3 | Presa

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Zoé

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Zoé

—Le ofrezco una disculpa, señorita.

¡Un chico! Otra vez me habían confundido con un chico solo por mi forma de vestir. Tal vez debería vestirme de una forma más femenina pero, además de sentirme cómoda con esta ropa, no podía darme el lujo de desperdiciar el dinero en asuntos de vanidad, puesto que apenas y nos alcanza para comer. Mi padre gasta casi todo en sus borracheras. Pensé que podría pasar desapercibida si me sentaba hasta atrás, no obstante, este viejito calvo acaba de arruinar mis planes. No me molestaría sino me exhibieran de esta forma, ahora tenía las miradas de todos sobre mí, aunque había tres en particular que sobresalían de las demás. A mi izquierda, hasta el frente, había un chico de pelo rubio claro —que se asemejaba bastante al blanco— de nariz larga y picuda que me miraba con una sonrisa maliciosa. Luego más en el centro estaba un pelirrojo de corte afro que sonreía de manera sincera, casi podía sentir su calidez cubriéndome como un manto. Y al final estaba un castaño de ojos negros que me miraba con asombro, como si yo fuera un fenómeno de circo. ¡Puff! Espero no meterme en líos esta vez, ya que, por la buena puedo ser un pan de dulce, pero si alguien me buscaba el aguijón iba a encontrarse con un monstruo extirpa ojos. Lo bueno es que el paracetamol ha hecho efecto, lo suficiente para no moverme como un robot, sino todos se burlarían de mí.

Sentí una mano posarse en mi hombro izquierdo, me giré, se trataba del profesor que me miraba como si esperara una respuesta, entonces tragué saliva con nerviosismo y me dispuse a hablar.

—M-mi nombre es Zoe Griffin. — digo y luego miro al profesor para que me dé una señal de que ya puedo regresar a mi lugar, sin embargo, este me vuelve a hacer una pregunta.

— ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?

—Am, me gusta leer y escuchar música. — digo, y vuelvo la mirada hacia él, suplicando porque me deje ir. Al parecer se da cuenta porque hace una seña para que vuelva a mi asiento, así es como regreso con pasos apresurados a mi butaca, sabiendo que todos me observan, y deseando que la Tierra me trague en este momento.

No es que sea una persona muy tímida, es solo que me siento cohibida. De nunca haber conocido a Danna esto nunca habría pasado, por culpa suya me expulsaron de mi escuela anterior y tuvieron que transferirme a esta. Por una razón que desconocía, Danna se la pasaba insultándome y molestándome todos los días, cada que tenía oportunidad. El día de mi cumpleaños, mi madre me obsequio, por primera vez en 17 años —porque sabía que me fascinaban y porque apenas y les alcanzaba el dinero para comer— una playera blanca de The Artic Monkeys. Al día siguiente decidí usar mi playera nueva y todo iba marchando bien, hasta que en el receso, cuando fuí a la cafetería, me topé frente a frente con Danna.

— ¿De dónde sacaste esa playera "Marimacha"?

No contesté para no empeorar las cosas. Solo me limité a observar a las personas que pasaban del otro lado del ventanal y quise salir corriendo de allí, pero los demás me obstruían el paso.

—Aunque no te ves como tú, siento que te hace perder tu esencia, pero yo sé de algo que te irá bien— pronunció amablemente Danna.

Llena de ingenuidad creí que Danna se estaba arrepintiendo de ser mala conmigo y que tal vez quería hacer las paces.

— ¿Ah sí?

—Claro, ya verás.

Sacó de su bolso un paste de mole y lo partió en dos, mientras la miraba desconcertada, Danna comenzó a frotarlo en mi playera blanca.

— ¡Listo! Ahora sí ya eres tú, una completa mierda.

La rabia recorrió mi cuerpo, haciendo hervir mi sangre ¿Cómo se atrevía a echar a perder un regalo que con tanto esfuerzo mi madre me dio? Era un ser despreciable, un monstruo. Quería aplastarla con mis manos, pero antes de que pudiera decir o hacer algo, Danna salió volando contra el cristal detrás de ella, cayendo en el patio de la cafetería. No supe cómo había pasado y me juré a mí misma que no le había tocado ni un pelo. Aún así, sus amigas dijeron que la había empujado y fue así como terminé expulsada de mi anterior escuela.

Mi padre me molió a golpes cuando se enteró, y ya no quería que regresara a la escuela, por suerte, el señor Vaughn lo convenció de darme una oportunidad. No sé como lo hizo; un día nos invitaron a cenar con ellos, mi padre y él se encerraron a hablar en su estudio, cuando salieron mi padre dijo que si podía continuar con mis estudios. El señor Vaughn dijo que era buena idea estudiar en esta escuela, y que no nos preocupáramos por nada, pues él se encargaría de hacer todo el papeleo para mi inscripción. Solo espero no meterme en líos y decepcionarlo.

—Nuevamente alumnos, les hago una cordial invitación, como todos los años, para que se unan al taller de Música. Les apuesto un calcetín a que van a amar al profesor, y no es porque sea yo. — dice el profesor. Levanto la mirada y veo su enorme sonrisa de felicidad, entonces decido perdonarlo por obligarme a pasar al frente, pues se ve que es un hombre simpático y amable, además de que, si es el profesor de taller de música entonces debe ser un músico, y los músicos tienen un rinconcito en mi corazón.

El profesor continúa dándonos consejos para no meternos en líos con las materias o con los profesores, pasada alrededor de una hora recoge su maletín y se marcha, despidiéndose de una manera amable. Inmediatamente de que el hombre calvo se retira, entra un anciano de barba larga y blanca. Lleva puesto un traje gris, y unos anteojos redondos cubren sus ojos azules. Se presenta como nuestro profesor de Cálculo integral y comienza a repartirnos unos cuestionarios. Doy gracias a Dios porque no me haya obligado a presentarme otra vez.

Veo mi hoja, son problemas matemáticos. Me apresuro a contestarlos. Después de una hora el profesor pide que pasemos voluntariamente a resolver los ejercicios a la pizarra. Cuatro alumnos, incluido el rubio de nariz afilada, pasan uno por uno y los demás nos aseguramos de tener el procedimiento correcto. En el quinto problema nadie quiere pasar.

—Vamos, chicos...no es tan difícil como parece. — dice el profesor.

Veo mi hoja, sé que he contestado todo bien pero, me da pánico pasar al frente. Todos me miraran y criticaran por mi forma de vestir. Aunque pensándolo bien, vengo a la escuela a aprender, competir, resolver enigmas, no a una pasarela de modas.

— ¿Alguien? — vuelve a preguntar el profesor. — Adelante. — dice el profesor mirando en mi dirección, entonces me doy cuenta de que estoy levantando la mano. Me levanto ¿Qué más da? Camino hasta la pizarra, tomo el rotulador y comienzo a escribir el resultado. Cuando finalizo el profesor me mira maravillado.

— ¡Excelente! Deberías unirte al club de matemáticas— dice con una gran sonrisa.

—Gracias, lo tomaré en cuenta. — digo. El profesor asiente y me indica que ya puedo volver a mi asiento. Cuando me doy la vuelta me doy cuenta de que el rubio malvado me está mirando como si fuera un depredador y yo la presa, y estuviera planeando las mil maneras de arrancarme la cabeza.

 Cuando me doy la vuelta me doy cuenta de que el rubio malvado me está mirando como si fuera un depredador y yo la presa, y estuviera planeando las mil maneras de arrancarme la cabeza

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Mirada de Dragón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora