II

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La noche avanzaba, algunos sonidos del bosque se colaban por los agujeros de esa vieja cabaña produciendo silbidos que podrían asustar a cualquiera.
Aunque había otras cosas que aterraban igual o peor.

Ellos lo sabían bien. Después de todo, los countries eran cazados por los humanos para distintos propósitos, unos más espantosos que otros pero todos acababan en dolor y muerte.
Lo más triste era saber que incluso si como representación morías, otra nacería y viviría un destino similar; era un maldito ciclo sin fin en un mundo oscuro y cruel del que tal vez no había escapatoria.
Escenas como las halladas en aquel ático o sonidos como el que escucharon en el vestidor, simplemente eran cotidianos. Lo único que los movía era sobrevivir.

O al menos eso era lo que a él le motivaba. Aunque, a juzgar por su modo de actuar, creía que ese misterioso chico tenía un pensamiento similar.
Éste se soltó de la perilla que intentó girar, sin éxito, aterrizando a su lado.
—Genial... Esta era la última puerta y también está cerrada—se quejó frotando sus manos, resentidas por la fricción.
—El humano debió atrancar todo después de lo del vestidor—comentó—. Tal vez crea que venimos en grupo.
—Pues tuvo razón en cierta forma. Ese hijo de puta...
El pelirrojo giró el cuello en una dirección.
—¿Sabes qué es lo peor?—el otro le miró—. Que nos está obligando a ir a donde él quiere.
El de la gabardina siguió su mirada hacia un pequeño vestíbulo que conectaba con un par de peldaños que a su vez, daban a una puerta entreabierta.

¿O era una puerta cerrada?
Con una extraña luz viniendo de dentro...

El chico de la máscara negó con la cabeza, apartando la imagen de su mente. No, esta puerta sí que estaba abierta y ninguna luz provenía de ella.
Se encogió de hombros.
—Entonces vamos a darle gusto.

Con sumo sigilo, ambos avanzaron y bajaron los escalones. De todos, ese era el cuarto que hasta ahora lucía más usado, con materiales sobresaliendo de cajas y el piso de madera mostrando marcas de diversos tipos.
A su izquierda había un estante lleno de ingredientes que identificaron como sal y grasa; sobre sus cabezas, colgaban cuchillos de distintos tamaños, balanceándose suaves y amenazantes

Tan absorto estaba el bicolor en esas estremecedoras decoraciones que no se dio cuenta cuando el chico de la gabardina se detuvo y terminó chocando contra él, liberando un jadeo.
—¡Ouf! Hey, qué dem—
El chico se giró bruscamente, cubriendo su boca y acorralándolo contra un rincón; alarmado, forcejeó para liberarse hasta que notó que aquellos ojos cafés le miraban con advertencia. Al instante, una vieja bota de la que sobresalían dedos gangrenosos pisó donde momentos antes estuvieron parados, haciéndoles estremecer.

El pelirrojo miró hacia arriba, horrorizado. El humano de antes veía alrededor, buscando algo; su postura era encorvada y aún respiraba pesadamente pero observaba todo el lugar, determinado a hallar lo que había llamado su atención: su leve jadeo de antes.
Entonces los ojos carmesí del bicolor captaron algo y bajó la vista hacia sus enormes manos: en una sostenía un cuchillo afilado, que aún goteaba sangre.
Y en la otra...

Emitió un gemido de angustia que fue ahogado por la mano en su boca; incapaz de resistir la visión, cerró los ojos.
El cuerpo inerte y sangrante de ese pequeño país de tres colores colgaba de esa mano en un ángulo extraño, su mirada fría y apagada había encontrado la suya por un instante y eso le revolvió el estómago.
Odiaba ese lugar. Lo odiaba con toda su alma.

Por su parte, el chico de la máscara había notado un par de clavos en el piso cerca de ellos; lentamente retiró su mano de la boca del otro, para después recoger uno entre sus brazos y en un rápido movimiento, lo arrojó hacia un cuarto contiguo. El objeto tintineó, alertando a aquel humano, quien con un gruñido se dirigió a ese lugar, arrastrando su pie putrefacto.

Pequeñas pesadillas | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora