008 | LOS ELEGIDOS

1.4K 120 4
                                    

008
LOS ELEGIDOS

El Gran Comedor estaba abarrotado. Si de por sí cualquier otro curso los alumnos parecían no caber casi en sus respectivas mesas, ahora con los de Durmstrang y los de Beauxbatons entre ellos era una completa locura. Aunque diferenciar a unos de otros era bastante sencillo. Layla los había clasificado como los pijos y las bestias. Se humedeció los labios, observando fijamente el cáliz, con curiosidad. Dentro de un rato este escupiría los pedazos de pergamino con los nombres de los tres seleccionados escritos en diferentes papeles y caligrafías. Ella ni ninguno de sus amigos se había presentado, pero resultaba inevitable sentir el corazón en un puño de los nervios que la invadían por dentro.

El banquete de Halloween dio comienzo, y como era normal, a la gran mayoría parecía estar haciéndosela eterna la espera. Todos estaban pendientes de que llegara la hora de la gran noticia. Las piernas de las personas se movían nerviosas (no de todos), al igual que varios cuellos se giraban continuamente hacia los profesores. ¿Acaso no empezaría nunca aquello? Cuando por fin la cena llegó a su fin, justo cuando la morena depositaba su servilleta tras limpiarse las comisuras sobre la madera de la mesa, Dumbledore se puso en pie.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —dijo. Magnus murmuró lo nervioso que estaba—. Según me parece, falta tan solo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de aquí al lado. 

Todos entendieron sus palabras. El hombre sacó la varita y realizó con ella un movimiento en el aire. Al instante se apagaron todas las velas a excepción de las que estaban en el interior de las calabazas. Por ello la estancia quedó a oscuras. Layla notaba a su mellizo removerse impaciente en el asiento. No había ni una sola cosa más allí, entre todos ellos, que brillara más que el cáliz en esos momentos. 

—Ya empieza —comentó Amanda, sonriente. 

De repente, las llamas del objeto se volvieron de un tono rojo radiante y cientos de chispas explotaron. Del tope brotó una lengua de fuego y un trozo prácticamente carbonizado de pergamino salió volando. La estancia entera ahogó un pequeño grito. Nunca habían visto algo como aquello. Dumbledore pronunció el nombre del primer campeón: Viktor Krum, de Durmstrang. De nuevo se repitió la escena, saliendo el segundo campeón: Fleur Delacour, de Beauxbatons. Y una tercera y última vez, con el tercer campeón: Cedric Diggory. 

—¡Maldita sea! ¿¡Él!? —Erik golpeó la mesa con el puño cerrado.

—Puse todas mis esperanzas en Warrington.

—Y yo, Helena —Fluth añadió, con una mueca en la cara. 

—Bueno, supongo que sabemos quien... —el varón de los Cunningham empezó a hablar, pero frenó en seco sus palabras. Señaló al cáliz confundido, al igual que casi todos en el lugar, y ocurrió algo que nadie creyó. Dumbledore no pareció darse cuenta mientras hablaba, en un principio. 

—¡Estupendo! Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a... —el director soltó el inicio de su discurso, con una sonrisa. Esa misma sonrisa se desvaneció instantes después, mientras se giraba para mirar lo que todos observaban.

El viejo enganchó al aire el nuevo trozo quemado de pergamino, confundido, como el resto. Miró el nombre escrito en él y tras aclararse la garganta, habló en un tono serio y firme:

—Harry Potter.

— o —

—¿Se puede saber como ha podido meter su nombre en ese maldito cáliz? ¡Incluso en un año donde debe pasar desapercibido no lo hace! 

Layla se dejó caer sentada en el colchón unos segundos. Las otras dos chicas le siguieron, pero cada una se acomodó en su respectiva cama. La melliza se encogió de hombros, indiferente, mientras sacaba de debajo de la almohada su pijama y se deshacía con tranquilidad de las prendas del uniforme. Llevaba un buen rato dándole vueltas y la única conclusión a la que había llegado había sido pensar que algún mayor introdujo su nombre por él. Quizá se lo pidió. Aún así, ¿por qué razón querría participar? ¿Es que acaso quería morir? No lo conocía muy bien, pero por Salazar, no pensó nunca que de verdad le gustara tanto llamar la atención de la muerte. Tal vez estuvo equivocada todo este tiempo. 

—¿Qué más da? —la rizada terminó de ponerse el pantalón del pijama y se metió en la cama, clavando la vista en el techo—. Aunque me sorprende. Siempre ha necesitado de sus amigos para todo y en las pruebas estará completamente solo. 

—Está loco, os lo he dicho mil veces —añadió Helena. Ella también estaba ya colada entre las sábanas. 

El tema continuó entre Fluth y Mushroff, pero Cunningham desconectó de ellas al completo. Corrió las cortinas para entrar en su propio mundo y se colocó de lado, abrazada a la almohada. Empezó a pensar en varias cosas, hasta que, sin darse cuenta, sus pensamientos terminaron en la noche con los gemelos y Moody. ¿Qué estaría haciendo cuando se fueron? ¿Qué irían a buscar los otros dos? Sentía que todo a su alrededor era un misterio tras otro y no le gustaba. No le gustaba nada. Odiaba no entender algo, sentirse rodeada de incertidumbre.

Poco a poco sus párpados fueron pesando más y más, hasta que se cerraron. A la mañana siguiente ni si quiera entendió por qué en su sueño había aparecido George. Sí, el mismísimo George Weasley. Ambos paseaban juntos, y de la nada, Fred le golpeaba con un libro sin querer, al pasar corriendo por su lado. En fin. Al final los sueños no eran más que eso: sueños. Lachlan tenía razón, las fotocopias estaban demasiado cerca de ella últimamente, física y mentalmente.

my darling ; fred weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora