21 | Escoria

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Zoé

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Zoé

Toda la escuela se había enterado del atentado hacia el señor Mitchell por parte de Noah. Tanto Ari como yo, nos encontrábamos demasiado asombrados sobre aquella noticia, pues no lo creíamos capaz de semejante atrocidad.

Por otro lado, debo aceptar que me sentí inmensamente decepcionada. Concordaba con Noah sobre lo injusto que había sido la muerte del señor, pues nadie tenía el derecho de elegir quién moría y quién vivía y, sin embargo, allí estaba él, repitiendo la historia. Aún no estábamos seguros de que el profesor Mitchell fuera el asesino, ya que pudo haber sido cualquiera de los hijos de Drakon, y aunque así fuese, Noah no tenía porque elegir el castigo. Eso me traía consigo la confusión pues, si defendíamos lo justo pero actuábamos de acuerdo a lo injusto, entonces ¿Quiénes éramos y por qué estábamos aquí? Es decir, las abejas existen para polinizar las flores, los insectos limpian los suelos y los humanos...bueno, los humanos...los humanos se mataban unos a otros por el poder, y sobre todo, creen que merecen más de esta Tierra por su supuesta "inteligencia". No se dan cuenta de que lo único que hacen es cavar su propia tumba.

Todo ello me hacia frustrarme un poco más si me preguntaba por qué estaba aquí. Alexander MacQuoid ya me había demostrado que la vida era tan frágil como un papel, mientras que mi padre me recordaba que no todas las vidas eran felices, y aún así, seguía levantándome todos los días para intentar construir una vida normal y feliz, porque tenía a mi madre, y también, según los señores Castell, la reina Eleanor me daría un propósito como ángel de la luz y la oscuridad.

Todos esos pensamientos me hacían daño, así que lo mejor era que los alejara de mi mente, puesto que se trataba de situaciones que se encontraban fuera de mis manos. Con ese pensamiento, prendí la pequeña bocina que guardaba en mi cuarto y puse música a todo volumen mientras limpiaba la cocina.

Minutos después, mi madre entró a la cocina y me pidió quitar la música, pues había visto la camioneta roja de mi padre aproximarse hacia la casa. La obedecí sin objetar, ya que sabía perfectamente que a Marcos le molestaba el ruido. Posteriormente, por la ventana pude ver como trastrabillaba hacia la puerta, lo que me hizo saber que estaba ebrio. Le hice unas señas a mi madre para que supiese lo mismo que yo y asintió, adoptando una postura firme.

La noche ya había caído sobre el pueblo de Mörkt, por lo que la luz del foco chocó contra el rostro rojizo de mi padre. Me sorprendía el hecho de que pudiera conducir en ese estado.

En un torpe intento por tomar una silla, cayó en el duro piso, mi madre corrió a auxiliarlo mientras que, como siempre, yo me quedé pasmada. Me había esforzado por tantos años en ser fuerte, no obstante, la cobardía siempre trepaba por mi espalda impidiéndome si quiera acercarme cuando se encontraba hasta las chanclas.

Sin embargo, el orgulloso de Marcos empujó a mi madre contra una pared mientras gritaba "No te necesito". La rabia recorrió mi cuerpo con la misma rapidez con la que el fuego corre sobre el aceite.

—Eres un idiota. — refunfuñé mientras daba zancadas hacia él. Sin pensarlo, le solté una bofetada.

Cuando su rostro se volvió hacia mí, este estaba lleno de cólera, y me devolvió un golpe tan fuerte en la mejilla que me hizo perder el equilibrio.

Posteriormente, sentí cómo la rabia se expandía más allá de mi cuerpo y en un instante, tanto los focos como los vidrios de las ventanas estallaron haciéndose añicos. Misteriosamente, la rabia me llenaba de energía, haciéndome sentir más poderosa que nunca.

Muerto, quería a Marcos muerto.

Marcos intentó acercarse a mí para continuar maltratándome, pero gracias a mi habilidad para controlar lo que se me diera la gana, lo impedí. Mantuve a Marcos bajo mi poder como un títere, mientras seis rayos caían uno a uno alrededor de la casa, conectando el cielo con suelo. La luz que emitían los rayos se colaba por las ventanas, permitiéndome ver los ojos de Marcos inundados de miedo y yo lo disfruté.

«Al fin tienes tu merecido.» pensé.

Seguido de ello, hice que el cuchillo sobre la mesa flotara a mi lado. Marcos quería hablar al notar lo que estaba a punto de hacer, pero se lo impedí, no quería volver a escuchar sus sucias palabras nunca más, así que solo se retorció, sin lograr zafarse de mí.

Lo miré de una forma determinada por última vez, y entonces hice lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Lancé el cuchillo hacia él para que perforara su estúpido pecho. Sin embargo, todo se destruyó en el instante en que mi madre se interpuso sin permitirme parar el arma, la cual se clavó en su pecho.

Entonces todo se detuvo. Mi madre cayó sobre los brazos de Marcos, quien comenzó a derramar lagrimas como si de verdad la quisiera después todo lo mal que la había tratado. Intenté acercarme para ayudarla, sin embargo, mi padre me lo impidió.

—¡Aléjate de ella! Eres una imbécil. — lloriqueo. Esta vez tenía razón.

No podía soportar ver el dolor de mi madre agonizante, así que lo único y más cobarde que pude haber hecho fue salir corriendo de allí. O más bien, lo intenté, porque todo mi cuerpo se encontraba pesado de culpa, haciéndome caer a la orilla del camino.

Cuando levanté la vista, Alexander MacQuoid se encontraba parado frente a mí.

—¿Qué haces aquí? — cuestioné un poco sobresaltada.

Alexander se sonrió con sarcasmo y burla.

—Veo que eliminar a la escoria ya no será necesario. Tú ya estás muerta en vida. — siseó mientras clavaba una daga en el suelo frente a mí, para luego perderse en la negrura del bosque sin decir nada más.

 — siseó mientras clavaba una daga en el suelo frente a mí, para luego perderse en la negrura del bosque sin decir nada más

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El siguiente capítulo es el último. Wiii!

Mirada de Dragón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora