025 | LAS VACACIONES

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025
LAS VACACIONES

—¡Ya estáis aquí! —exclamó la voz de una mujer.

De pronto, los nervios se instalaron en el estómago de Layla, quien observaba a la señora Weasley con una leve sonrisa, sin enseñar los dientes. Fred se quitaba la bufanda alrededor de su cuello mientras George repetía el mismo gesto. Dado que la joven no llevaba, se desvistió del abrigo.

Aquella pelirroja regordeta y de mejillas rojas envolvió el cuerpo de la chica sin pensarlo ni un segundo, inclinándose de un lado a otro mientras la achuchaba. Era complicado describir lo que se sentía un abrazo lleno de aquel cariño. Cariño que realmente no tenía ni pies ni cabeza, pues acababa de conocerla. Pero se sentía muy bien.

—Feliz Navidad, señora Weasley —pronunció Layla mientras se separaban. La mujer la examinó de cerca, colocando las manos en sus mejillas.

—¡Fíjate! Eres guapísima —exclamó. Ahora sus pulgares acariciaban su rostro. Demasiado afecto quizá, pero por alguna extraña razón seguía estando cómoda—. Y llámame Molly, cielo. No quiero sentirme tan vieja.

Layla rio por lo bajo, un poco avergonzada. Los gemelos reían también, aunque con burla, a la espalda de su madre. Cuando la mujer se fue, la chica golpeó el brazo de George, para luego dedicarle una mirada asesina a su gemelo. Acto seguido, se deslizaron hacia el final de la casa, donde se sentaron en la enorme y larga mesa. Seguía ciertamente incrédula con la idea de que la familia Weasley (y acompañantes) hubieran accedido a invitar a una serpiente como ella. Más aún conociendo de qué familia era procedente.

En casa tenían una mesa parecida a aquella, pero todavía más estirada. Cuando sus padres hacían reuniones con amigos suyos había veces que incluso faltaban sillas. Pero aquella era muy diferente, porque sí, tal vez aún no estuviera llena (no sabía si se llenaría o no alguna vez a lo largo de la noche), pero a pesar de ser pocos el ambiente se sentía acogedor y cercano.

Molly acercó al señor Weasley a la mesa en una silla de ruedas, quien nada más llegar agradeció a Harry el haberle salvado. Parecía malherido. Layla miró curiosa a Fred, que por lo bajo le contó que el chico soñó que Arthur yacía herido en algún sitio. Al parecer tuvo razón, como una premonición o algo por el estilo, y gracias a eso pudieron salvarlo.

Después de la cena, la mujer pelirroja exclamó: ¡regalos! E instantáneamente se acercó a uno de los muebles de la sala y comenzó a repartir varias cajas. A los gemelos, con los que hubo algo de confusión y a los que finalmente les repartió erróneo, a Ronald, a Harry, a Ginny y a Hermione. Y de repente se acercó a Layla, con una gran sonrisa.

—Este es para ti, cariño —comentó. Los ojos de la fémina le miraron con asombro, mientras sus manos cogían aquella delgada caja. ¿Un regalo? ¿Para ella? Layla no había traído nada de vuelta—. Espero que te guste. No es lo más lujoso que puedas tener, pero me ha encantado hacértelo.

¿"Hacértelo"? Lo había hecho a mano. Aquello emocionó de más a la rizada. Desató el pequeño lazo y quitó la tapa, encontrándose con un jersey ancho de color verde. Sus finos dedos tomaron la prenda de punto que tenía delante y la levantaron frente a sus ojos. Ojos que se tornaron brillantes debido a las lágrimas acumuladas en estos. No de tristeza, ni desagrado, si no de emoción.

—¿De verdad es para mí? —murmuró incrédula, analizando la "L" que adornaba el centro del jersey. Sonrió, acercándolo a su pecho y haciendo amago de abrazarlo—. Es... me encanta. Nunca me habían regalado algo así.

—Estarás acostumbrada a recibir vestidos con el valor de una casa —farfulló Ron, frente a ella. La Cunningham, sabiendo la maldad tras su comentario pero teniendo más educación que el otro, negó con la cabeza.

my darling ; fred weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora