012 | EL DÍA DE NAVIDAD

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EL DÍA DE NAVIDAD

El día de Navidad, Layla tuvo un despertar un tanto solitario. De no ser por Helena, estaría más sola que nunca. Los integrantes de su grupo, incluido su propio mellizo, le habían dejado de lado desde que eligió a Fred Weasley como compañero en el ensayo de la danza. La rizada no comprendía por qué les duraba tantos días el enfado, pues otras veces simplemente se pasaron así, como mucho, tan solo uno. Pero ahora iban más, bastantes más.

La joven descorrió las colgaduras de su cama adoselada y observó el resto de camas. Estaban todas vacías, menos la de Mushroff, que terminaba de ponerse uno de sus zapatos. Sonrió ladinamente hacia su amiga y luego miró a la puerta.

—Están todos en la sala común abriendo los regalos —comentó. Se puso en pie y torció un poco la cabeza—. ¿Por qué no te vistes y bajas con nosotros un rato? Sabes que eres mi amiga, Layla. Voy a estar siempre para ti, pero también me apetece estar con el resto.

—Yo no me he alejado de nadie. Han sido ellos.

—Lo sé, ¿pero de verdad crees que alguno va a ser capaz de venir a hablar contigo? Son unos cobardes y siempre esperan que otros den los primeros pasos por sí mismos.

Tenía razón, pero a la menor le fastidiaba que tuviera que ser ella la que se acercara cuando ni si quiera se había alejado. Después de rebuscar en su baúl qué ropa cómoda quería ponerse, eligió un jersey de punto y unos pantalones de chándal. Se puso las zapatillas que utilizaba los findes de semana y salió del dormitorio rumbo a donde el resto estaba. En cuanto apareció en la sala, los ojos de Magnus viajaron directos a su hermana. Se sentía algo culpable de haberla tratado como estos días atrás, pero su enfado seguía ahí escondido, convertido en molestia. Había bailado con un Weasley. Se levantó del sillón y caminó en su dirección con un paquete entre sus manos.

—Esto es para ti —habló, ofreciéndole el regalo. Layla lo miró algo extrañada, pero lo cogió, notando enseguida que este estaba blando.

—¿Seguro que quieres dármelo?

—Estoy seguro, Lay —sonrió de lado, llevando luego las manos a sus bolsillos.

La chica empezó a despegar las cintas de celo (realmente mal pegado) del papel que envolvía su regalo y sonrió al encontrarse con la chaqueta que vio hacía no mucho tiempo en una de sus revistas. Se la probó allí mismo, ajustándosela de los hombros y abrochándola para probarla, y volvió a mirarle.

—Me ha costado mucho recibirla. Por un momento pensé que me habían timado, pero llegó el último día de correo. ¿Te gusta?

Ella asintió, lanzándose luego a los brazos de su mellizo. Este no tardó en abrazarle de vuelta, dejando un beso en su frente y apretándola contra sí. No sabía si había oído bien o no, pero pudo jurar que creyó escuchar a su hermano murmurándole un lo siento. Él nunca se disculpaba en voz alta, así que, que lo hiciera, significó mucho para la joven.

Los restantes regalos de Layla fueron mucho menos satisfactorios, pero igual de importantes. Helena le había regalado su libro favorito en una edición especial, Amanda una bufanda colorida (porque según ella le hacía falta color en sus conjuntos), Lachlan un par de blocs de dibujo negros y Erik unos guantes. Eran cosas que realmente la rizada utilizaba, y mientras que quizá para otros no fueran la gran cosa, para la Cunningham sí.

El grupo se pasó casi toda la mañana en la sala común de Slytherin una vez desayunaron, y para cuando se quisieron dar cuenta, ya estaban otra vez volviendo al Gran Comedor para el almuerzo. Aquella vez fue muy distinta a cualquier otra. Había al menos cien pavos y púdines de Navidad, junto con montones de petardos sorpresa. El ambiente allí era más jovial y vivo que otras veces.

my darling ; fred weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora