Treinta y nueve | Derechos

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"No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.", Jiddu Krishnamurti.


Tokio, Japón

Domingo 29 de septiembre de 2013, 10:59 p.m.

—¡Están con ellos!

Las exclamaciones de júbilo de la señora Yagami se mezclaron con los gritos de felicidad del resto de los padres. La visión de la pantalla completamente oscura, lejos de preocuparles, les daba una tranquilidad que no esperaban. Setsuko abrazó a Michael.

—¡Lo conseguimos! —dijo.

Y el chico lo entendió sin problemas. Le correspondió el abrazo, sonriendo, y devolvió su atención a la pantalla mientras los padres a su alrededor respiraban aliviados.

—¿No podemos seguir viéndolos?

—Solo nos queda ser pacientes, señora Tachikawa —respondió Natsuko—. Si no podemos verlos a partir de ahora es por el bien de los chicos y por el de los digimon.

La China, Whisimbell

La caída de los digimon sobre el suelo de roca los desconcertó tanto que, en apenas un instante, se formó un silencio tan imponente que solo pudieron escuchar el rugido del volcán en algún lugar al que no parecían poder acceder. Matt y Ken habían dejado de forcejear, y los llantos y gritos de todos habían cesado de golpe. Pandora no disimuló su asombro, pero el ambiente en aquella cueva se había tensado tanto que no fue capaz de articular ninguna palabra acerca de los digimon.

Los monstruos digitales no se detuvieron a saludar a sus compañeros; se pusieron en guardia y tensaron sus cuerpos pequeños ante la gran masa de músculo y escamas que suponía Syrleys. Tentomon, Piyomon y Patamon se mantuvieron en el aire.

–Hemos llegado lo antes posible –habló Gabumon–. Matt, ¿estás bien?

Aunque Gabumon no lo miraba, el chico no pudo hacer más que asentir, aturdido, mientras se incorporaba con dificultad, con la ayuda de Ari. La piel de su pecho, de su abdomen y de sus piernas se había enrojecido debido a que la roca sobre la que lo había placado Jake parecía cada vez más caldeada. Pero no le prestó atención a su propia piel.

–Davis...

–Veemon, aguarda –Hawkmon lo detuvo antes de que se dirigiese a su compañero–. Tenemos que ayudar a los demás.

–El juego se ha terminado, Elegidos –la voz robótica y aburrida de aquel hombre se escuchó por todos los recovecos de la cueva, pero nadie le prestaba la suficiente atención como para entender del todo sus palabras–. Se acabó. Habéis perdido contra Syrleys y ahora tan solo os queda perecer en Whisimbell.

–Izzy –Sora fue la única capaz de escucharlo, y no dudó en atrapar el rostro de su amigo entre sus manos para obligarlo a mirarla a los ojos–, ¿has oído eso? ¿Has oído lo que ha dicho?

El chico, consternado, alternaba su mirada vaga entre ella y los digimon. Tras unos segundos, pudo negar con lentitud.

–Ese hombre ha dicho que hemos perdido el juego –insistió Sora–. ¿Hemos perdido el juego, Izzy? ¿Lo crees así?

Él tragó saliva y agachó la cabeza. Su cerebro había dejado de responderle como lo hacía normalmente, por lo que las ideas que pasaban por su mente se iban de la misma forma, a tal velocidad que no se veía capaz de procesarlas ni de quedarse con alguna. Clavó la mirada en el traje rojo de su amiga, miró el lado izquierdo de su pecho e intentó concentrarse en el bordeado de las letras que componían su nombre, como si no lo conociera ya de sobra. ¿Qué había dicho? ¿El juego? ¿Perdido?

Digimon Adventure: WhisimbellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora