13. Las enseñanzas mejor interiorizadas se transmiten desde el respeto.

6.5K 826 2.9K
                                    

Tras hacerme amigo de Karlen, comprendí que me había pasado toda la vida sobreviviendo bajo el manto del desamparo de un cielo nublado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tras hacerme amigo de Karlen, comprendí que me había pasado toda la vida sobreviviendo bajo el manto del desamparo de un cielo nublado. Porque aquel chico era como un rayo de sol que se filtraba entre las nubes más oscuras, reconfortándome con sus cálidas caricias.

Si cualquier persona se detuviese unos segundos a meditar en este hecho, me diría que, sin lugar a dudas, la existencia de Karlen era un precioso regalo que debía atesorar con mucho cariño. Pero yo mismo ponía en entredicho ese pensamiento, porque, para mí, no había nada más desesperante en el mundo que aguardar a que el cielo se despejase de nuevo cuando ya conocías la calidez del sol.

Durante aquellas vacaciones de invierno, las mañanas se habían convertido en los momentos en los que más notaba esa agobiante necesidad de aferrarme a un rayo de esperanza. En el desayuno, nos sentábamos juntos en la mesa y fingíamos ser una familia feliz. Sin ningún tipo de vergüenza, se me obligaba a interpretar una mentira empapada de lágrimas. Me preguntaba de qué servía fingir, si todos conocíamos la realidad que se callaba tras nuestro silencio: el sentimiento que mejor me definía era el odio, Damien detestaba mi presencia, a mamá le aterraba estar sentada al lado de su esposo y él... Sinceramente, no tenía ni la más remota idea de lo que sentía él.

—Biel, ya va siendo hora de que te cortes un poco el pelo. Por cierto, ¿cuándo te vas a afeitar? —me comentó mi madre tras terminar su café. Opté por ignorarla—. Es la cuarta vez que te lo pido en lo que va de semana.

—Por fin has dejado de ser un imberbe, ¿eh? —deslizó mi hermano, con un sentido del humor tan falso que me resultó desagradable—. Pero apoyo a mamá: te queda horrible.

—Yo no he dicho eso, pero se nota que todavía no está en la edad de dejarse crecer la barba.

Mi madre se limpió la boca con una servilleta y le dio un mordisco a su tostada. Yo vigilé por el rabillo del ojo a mi padre. Odiaba que me diesen órdenes o que me hiciesen sugerencias delante de él, porque me parecía una manera muy cobarde de dejar constancia de mi desobediencia para que me obligasen a hacer aquellas cosas a las cuales me negaba.

Terminé el desayuno y me levanté dispuesto a encerrarme en mi cuarto durante todo el día. Entonces, la voz de mi padre me interrumpió:

—Biel, haz lo que te ha pedido tu madre cuanto antes.

—Es que...

Mi queja murió al instante y quedó reducida a un susurro casi inaudible cuando él se levantó de la mesa y posó una mano en mi hombro.

—¿Qué decías?

—Nada, que está bien.

Contuve la respiración mientras observaba como dejaba su plato del desayuno en el fregadero y se despedía de nosotros para ir al trabajo. Cuando salió por la puerta, inspiré profundo, apreté el colgante y le dediqué una mala mirada a mi madre.

Los monstruos no existen en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora