III

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A veces el silencio resultaba ser mejor aliado para aclarar la mente, una especie de bálsamo invisible para hallar la calma después de vivir momentos de angustia y tensión.
Eso era lo que ambos pensaban sin saberlo, mientras dejaban aquel cobertizo y los terrenos del cazador atrás.

Anduvieron un buen tramo casi en completo silencio, a veces roto por las advertencias de uno sobre trampas ocultas, a veces por comentarios sobre el entorno. Estos no fueron la excepción cuando hallaron una especie de puente retráctil justo para sus estaturas, un puente que se alzaba sobre un precipicio; se había partido en el último tramo y tras hacer un par de pruebas con la manivela que lo hacía funcionar, dedujeron que era viable llegar al otro lado de un salto.
Siempre y cuando uno se quedara para mantener firme aquella manivela.

México insistió en ser quien lo hiciera.
—¿Es este un pasatiempo tuyo? ¿Ser despreocupado? —inquirió Perú mientras la mitad de ese puente se desplegaba ante él.
—Sólo cuando no intentan matarme.
—Buen punto.
—Bien. Recuerda, corre para ganar impulso y lánzate.
—Lo haces sonar muy fácil.
—Porque ES fácil. Además yo detendré esta cosa, tienes la mitad del camino ganado—argumentó México, arrodillado en el suelo mientras sostenía la manivela.
Perú rodó los ojos.

"Claro: corre y lánzate. Si no llegas, sólo caerás hacia tu muerte".

Miró el camino ante él y respiró profundamente. Podía hacerlo, había salido de peores situaciones.
Sin darse más tiempo de pensar, inició una corta carrera y al llegar al borde saltó, aterrizando sin problema en el otro extremo. Se incorporó con lentitud mientras el puente detrás volvía a retraerse, cuando algo llamó su atención. Fue apenas un destello, pero le pareció ver que se escabullía entre la maleza; entrecerró los ojos, intentando distinguir en la oscuridad.
—¡Hey! ¡Perú!

Se volvió. México le hacía señas del otro lado, indicándole que se sujetara del pasamano, para luego retroceder un par de pasos, dispuesto a tomar mayor impulso para el gran salto que daría.
Ese chico estaba loco. Realmente loco.
Dudoso aún, Perú se enganchó firmemente con una mano y extendió su otro brazo al frente.
El de la gabardina dio un seco asentimiento, antes de correr y lanzarse al vacío; en el último segundo Perú logró sujetarlo, quedando el otro balanceándose en el abismo.
—Oye, buena atrapada~
—¡Estás loco conchetumare! Loco y pesado ngh...
—¿Ah? Estoy casi desnutrido ¿y me dices gordo?
—¡Calla mierda y súbete! —le reprochó el pelirrojo, alzándolo para que pudiera sostenerse del borde y luego tirar de su gabardina para traerlo a la seguridad del piso firme.

Una vez que se levantaron, reanudaron su andar a paso tranquilo. Mientras avanzaban, el bicolor notó un leve rastro de gotas rojizas impregnadas en aquella gabardina; al alzar la mirada, descubrió su origen.
—Estás herido.
México le miró de reojo, curioso.
—¿Eh?—se detuvo y el pelirrojo señaló su cuello; su máscara se había rasgado levemente, dejando entrever una piel verde brillante mezclado con el rojo de una herida abierta; el chico se llevó dos dedos a esa zona—. Ah ya... Fue cuando esa bala me pasó rozando. Ni me acordaba.
—Tendrás que lavarla o se te infectará.
—¡Meh! Con el lodo se arregla.
—¿Bueno tú eres huevón o qué? No sólo hemos estado en lodo, ¡traes una mezcla de mugre por todas partes!
—¡Ya pues, ta bueno! La limpiaré a la primera que pueda, no te preocupes por mí~
—¿¡Quién se está preocupando!? —replicó Perú, cruzándose de brazos—. Sólo digo que aquí te puedes morir por cualquier huevada.

México liberó una suave carcajada a manera de burla, a lo que Perú le dio un golpe en el brazo, molesto. Sobándose, aunque aún risueño, México hizo ademán de reanudar la marcha pero un crujido cercano provocó que ambos se giraran hacia esa dirección, alertas.
Un par de ojos azules les observaban entre la maleza; segundos después se le sumaron unos dorados y luego otros verdes. Eran los mismos que habían visto antes, pero no por ello dejaba de ser inquietante.
Por el rabillo del ojo, el bicolor notó movimiento a sus espaldas.
—México...
—Sí. Son otros cuatro.
Chasqueando la lengua, el pelirrojo se volvió al lado contrario. Las siluetas a quienes les pertenecían esos ojos se habían acercado en torno a ellos sin emitir algún sonido.

Pequeñas pesadillas | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora