espejo recientemente traído a la muy cómoda prisión. No entendía porque si tenía tanto poder su supuesto protector no le dió alas grandes y doradas como las de él, o un cuerpo de igual estatura, con músculos más notables y perfectamente definidos. Pedro ya era formidable en todos los aspectos, pero se sentía poco al lado de aquella criatura sin arrugas ni cicatrices, de ojos cristalinos y mirada tierna. Se sentía amenazado por un alma incapaz de matar una mosca siquiera. Solo, en la oscuridad, Pedro pensaba:

-¿Por qué mis ropas no brillan como las suyas? ¿Por qué él surca el cielo mientras yo me pudro en un foso? Me dió fuerza, pero no la suficiente para vencerlo. Es un falso amigo pues me hizo bien, pero claro está que no soportaría verme mejor. Algo debo hacer cuanto antes. Debo adelantarme a sus planes contra mí.

Otro amanecer llegó y aquel ángel lleno de amor venía como de costumbre con las manos desbordadas de alimentos y encargos. Paranoico pero sereno, el inquilino del foso se levantó a  saludarlo. El ángel notó que los ojos del muchacho estaban irritados y cansados,  como de no haber dormido en toda la noche. No desconfía, más bien recibe con agrado un abrazo. En cuestión de segundos un pedazo afilado de metal proveniente de aquel primer plato de comida le atravesó la espalda, guiado por una mano embarrada de envidia. Mientras lo abrazaba con fuerza, Pedro lo apuñalaba en cuánto centímetro de piel encontraba disponible en su espalda. Cuchilladas iban y venían pero el bello ser solo lo abrazaba más fuerte. La sangre hacía resbalar los dedos que intentaban aferrarse a la suave piel, seguirla mutilando.

El ángel moría lentamente en el suelo. Eufórico y excitado, su "vencedor" no prestó la mínima atención al horrendo espectáculo. Parecía poseído. Cortó las alas de quien un día lo alimentó y salvó del frío con la misma indiferencia con la que se despoja de la cáscara a una fruta cualquiera. Le quitó las ropas y se las puso también.

Portando lo que nunca le fue dado, miró al cielo y alzó vuelo. Por fin gozaría del paraíso terrenal que su antiguo protector y compañero no quería compartir con él. Era el momento de brillar entre los campos y de respirar el aire que se le había privado por maldad y egoísmo de un ángel opresivo, merecedor según su nueva forma de pensar, de morir desangrado donde nadie lo viera. Era así el nuevo pensamiento de Pedro. La envidia no solo le goteaba como la sangre de las manos, al parecer circulaba hace ya tiempo en su cabeza.

Salió disparado del hueco de tierra que tanto tiempo lo tuvo cautivo pero inmediatamente algo frenó su avance. Terrible susto el que se llevó al ver lo que había afuera. No habían plantas, praderas, colinas, ni siquiera aves como su amigo le había dicho. En el aire rondaba el olor a muerte y gritos con sonidos de lucha se escuchaban en la lejanía. Las columnas de humo se elevaban al cielo como banderas de la miseria que reinaba en ese mundo. Solo tristeza y desolación encontró en su anhelada meta. Al principio se sentía engañado por el ángel pero lentamente fue descrifrando el motivo de su cautiverio, así como de las mentiras de su amigo.

Pedro comenzó a temblar. No quería creer lo que había hecho. Muy pronto las alas se pudrieron, pues no eran suyas. La ropa igual se desgastaba. Fue entonces hallándose solo y asustado como al principio que entendió sobre la naturaleza de la envidia y cuan rápido e incluso alto puede llevarnos, pues el precio que se pida lo pagamos sin pensar.

El ángel no tuvo tiempo de aprender nada. Supo proteger brillantemente a un amigo del mundo exterior, pero nadie puede salvar a otro de sus propios demonios, principalmente cuando el portador insiste en alimentarlos.

La Metáfora De Los 7000 MillonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora