8. La primera vez que curaste mis heridas.

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Era finales de noviembre y, como cada jueves por la mañana, me encontraba en el instituto Tereshkova recibiendo una clase de dos horas de Educación Física

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Era finales de noviembre y, como cada jueves por la mañana, me encontraba en el instituto Tereshkova recibiendo una clase de dos horas de Educación Física. Cuando el profesor dio por terminada la sesión, me dirigí junto con mis compañeros al vestuario masculino para cambiarnos de ropa y descansar un rato. Lo primero que vi al cruzar la puerta fue a mi amigo Nikolai, quien estaba situado frente a un enorme espejo de pared contemplando su reflejo en silencio. Me fijé en su gesto alicaído, en su boca curvada hacia abajo y en sus ojos inyectados en sangre, por lo que llegué a la conclusión de que no había dormido nada bien aquella noche.

—¿Qué haces?

—Nada —me respondió en voz baja—, aburrirme.

Me encogí de hombros como respuesta y opté por ignorarlo; la mente de mi amigo solía parecerse a un jeroglífico imposible de descifrar. Bueno, a decir verdad, casi todas las mentes me parecían iguales a la suya.

Abrí la taquilla en la que había guardado la mochila y me puse una camiseta limpia. Sin embargo, cuando metí la mano para coger mi collar, el cual me había quitado dos horas antes para hacer deporte, descubrí con pavor que este ya no estaba. 

—Chicos, ¿alguien ha visto mi collar? Es que no lo encuentro —les comenté a mis compañeros procurando disimular la desesperación que me dominó en aquel instante. Esperé impaciente durante un par de segundos a que alguien me respondiese, en vano—. En serio, ¿ninguno de vosotros lo ha visto? 

Los chicos continuaron cambiándose la ropa en silencio. Varios de ellos me miraron de reojo pero todos optaron por ignorarme. Yerik estaba sentado en un banco revisando su libreta de Física y Nikolai seguía ensimismado en su mundo interior, al cual accedía mediante su reflejo en el espejo. Ni siquiera ellos se inmutaron ante mis preguntas. Fue ahí cuando llegué a una conclusión muy desagradable:

—Alguien me acaba de robar el collar.

Todos me prestaron por fin atención. Alexander, nuestro representante, dobló con cuidado la camiseta de deporte que acababa de quitarse, la guardó en su mochila, rodó los ojos y me espetó:

—Me parece bastante feo lo que estás insinuando. Nosotros no somos unos ladrones. 

Los demás asintieron con la cabeza, apoyando su comentario. Estuve a punto de responderle con un tono mucho peor que el suyo, pero el representante salió del vestuario y llamó al profesor de Educación Física, el señor Yashin. Segundos después, el hombre cruzó la puerta con un gesto de cansancio y hostilidad que no me animaba a explicarle lo sucedido. Aun así, lo hice.

—¿Estás seguro de que no te has dejado el collar en casa? —me preguntó tras escuchar mi historia. 

—Sí, estoy seguro.

—Está bien. —Echó un vistazo a todos los presentes y después les preguntó—: ¿alguien ha visto el collar de vuestro compañero?

—Nadie lo ha visto —contestó Alexander—. Nosotros estuvimos todo el rato juntos tanto en el vestuario como en el gimnasio. Ninguno de nosotros se separó del grupo así que es imposible que se lo robásemos, como él nos insinuó antes. Quizás lo perdió de camino al instituto.

Los monstruos no existen en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora