18. El cosquilleo que sentía cuando tu alma acariciaba la mía.

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Al día siguiente, desayuné con mis padres y me dirigí a la casa de la familia Rigel

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Al día siguiente, desayuné con mis padres y me dirigí a la casa de la familia Rigel. Durante el camino me dediqué a pensar en la disculpa que le daría a Karlen por mi actitud, pero no se me ocurría ni una que mereciese la pena; ninguna sonaba honesta ni lograba abarcar mis sentimientos.

Al llegar a mi destino, me situé frente a la puerta principal de los Rigel y me armé de valor para entrar, cuando las voces de Karlen y su madre en el interior captaron mi atención. Comprobé que no había nadie a mi alrededor y me incliné hacia delante para poder escucharlas.

Entonces, la puerta se abrió de golpe y me dio en toda la cara.

—¡Joder, qué daño! —exclamé, frotándome el rostro con ambas manos—. ¿Quién fue el bruto bastardo?

No obtuve respuesta. Aparté las manos y me encontré al chico frente a mí. Me observaba atónito, con la boca ligeramente abierta.

—Lo siento —murmuró.

Rodé los ojos y bufé. No me lo podía creer; iba a su casa para disculparme y él era el primero en hacerlo. Qué rabia, todo me salía mal.

—Olvídalo, pero la próxima vez ten más cuidado.

—Está bien. ¿Qué haces aquí?

Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta, me di la vuelta y dejé pasar los segundos mientras movía el pie derecho para escarbar la tierra. Cuando encontré las palabras idóneas, cerré los ojos y hablé:

—Acompáñame, quiero hablar contigo sobre lo que pasó el viernes.

—Pero tengo que ayudar a mis padres. Ya sabes, hoy es domingo.

Fruncí el ceño y lo maldije en silencio por poner objeciones. Me di la vuelta y vi a Danika y a Ivan asomados por la puerta con una gran sonrisa.

—No te preocupes, cariño —le dijo ella a su hijo—. Hoy no necesito que me ayudes, me basto con tu padre.

—Vete con tu amigo —intervino Ivan—. Y no te preocupes por la hora de llegada. ¡Diviértete!

El chico se quedó asombrado por la permisividad de sus padres, yo la vi como un golpe de suerte. Nos despedimos de ellos y atravesamos El Mercado en dirección al gran manzano que crecía junto a la orilla del río Vorhölle. Ninguno de los dos habló durante todo el trayecto.

Cuando llegamos al árbol, me senté bajo su sombra y abracé mis piernas. Hacía mucho frío y, como las nubes cubrían el cielo, no había ni un solo rayo de sol que pudiera aliviarnos de este tiempo gélido. Lo peor de todo es que parecía que en cualquier momento iba a empezar a llover.

Karlen se mantuvo de pie, a una distancia prudencial de mí. Alcé la vista para contemplar las ramas desnudas del manzano entre las que paseaba un gorrión y suspiré.

—Oye, ¿conoces la historia de este árbol? —Karlen negó con un leve murmullo—. Es el manzano dorado que aparece en la bandera de Taevas. Hace un tiempo, el profesor de Historia me explicó que tiene más de quinientos años. Resulta que allá por el siglo XVI, este árbol daba muchísimas manzanas, tantas como para alimentar a decenas de familias. Los primeros habitantes de esta zona fundaron un pueblo llamado Taeva-Visata alrededor del manzano y lo consideraron un símbolo de prosperidad. —Giré la cabeza para observarlo y le pregunté—. Menuda tontería, ¿verdad?

Los monstruos no existen en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora