7 | La pianista.

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Noah

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Noah

Hoy era un día de esos en los que te despiertas y entonces te das cuenta de lo maravillosa que es la vida. Me sentía más animado que nunca, estaba decidido a buscar las maneras de cumplir mi más grande sueño, no sé si lo logre, pero de lo que si estoy seguro es que, si no lo intento, estaré más arrepentido de lo que nunca hice. Al menos debía intentarlo.

Aún no tenía el plan exacto para llegar a ser un músico, pero tenía bien en claro que primero debía informarme y para ello, necesitaba los conocimientos de otro músico.

Con la mochila colgada en mi hombro derecho, salí al patio de la casa en dónde mi madre me esperaba frente al volante, lista para llevarme a la escuela. Me dejarán usar mi escarabajito rojo hasta que obtenga el carnet de conducir, papá prometió llevarme este semana a tramitar una licencia de conducir provisional, que usaré hasta cumplir la mayoría de edad. Me impacientaba un poco tener que esperar, pero me ilusionaba mucho la idea de que al fin tenía mi propio auto.

Mientras caminaba hasta el coche blanco de mi madre, distinguía cómo mi aliento formaba nubes densas a consecuencia del frío, no obstante, el clima parecía estar en sintonía con mi humor, pues el sol mañanero ya empezaba a iluminar las hojas mojadas de los árboles, haciéndolas brillar como diamantes. Aborrecía el frío e irónicamente, vivía en uno de los lugares más lluviosos del país. Mörkt se caracterizaba por sus misteriosos bosques recubiertos de niebla. Algunos creen que, en medio de ellos, existe un portal hacia un lugar mágico, pero eso es absurdo pues, hasta la fecha, nadie ha encontrado nada. Solo es el típico cuento pueblerino.

Cuando entré al coche, advertí que mi madre estaba mirándome con ternura, como si yo fuera un muñeco de felpa o algo por el estilo.

—Siempre serás mi bebé, Noah. — pronunció con su suave y dulce voz.

—Mamá, he cumplido diecisiete años, eso suena un poco enfermizo.

—Adelante, di lo que quieras, pero mientras sea veintiocho años mayor que tú, en comparación conmigo, eres un bebé.

—No puedes usar esa lógica, mamá. — refuté entre risas.

—Puedo hacerlo si soy tu madre.

—Ya, vale. Está bien, tú ganas.

—Te rindes muy rápido, hijo. — dijo, poniéndonos en marcha hacia la escuela.

Sus palabras me dolieron un poco, esa verdad sí que me dolía.

— No puedo luchar en una guerra que sé que voy a perder.

Mamá me miró por el rabillo del ojo, y tomando una postura seria respondió:

—No puedes saber si vas a perder o ganar. Solo tienes que intentarlo y dar lo mejor de ti. Podrías llevarte una sorpresa al final.

Y creo que eso era lo único que me hacía falta escuchar. Me sentía con tanto ánimo, que tenía la sensación de poder derribar un muro yo solo.

Mamá me dejó en la escuela. Las clases fueron normales, lo único extraño en ellas era esa chica nueva, Zoe. Parecía tener la cabeza en otro mundo, y por alguna extraña razón, yo quería visitar ese mundo también. Una parte de mí moría de ganas por conocer las cosas que pasaban por su redonda cabeza, como si de un imán se tratara.

Al terminar las clases, Ari y yo fuimos al taller de música. Estaba alejado de los edificios, a un lado del área deportiva, cerca de una bodega donde suelen abandonar cosas viejas; Sillas, escritorios, libreros e incluso hay puertas oxidadas. Ari y yo solemos ir allí dos veces por semana. Hemos sido parte del grupo de música representativo de la escuela desde que iniciamos el bachillerato. La escuela no tenía muchos recursos, ni tampoco inducía mucho a los alumnos al arte, pero el profesor Molina hacía todo lo posible para que los jóvenes hicieran actividades recreativas, incluso había logrado crear más talleres, los cuales eran impartidos por alumnos que gozaran de conocimientos relacionados con pintura, fotografía o teatro. Para el profesor Molina lo más importante era la cultura y el deporte, como si fueran su pan de cada día.

Cuando ingresé al aula, el profesor Molina se hallaba sentado en el pequeño banco frente al piano. Me sorprendí un poco al ver a la chica nueva allí. Tal vez le agradaba la música. Eso era bueno porque se notaba que no le gustaba hablar, al menos podía comunicarse con la música. Probablemente sea una excelente cantante, y yo estaba más que interesado en saberlo.

— ¡Bienvenidos! — Canturreó alegre el tutor –La mayoría ya me conoce, algunos no...Soy Alberto Molina, es un placer ser su maestro de música. Espero que todo sea de su agrado y que logremos maravillas. Me alegra muchísimo que estén aquí, que les guste la música. Y bueno creo que tenemos una nueva integrante. Adelante... ¿Zoé, verdad? Preséntese con nuestro grupo por favor.

La susodicha se levantó de su asiento y, con la poca seguridad que mostraba por todas partes, recitó las mismas palabras que en la mayoría de las clases. Casi me podía imaginar a mí mismo poniendo los ojos en blanco ante aquella situación.

Su nombre es Zoe Griffin, le gustan los libros y la música. ¡Ja! Nada sorprendente aún.

— ¿Y usted canta o porque decidió venir al grupo? — dijo en un tono amable el señor Molina en dirección a Zoe.

—Mmm... Mi abuelo me ha enseñado a tocar el piano. — enunció.

Al señor Molina se le iluminó el rostro.

— ¡Qué suerte que tenemos aquí un piano! Un poco viejo, pero no pierde el toque ¿Le molestaría si le pido que nos toque una pieza?

Zoé negó con la cabeza y el Profesor de música le cedió el lugar en el banquito frente al piano. En cuanto Zoe puso las manos sobre el instrumento sus movimientos se volvieron hipnotizantes para mí. Reconocí de inmediato la canción. Creí que me recordaría a mi abuelo, ya que siempre interpretaba esa pieza, pero no fue así, porque Zoe estaba rodeada de un aura oscura y me hacía sentir como si decenas de hadas salieran del instrumento, para morir frente a mí; Zoe deslizaba los dedos sobre las teclas con suavidad y al mismo tiempo con violencia, matando al silencio con una melodía triste y angustiosa. Su frente se arrugaba un poco, como si las notas le arrancaran las entrañas, y podía sentir esas mismas notas repiqueteando en mi pecho, me dio miedo, no obstante, era hermoso poder sentirlas, era hermoso ver a alguien poseído por la música.

 Su frente se arrugaba un poco, como si las notas le arrancaran las entrañas, y podía sentir esas mismas notas repiqueteando en mi pecho, me dio miedo, no obstante, era hermoso poder sentirlas, era hermoso ver a alguien poseído por la música

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