017 | EL CHIVATO DE TURNO

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EL CHIVATO DE TURNO

—No lo entiendo. 

Layla descruzó sus piernas y las dejó caer por el lateral del colchón, poniéndose en pie y caminando sobre las maderas, que crujían bajo el peso, hacia la cómoda que le pertenecía del dormitorio. Sacó de esta un pequeño cuaderno hecho con piel de animal (algo con lo que no estaba del todo de acuerdo pero que le habían regalado) y volvió a subirse al colchón, sacando antes de su mochila una pluma y algo de tinta. 

Pronto tuvo la punta de la pluma corriendo sobre el papel, generando letra tras letras y creando de esta forma varias oraciones y frases que finalmente formarían una nueva carta para sus padres. La joven juraba que su padre le había afirmado al menos año y medio atrás, cuando sacaron el tema una vez en el hogar, que no conocía a Alastor Moody. Sin embargo, ayer parecía tener una curiosidad especial por ella cuando se quedó observándola al hablar con uno de los Weasley, razón por la que tuvo que disimular de manera tan brusca. También aquella noche en la que fue pillada junto a los gemelos. 

Cuando la tuvo terminada, arrancó la hoja e hizo un pequeño rulo con ella, enrollándola con un pequeño trozo de tela, con la cual formó un lazo. Salió de la habitación rumbo a la lechucería y sonrió a su búho una vez estuvo dentro de la estancia, pero esa sonrisa desapareció al ver que el animal acababa de llegar y parecía cansado. Con el ceño fruncido analizó que estuviera bien y se sintió confundida al ver que llevaba algo atado a su pata. Lo tomó y comenzó a leer, notando el corazón en un puño. 

Hablaban de una charla seria en cuanto acabara el curso, los cuatro juntos. Entre otras muchas cosas, claro. Cosas que, desde luego, no le estaba gustando leer. ¿Cómo podía haberse enterado? Dejó un beso en la cabeza de Nanook, su búho, y arrugó la carta que recién había escrito ella, para después colarla en uno de sus bolsillos. Guardó también la recibida, intacta, en el otro bolsillo y salió de la lechucería. 

Por el camino se encontró con Helena, con la que intercambió un par de palabras. Su amiga la vio rara, de hecho se lo comentó, pero Layla no quería pararse a hablar del tema, simplemente continuó con su camino de vuelta a la sala común. Pronunció la contraseña alta y clara y una vez dentro cogió sus cosas para subir nuevamente, esta vez al Gran Comedor. Buscó a su hermano con la mirada, suponiendo que estaría allí zampándose junto con Erik medio menú de cada alumno, y los vio a lo lejos. 

—¡Y de repente cayó como seis metros de alto el muy imbécil! —contaba el pelinegro a su mejor amigo, gesticulando y riéndose. La rizada se sentó junto a él y se echó algo de agua para después dar un gran trago—. Hey, hola. Parece que hayas visto a un fantasma. Estás pálida.

Magnus analizó el rostro de su hermana con cierta preocupación, comprobando que así era y que su amigo no mentía. Entonces frunció el ceño, chasqueando los dedos delante de la cara de la chica para llamar su atención. Cuando esta le miró, habló:

—¿Pasa algo? 

—Una carta de papá y mamá. Han respondido a mi correo, pero no por nada de todo lo que yo les dije —dijo. Estiró el brazo para ofrecerle el pergamino y volvió a beber. 

El Cunningham leyó cada palabra, a cada una peor mueca, y luego arrugó el papel. Sus ojos se clavaron como dagas en los de su melliza y tensó la mandíbula. No le gustaba lo que acababa de leer. Llevó el pan a su boca y le ofreció un mordisco rabioso, para enseguida masticar con enfado. Tras tragar eso, habló otra vez. 

—¿Cómo lo han sabido?

—¿No lo sabes? —se puso a la defensiva la rizada. Seguía mirándole—. Se lo has dicho tú.

—¿Pero qué me estás contando? —estalló el moreno, echándose hacia delante sobre la mesa—. ¿De verdad te piensas que he sido yo?

—¿De qué estáis hablando? —Erik, confundido y mirando a uno y a otro continuamente, cuestionó. 

—¿Quién si no? 

—Yo no le he dicho que te juntas con esa gente, ¿vale? No me acuses de esa mierda.

—Sentarme en clase con uno de ellos porque no quedan más asientos libres no es juntarme con ellos.

—¿Y veros en Hogsmeade tampoco? —al pronunciar eso, sus cejas se alzaron. Pilló por sorpresa a su melliza, quien no esperaba para nada ese comentario—. Mira, Layla, me da igual con quien te juntes, es tu puñetera vida y tus decisiones, pero si me preguntas te diré que estás loca al si quiera hablar con ese tipo de... lacra, precisamente por lo que nuestros queridos padres te han escrito en esa dichosa carta. Yo no les he dicho que te vas juntando con los pelirrojos. 

Erik seguía cotilleando sobre el tema, pero hasta esas últimas palabras no comprendió de qué iba el asunto. El señor y la señora Cunningham habían descubierto ese par de encontronazos de Layla con los gemelos y en aquel comunicado recibido dejaba en claro que estaba en serios problemas. ¿Por qué? ¿Por qué esas amenazas que le habían escrito? Simplemente estaba hablando con ellos y ya está. El puño de la joven se cerró tanto que acabó clavándose las propias uñas en su piel, llegando a hacerse pequeñas heridas. 

Enfadada, dio un golpe a la mesa que llamó la atención de varios alumnos cercanos a ellos y se levantó del asiento hecha una furia. Estaba segura que de estar vacío el Gran Comedor, sus fuertes pisadas habrían hecho incluso más ruido que un grito en la sala. A metros por delante de ella y en la dirección contraria entraba Lachlan, acompañado de una chica de Slytherin. El chico abrió la boca para hablar, pero lo único que pudo emitir fue un quejido ante el empujón de la rizada para salir de allí. 

Por Merlín, el nudo en su garganta empezaba a ser molesto, muy molesto. Conforme avanzaba por los pasillos, su túnica creaba pequeñas pero peligrosas olas tras ella. Ahora mismo era como una corriente de agua imposible de controlar, una de esas que te atrapan. Al llegar a la base de la Torre de Astronomía, se lanzó a los escalones, subiéndolos casi de dos en dos. Su pulso acelerado y sus ojos a punto de explotar en dos cataratas. Tan pronto como se vio en mitad de la sala, sola, gritó a todo pulmón. 

Su grito duró por lo menos cinco segundos largos. Entonces se echó a llorar, pero no por tristeza, si no por rabia. ¿Qué clase de padres amenazaban a su hija de la forma que los suyos acababan de hacerlo? 

—¡JODER! —cogió uno de los libros que encontró por ahí y lo lanzó con enfado contra la pared. 

La persona que en ese momento entraba en la torre tuvo que apartarse de un pequeño salto para que su cabeza no se viera aplastada por aquel tomo. Layla observó en silencio, tratando de recuperar el aliento aún, a Harry Potter, quien mostraba preocupación en su cara. ¿Qué hacía allí?

—A tu favor diré que... —se agachó a recoger el libro y lo meneó una vez en el aire antes de dejarlo sobre el mueble donde antes había descansado—... a mí tampoco me gusta mucho esta asignatura. 

—¿Qué haces aquí? —dejó escapar las palabras la Cunningham, girándose para que no la viera en ese estado. 

—Supongo que lo mismo que tú. Me gusta venir aquí para no pensar en nada y estar solo. Ahora con el torneo vengo más de lo que me gustaría —confesó, caminando hacia una de las barandillas y apoyando las manos en esta. Al ver que la serpiente no le decía nada y seguía evitándole, añadió algo más—. No tienes que avergonzarte por desahogarte, ¿sabes? 

—Tengo que irme —habló, levantando la barbilla y cogiendo algo de aire para prepararse mentalmente a recorrer el camino a su dormitorio. Sus pies ya la guiaban a la puerta, pero le frenaron ahí. Se giró parar mirar al chico de gafas y se quedó un par de segundos así—. Gracias, Harry —dicho aquello, sí que se fue.  

my darling ; fred weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora