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Yuuji fue despertado de la nada, haciendo que se espantará y levantará en apenas un segundo, a su lado derecho estaba Junpei y frente de él a su alfa.
Se talló sus ojos pensando que estaba alusinando.
Se había quedado dormido por lo que le hizo Sukuna aquel día. El sueño se le fue cuando supo que todo era real.
— Yuuji, tenemos que irnos. — parecía como una eternidad desde la última vez que lo escuchó.
Su corazón latió con fuerza y sus ojos se pusieron cristalinos para después empezar a llorar.
Un montón de lágrimas brotaban de sus ojos y pasaban por sus mejillas haciendo un mismo camino hasta caerse en aquel duro suelo que no extrañaría.
Se abalanzó hacia su alfa, abrazando el cuello y ocultando su rostro justo en el hueco del cuello donde estaba la glándula de olor. Aspiro aquel delicioso aroma a café que tanto extrañaba.
— Yuuji. — habló Nobara que se encontraba igualmente ahí, sólo que hasta atrás para vigilar junto a un par de guerreros más.
— Esta bien, déjalo. — habló Megumi para luego incorporarse - ya que anteriormente estaba incado - y cargar al pelirrosa que sólo rodeo sus piernas a la cadera de su pareja.
El omega les siguió saliendo de aquella celda después de mucho.
— Vámonos. — todos asintieron ante la orden de la alfa. Los demás guerreros se quedaron al frente.
Todos caminaron hacia la salida de aquel horrible y húmedo lugar.
Itadori dejó de llorar una vez salieron de aquel sótano. Alzó la mirada y vio a su amiga quien le sonrió levemente y él le copio la acción.
Limpio sus lágrimas con rudeza dejando sus mejillas levemente irritadas.
— ¿Ya estás mejor? — preguntó el único omega.
— Sí, gracias. Megumi ¿podrías bajarme? — el mencionado asintió, para que el beta tocará con sus pies el suelo.
La pareja se observó un rato, queriendo que fuera más que solo unos segundos, pero el momento no era el indicado y eso se los hizo saber la otra alfa.
— Hey, luego sus cursilerias, vámonos ya.
— ¿Qué está sucediendo ahora?
— Los demás están distrayendo a los del clan del Sur, le daré un aviso a Maki por la marca cuando estemos lo suficientemente lejos. — el beta sintió y entrelazó las manos, el azabache apretó aquel agarre mucho más.
Y aquella pequeña escolta salió a escondidas de lo que parecía ser un castillo.
Se escabulleron en el frondoso bosque que rodeaba aquel sitio para no ocupar aquel camino y pequeñas cabañas de los habitantes de aquel lugar.
