Susan

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Mientras camina por donde hace unas horas se encontraba un camino adoquinado, veía los restos de su hermoso pueblo. Aquello no era más que el recuerdo de lo que algún día fue.

Todo se encontraba destruido. Habían cuerpos ardiendo entre las llamas de una casa, la panadería se había reducido a cenizas y en el lugar donde se localizaba la plaza se encontraba un profundo agujero que había surgido debido a la gran explosión.

Tenía la vista ida, se tambaleaba de un lado a otro al caminar y aún se encontraba algo mareada debido al fuerte impacto que recibió. Solo pensaba en salir de ese terrible infierno. Predominaba en el ambiente un fuerte olor a azufre mezclado con el aroma de la sangre, la luna se cernía sobre ella, tan roja y redonda, las estrellas habían desaparecido pues parecía que se habían escondido debido al fuerte estruendo.

Algo llamo su atención:

Debajo de los restos de una casa cree escuchar un ruido. Ella temerosa decide acercarse poco a poco hasta que oye lo que parecía el llanto de un niño. Comienza a levantar los restos de madera y piedra que encarcelaban al pequeño.

-No temas, ya casi logro sacarte.- Decía.

Cuando levanta la última piedra, se llevo una horrorosa sorpresa. Todo lo que creyó escuchar fue parte de su imaginación pues su cabeza la hacía oír cosas debido al golpe recibido. Debajo de aquella roca había un niño o lo que quedaba de él. La cabeza habia sido aplastada como si se tratara de un huevo, los órganos le asomaban por una cortada en el estómago y debajo de este se tendía un río de sangre.

Susan se tira al suelo, llora y grita al cielo como si le suplicara ayuda a algún Dios. Su vestido blanco, aquel que un día le cosió su madre, se había teñido de color negro y rojo proveniente del hollín y la sangre que la rodeaban.

Se queda mirando fijamente a la luna, pensativa, las lagrimas recorrian sus mejillas rosadas y una profunda ira se marcaba en sus ojos, aquellos ojos verdes que petrificaban con tan solo verlos habían cambiado, tenia una mirada cortante y fría.

Entonces una idea le pasa por la cabeza, recuerda una frase que siempre le decía Lukas, el joven sacerdote:

-La esperanza es lo último que se pierde, siempre que necesites ayuda, la iglesia te brindará toda la ayuda posible. Es la casa de dios y dios nos protegerá-.

En ese momento una ola de esperanza recorre su cuerpo.

-Debo dirigirme a la iglesia.- Piensa.

A toda velocidad recorre las ruinas de lo que fue su hogar, solo pensaba una y otra ves que quien fuera que hubiera echo eso iba a pagarla bien caro.

Cuando llega a la iglesia se alegra de que parte de esta se encontrara en pie.

Se encontraba conformada por dos torres laterales y una central que sobresalía sobre las demás y en el fondo un pequeño patio que conducía hacia una pequeña colina rodeada de un hermoso bosque de abetos. Aunque solo la torre izquierda había quedado en pie tras la terrible explosión aquel lugar seguía desprendiendo un aura de protección.

Abre la pesada puerta de roble oscuro y observa con cautela su alrededor. Todo se encontraba prácticamente destrozado, las vidrieras, las estatuas, el altar, los bancos, el confesionario, todo destruido y un extraño rastro de sangre.

-¡Lukas!, ¡Lukas!.- Exclama.

Cuando pensaba que todo había sido en vano, siente algo que la guía hacia una pequeña puerta que conducía hacia la habitación del párroco. Abre la puerta y entra en la oscura habitación.

-¡Lukas!, ¿te encuentras bien?- Exclama

-¿Susan, eres tu?- Le respondió una voz, una voz que por el tono que tenía no se encontraba del todo bien.

La habitación se encontraba totalmente a oscuras, solo una parte de esta se encontraba iluminada de color rojo proveniente de la luna que se colaba por un gran agujero en el techo. En la habitación había una cama, una pequeña mesa, dos sillas y en el fondo un pequeño armario y en el suelo había algo, una persona, era Lukas.

Tal fue su alegría cuando se reencontró con él.

Se le arrojó encima y le besó en la mejilla. Este le respondió con un quejido pues se encontraba herido.

-¿Que rayos ha pasado?- Preguntaba Lukas

- Algo malo ha sucedido, el pueblo se encuentra totalmente destruido y todos están muertos. - Responde entre lágrimas

- Anda, ayúdame a levantarme, salgamos de aquí mientras podam...- Un fuerte dolor invadió su cuerpo impidiendo que terminara de hablar, se toca el estómago y al ver su mano manchada en sangre le pide ayuda a Susan y se desmaya.

Susan comprueba que siguiera vivo y le atiende la herida de su estomago al vendarlo con un trozo de tela proveniente de las sabanas de la cama, comienza a arrastrarlo por el suelo pero cuando se disponía a sacarlo de la habitación un fuerte estruendo la sorprende, tres criaturas invaden la iglesia. Susan nunca había visto ningún animal semejante a aquello, poseían dientes y garras afilados como cuchillos, la piel era negra como el carbón y unos brillantes ojos rojos que sobresalían en la más profunda oscuridad.

Susan con sutileza cierra la puerta dejando un estrecho filo abierto para observar hacia el salón, las criaturas se acercaban cada ves más, lanzaban rugidos que pondrían la piel de gallina hasta al más valiente guerrero y parecía como si se comunicaran entre ellos.

Susan comienza a observar su alrededor y capta un agujero en la pared que daba al patio exterior de la iglesia, arrastra a Lukas y escapan. Consiguen ponerse a salvo en una pequeña colina resguardados por un bosque de Abetos. Se queda observando el paisaje que la rodea mientras acaricia la frente de Lukas.

Un mar de llamas se tiende a sus pies y en el ambiente predomina un fuerte olor a azufre y sangre. Los monstruos habían llegado al pueblo, se oían gritos de agonía, rugidos, fuertes golpes, a su espalda un profundo silencio y tranquilidad.

Mira fijamente a Lukas:

- Descansa y recuperate, nos espera un largo viaje...

Apocalipsis: GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora