Lukas

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No estaba seguro de cuanto tiempo llevaba revisando su antiguo dormitorio. Se encontraba destruido, trozos del techo y de paredes se extendían por todo el suelo y permitían que la luz penetrara en la habitación. Solo quedaba en pie una dura mesa de madera y un viejo baúl cerrado con un candado.
Había perdido mucho tiempo buscando una llave que quizás nunca iba a aparecer, así que se dispuso a romper el candado con un ladrillo que antaño perteneció a las sólidas paredes de la iglesia.
Arremetio contra el candado con fortaleza pero este no cedió, golpe tras golpe, una y otra vez. Hasta que finalmente este cae roto al suelo. Se seca el sudor que le recorría la frente en lo que entra Susan al cuarto.

-¿Qué ha sido todo ese estruendo? ¿Crees que nos han escuchado?- Le dijo ella algo asustada.

-Perdí las llaves y la única manera de abrirlo era a golpes. Llevamos horas aquí y no ha aparecido ninguna criatura, creo que se marcharon luego de la masacre.- Dijo mientras revisaba el cofre y metía las cosas útiles dentro de una bolsa que encontró en el mismo.

Dentro del cofre habían ropas limpias, un monedero con los ahorros de Lukas, varios libros viejos, una bolsa, una daga y lo más importante para él, una pequeña caja de madera tallada.
Una vez había guardado las cosas, se echo la bolsa al hombro y coloco la daga en su cinturón. Salió junto a su compañera de las ruinas de la iglesia

El sol se encontraba alto en el cielo, a su alrededor todo era destrucción y llamas. Nadie afirmaría que un día atrás, aquello era un hermoso pueblo con calles adoquinadas. Se había ido a la mierda todo. En el fondo estaba preocupado, sentía miedo, pero no podía dejarse afectar, menos aún cuando su compañera parecia estar pasando un mal momento.
Juntos rodearon la iglesia, subieron la colina que llevaba al bosque de abetos en el cual despertaron. Mientras se alejaban del pueblo, el aire cambió. Pasó de ser pesado y cargado de olor a destrucción, a uno ligero con un agradable olor a pasto.
Se sentaron en lo alto de la colina, Lukas abrió la bolsa y sacó una caja de madera, la abrió y sacó el anillo que había dentro.

-Susan, ayer antes que todo ocurriera, quería verte para obsequiarte algo por tu cumpleaños. Lamento q no lo hayas podido celebrar como dios manda, pero de igual manera quiero darte algo.- Dijo mientras tomaba a Susan de la mano y le colocaba el anillo.

-Oh, Lukas, no tenías que molestarte por ello. Gracias por siempre estar ahí, amigo.- Dijo ella mientras acostaba su cabeza en el pecho del chico.

Pasaron las horas, el sol se había convertido en una bola incandescente de color naranja que se escondía en el horizonte. El silencio prevalecía. A lo lejos, por el camino que llevaba al pueblo, apareció algo, era un convoy de mercaderes que se disponían a suplir a sus homólogos pueblerinos.

-Susan, despierta, mira.- Le dijo mientras los señalaba.

-¿Crees que no se han enterado de lo que ha pasado aquí?
-No lo parece, esta podría ser una buena oportunidad para salir de aquí y llegar a salvo a la ciudad. Vamos.

Ambos caminaron y llegaron a los límites inferiores del pueblo. La caravana se detuvo. Estaba compuesta por 3 carruajes, con sus respectivos conductores y una guardia armada compuesta por unos 10 o 12 mercernarios. Varios mercaderes salieron de sus carruajes, se quedaron asombrados por lo sucedido.
Rápidamente la guardia rodeo a Lukas y a Susan.

-¡Qué ha pasado aquí! Hablen ahora si no quieren ser atravesados por mi espada.- Dijo el que parecía ser el líder de los mercenarios. Era un hombre alto y fuerte.
-Todo se fue a la mierda, logramos escapar de milagro.-Dijo Lukas mientras abrazaba a Susan.

Uno de los mercaderes se acercó.
-Robert, déjalos que hablen, es imposible que dos jóvenes sean los culpables de esto.-Dijo el mercader aguantandose el cinturón con joyas incrustadas. Era un hombre regordete, vestía de finas telas adornadas con gemas. Lo que más sobresalía en su rostro, era un bigote poblado que le tapaba los labios superiores. Su mirada era justa, transmitía confianza.
-Como ordene señor, dijo el jefe de los mercenarios haciendo una pequeña reverencia. ¿Cuál es la zona más segura de la ciudad?- Preguntó
-La iglesia.- exclamó Susan mientras miraba con sus ojos verdes al mercader.

Marcharon por la calle principal, pasaron por la plaza, los vendedores y soldados no creían lo que estaban viendo. Llegaron a la iglesia, fueron recibidos por grandes puertas de maderas, tan grandes como 2 hombres. Dejaron los carruajes y se establecieron en el patio. Rápidamente montaron un campamento y el aire se lleno del olor a comida recién echa que despertó un gran apetito en Susan y Lukas que no habían comido nada en horas.
Junto al fuego se sentaron y comieron un delicioso plato de estofado de carne.

-Bien, cuentanos que ha ocurrido aquí.- Preguntó Samus, el bigotudo mercader.
-Una bola de fuego cayó en la ciudad, hubo un pequeño terremoto que habrío la tierra en dos y luego pasó lo peor, un ejército de criaturas arremetio contra los que habían sobrevivido. Como si de una ola de muerte y destrucción se tratara. Fue una suerte que saliéramos vivos.- Le dijo el joven.
-Lamento que hayan tenido que pasar por esto, si quieren puedo llevarlos a Vlaymir, la ciudad más cercana. Allí podemos informar a las autoridades de lo sucedido y con la ayuda del poder de la iglesia evitar otra posible masacre.

La noche llegó, apareció la luna arropada en su manto de estrellas. Susan la contemplaba fijamente, mientras que en su mente, rezaba por un futuro mejor.

Apocalipsis: GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora