9. ¿Has empezado a robarme también los calcetines?
La madre de Harry llevaba apretando los labios desde que le contó su decisión de alquilar un piso con Louis. Harry pensaba que se lo iba a tomar mejor. Louis le caía bien y, de todas formas, Harry iba a mudarse a Manchester de todas maneras.
El problema, para Harry, es que no estaba acostumbrada a esto. Lillian no había querido mudarse de casa hasta cuarto curso, y probablemente no lo hubiera hecho si no hubiera conocido a su novio un año antes. Harry no entendía esa relación. Su hermana parecía odiarle. Nunca sonreía cuando estaba con él, suspiraba con fastidio e incluso lo insultaba. Pero al chico no parecía importarle.
Quizá no confiaba en que Harry pudiera vivir solo. Ni en que Louis pudiera vivir solo. Por lo tanto, no confiaba en que Harry y Louis pudieran vivir juntos, solos. De todas formas, no se lo ha impedido. Intentó convencerlo de muchas maneras, pero nunca le prohibió tomar aquella decisión, lo cual Harry agradecía.
El día de la mudanza, su madre se resistía a marcharse. Seguía estando allí incluso cuando los padres de Louis ya se habían marchado. Y a Harry, a Harry le daba vergüenza decirlo, pero lo ubico que quería era esconderse bajo las sábanas con Louis.
—Bueno, pero llama cada día.
Harry la empujó un poco hacia la puerta.
—Y si hay algún problema, estaré aquí en cuestión de horas.
Un poco más.
—Y, ¿te acuerdas de cómo te dije de poner la lavadora?
Harry asintió y la empujó un poquito más. Escuchó cómo suspiraba y clavó en ella sus ojos verdes. Su madre la acarició las mejillas.
—De acuerdo. Me voy. Te quiero mucho, Harry.
Su abrazo casi le ahoga, pero mereció la pena porque luego se marchó. Y Louis agarró a Harry de la cintura y ambos se besaron. Antes de que pudiera darse cuenta, Louis estaba recorriendo a Harry con la lengua en el sofá, y Harry trataba de no dejar salir a sus gemidos.
—Déjame oírte, Harry. —Le encantaba cómo decía su nombre —. Gime para mí.
Era su pequeño secreto. Harry no hablaba mucho, cuando lo hacía hablaba bajito y sin mirarte a los ojos. Ni siquiera hablaba mucho con Louis. Pero cuando Louis le quitaba la ropa y le tocaba, Harry se dejaba llevar. Y luego se moría de la vergüenza, porque eran los únicos momentos en los que veía plausible que el mundo entero fuera capaz de oírle.
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—¿Has empezado a robarme también los calcetines? —escuchó que decía Louis. Harry se frotó los ojos, somnoliento y recibió sin rechistar el beso de Louis —. Urraca —le llamó, y procedió a dejarle un montón de besos en el cuello que le hicieron reír —. Tu risa me da serotonina.
—No te he robado los calcetines —murmuró Harry, incorporándose en la cama y buscando sus calzoncillos. Pero no quería moverse. Era su primer día de universidad, y Louis tenía que encontrar trabajo, pero quería quedarse con él en su gigantesca cama toda la vida.
—¿Entonces por qué no encuentro mis tobilleros negros?
Y en ese momento vieron algo negro. Y por primera vez en la vida, Harry gritó.
—¡Me ha tocado el pie, me ha tocado el pie! —repetía una y otra vez, en calzoncillos encima de la cama.
—Llamaré al casero —dijo Louis entre risas, pero pararon en seco cuando vio a Harry llorar. Se subió con él a la cama.
—Es solo un ratoncito con fetiche pies.
Harry arrugó la nariz y negó con la cabeza, refugiándose en su pecho.
—Rata —dijo.
—Cuando llegues de la uni estará solucionado. —Louis le dio un beso en la cabeza —. Te lo prometo, urraca.
Harry fue llevado en volandas hasta la puerta porque no quería tocar el suelo.