26. La mano bondadosa que me salvó del abismo.

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Aquella misma tarde permanecí durante un par de horas en silencio, refugiado en los abrazos y las palabras de cariño de la familia Rigel

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Aquella misma tarde permanecí durante un par de horas en silencio, refugiado en los abrazos y las palabras de cariño de la familia Rigel. Sin embargo, por mucho que me asustara, tuve que aceptar el hecho de que debía volver a mi casa antes de que anocheciera. Cuando emprendí el camino de regreso, Ivan aprovechó que estaba solo para decirme lo siguiente:

—Chico, no sé qué ha sucedido y dudo mucho que quieras contármelo. —Posó una mano en mi hombro, acercó su rostro al mío y prosiguió, con una voz baja y reconfortante—: pero si en algún momento tienes miedo o necesitas ayuda, quiero que recuerdes que las puertas de esta casa estarán siempre abiertas para ti.

No le respondí, solo me despedí de él con un ligero movimiento de cabeza y seguí caminando. Metros después, escuché unos pasos aproximarse por el jardín.

—¡Biel, espera!

Me di la vuelta y esperé a que Karlen me alcanzara. Este se aferró a mi brazo antes de preguntarme:

—¿Estás mejor?

Me encogí de hombros como respuesta. Estaba tan cansado que ni siquiera me apetecía hablar, lo que conllevó aumentar su preocupación.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Medité su pregunta. Durante un instante, posé mi mirada en sus labios y me contuve para no pedirle que me besara. Estaba seguro de que, si lo hacía, lograría calmarme durante un momento, pero eso no resolvería ninguno de mis problemas. Negué con la cabeza, me di la vuelta y me dispuse a irme. Su voz me interrumpió de nuevo:

—Newton, escúchame —comenzó, con un tono suplicante que me hizo contener la respiración—. No sé qué te ha pasado. No tengo muy claro cuáles son tus problemas ni cómo puedo ayudarte con ellos. Solo no te olvides de que siempre estaré aquí para ti, al igual que mis padres, por favor.

Ahí me digné a hablar, no para darle las gracias, sino motivado por las dudas.

—¿Por qué?

—¿Qué?

—¿Por qué me quieres ayudar? —repetí—. Soy un asco de persona, todo lo que me rodea no es más que pura mierda y lo único que hago es complicaros la vida tanto a ti como a tu familia. Entonces, ¿por qué insistes tantísimo en ayudarme?

Karlen abrió la boca, dubitativo, pero fue incapaz de pronunciar una sola palabra. En vez de eso, volvió a cerrar la boca y esquivó mi mirada, nervioso.

—No... No lo sé.

Ni siquiera me preocupé de despedirme de él; lo dejé allí, a solas con esa respuesta que navegaba en los mares de su mente, negándose a arribar. En el fondo, no deseaba conocer sus pensamientos ni los de todos los seres humanos de aquel maldito mundo, porque estaba convencido de que nada podría ayudarme a vencer a todos los monstruos que me atormentaban ni a los que enfrentaría al llegar a mi destino.

Los monstruos no existen en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora