024 | EL LUGAR PERFECTO

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EL LUGAR PERFECTO

—Cuidadito con lo que haces, Longbottom —Goyle dijo, después de haber placado a Neville contra Crabbe. 

—Cuidadito con lo que haces tú, babosa —apareció Layla en la escena, metiéndose en la conversación. 

Las dos serpientes la miraron con sorpresa, aunque pronto sus neuronas no dieron para más y continuaron con su camino. La joven se colocó al lado del león y le dio un suave golpe con el codo. El chico, con las mejillas rojas, le dedicó una mirada de un par de segundos y luego bajó la vista al suelo. 

—¿Ya tenemos un sitio para vernos? —le preguntó. Neville negó, poniéndose cada vez más rojo.

Giraron juntos la esquina, pasaron de largo los primeros metros de pared y fue entonces cuando ocurrió. El sonido como de piedras rozando unas con otras llegó a los oídos de ambos. Frenaron en seco, se miraron por unos segundos y acabaron girándose. Ahí estaba, una puerta que nunca antes ninguno había visto antes. 

Neville corrió a buscar a sus amigos, mientras Layla se quedaba esperando en aquella enorme sala que había completamente nueva, examinándolo todo. A los diez minutos aparecieron Hermione, Harry, los gemelos Weasley y Longbottom. La rizada se acercó a ellos, dedicándole una sonrisa concretamente a Fred, que la observaba con cierto orgullo. 

—Lo habéis conseguido, chicos —habló Hermione, mirando asombrada las paredes, suelo y techo de la enorme y amplia habitación—. Habéis encontrado la sala de los menesteres. 

—¿El qué? —preguntó Ron confundido. 

—También conocida como la sala que viene y va. Solo aparece cuando una persona realmente la necesita. Y está siempre equipada con las necesidades del buscador.

—¿Como cuando necesitas ir al baño, por ejemplo? —volvió a preguntar.

—Qué delicado, Ronald. Pero sí. Esa es más o menos la idea. 

—Qué pasada —murmuró Harry—. Es como si Hogwarts quisiera que contraatacáramos.

—Y quiere que lo hagamos —dejó caer la serpiente de su boca, asintiendo. Repasó al grupo entero con la mirada y acabó fijándose en un pelirrojo concreto. Otra vez.

— o —

—¡Expelliarmus! —exclamó Neville. Había pillado a Harry desprevenido, y la varita salió disparada de la mano de este—. ¡LO HE CONSEGUIDO! No lo había hecho nunca. ¡Lo he conseguido! 

Los más cercanos al chico aplaudieron y le dieron la enhorabuena. Parecía un niño pequeño abriendo sus regalos de Navidad y descubriendo que aquella escoba nueva que había pedido le había sido otorgada. La Cunningham no pudo evitar exclamar un "¡Bien, Longbottom!". Justo segundos después, George hacía volar su varita por los aires. 

—Acabas de hacer trampas —le reprochó ella. 

—Debes estar atenta en todo momento —se defendió él, sonriéndole. Fred negó con la cabeza a su lado y en cuestión de segundos hizo volar la varita de su gemelo a unos metros de él. 

—Debes estar atento en todo momento —le repitió con burla. 

—¡Harry! —gritó Hermione. En su cara podía verse el apuro—. ¡No has mirado la hora! ¡Son las nueve y diez! 

Layla abrió los ojos de golpe. Llevaba toda la tarde desaparecida y sus amigos podían empezar a sospechar, cosa que no quería en absoluto. Recogió su varita y su mochila murmurando una y otra vez "Mierda, mierda, mierda" y salió casi disparada de allí, corriendo a su sala común. Para su desgracia, ningún otro integrante del Ejército de Dumbledore era de Slytherin, lo cual ponía la búsqueda de su excusa en un muy mal punto. 

Por suerte para ella, y menos mal que hubo algo de esta, cuando entró a su habitación sus compañeras ya dormían. Se cambió de ropa en silencio y se metió en la cama del mismo modo, tapándose con las mantas hasta el cuello y soltando un largo suspiro. Había sido un primer día de entrenamiento de locos. Aquello sí era aprender a defenderse de verdad. Algo le decía, quizá un sexto sentido o una corazonada, que lo necesitaría más adelante. 

Sin saber muy bien cómo ni cuándo, pues solo recordaba haber cerrado los ojos unos instantes, acabó durmiéndose. Para cuando quiso darse cuenta ya se estaba despertando al día siguiente, con la melena hecha un matojo de nudos y muy pocas ganas de hacer cualquier cosa productiva como las clases podían ser, por ejemplo. Lo único que le animaba era pensar que dentro de poco sería navidad, y que desde luego, pensaba pasarlas en el colegio en vez de volver a casa. 

Magnus y Layla se encontraron de camino al Gran Comedor. Como esperaba la chica, ninguno de sus amigos sospechaba nada de su desaparición durante toda la tarde. Entre los hermanos hablaron de varios temas variados, aunque solo uno interesó de verdad a la rizada: las vacaciones de navidad. El varón de los Cunningham sí volvería a casa, la fémina no. Para su sorpresa, Magnus entendió su posición. Algo que agradeció.

—Les diré que tienes cosas que hacer aquí —dijo él. Su hermana asintió con la cabeza, todavía sin decir nada—. Trabajos, o estudiar. No sé. Tampoco sé si me creerán, pero por intentarlo... 

—Gracias, Magnus —respondió, clavando los ojos en los de su mellizo. Fue inevitable no pararlo allí mismo y rodear con sus brazos el cuerpo del otro, con fuerza. Hacía mucho que no se abrazaban—. No sé qué haría sin ti.

—Seguramente nada, eres demasiado idiota —se burló. Odiaba cuando le hacía rabiar de esa forma, pero en esos momentos parecía casi agradable. Casi. 

Al entrar en el Gran Comedor, la única preocupación que se implantó en la mente de la morena fue la de acabar con las dos tostadas que se había servido. Una de las personas que estuvo con ella la noche anterior en la clase de defensa levantó la mano para saludarle al pasar entre la mesa de Gryffindor y Slytherin. Helena frunció el ceño confundida, al igual que Erik. Solo estos dos se percataron del gesto. Cuando miraron a la receptora, esta se encogió de hombros. Maldita sea, qué idiota.

Lachlan apareció en la escena, con una chica muy guapa a su lado. Layla levantó la vista para observarles, con el ceño ligeramente fruncido. Él tenía una mano sobre su culo y ella jugueteaba de manera tonta a su lado. Antes de despedirse del águila, le plantó un buen morreo en los labios. La mueca de la serpiente se transformó en una de desagrado. Hasta ese momento creyó que los de Ravenclaw eran inteligentes. Al parecer no todos.

—Vale, tío. Lo hemos pillado —Culman soltó, con una sonrisa torcida pero picante en su cara—. Te has pasado un nivel en la vida con ese pibonazo. Ahora deja de comer pan delante de los que no tienen dientes. 

Neybur se sentó a su lado, sonriendo sin enseñar los dientes, y al dejarse caer sobre la banqueta, le dio una colleja a su amigo. Tan pronto como su trasero tocó la madera, clavó sus ojos como dagas en los de Layla. La observaba como si hubiese hecho aquello para provocarla, cuando lo único que le había dado era asco. La fémina maldijo mentalmente porque Umbridge no estuviera en aquellos momentos en el comedor. 

Al final del desayuno, la chica Cunningham se adelantó al resto de su grupo. Había olvidado una de las redacciones de Snape en la habitación. Alguien la llamó cuando salía del Gran Comedor, plantándose pronto a su lado. Era George, junto a Hermione y Ron. Los dos primeros la observaban con una pequeña sonrisa en los labios, la del chico más amplia que la de ella, pero Ronald la miraba con indiferencia, inexpresivo realmente. 

—Queríamos darte algo —dijo la joven, dándole un codazo al mayor de aquel trío. 

—Oh, sí. Es verdad. Un segundo —George rebuscó en los bolsillos de su túnica, sacando de este un pedazo de pergamino doblado—. Toma.

—Léelo cuando estés sola. 

—Cuando sepas la respuesta, danos un toque. Tenemos que dar el aviso. Si no, mamá se enfadará. 

my darling ; fred weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora