Guerra

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La cálida luz del sol entraba por los grandes ventanales del dormitorio. Abrió los ojos y se dio cuenta de lo afortunado que era.

-Buenos días mi reina.- Dijo Dunkan, un apuesto Haerir de ojos rojos y pelo dorado que aparentaba unos 28 años, cuando en realidad podía hasta tener 60 años pues los Haerir podían llegar a vivir dos siglos; mientras en su rostro se marcaba una sonrisa boba.
-Buenos días.- Dijo Elizabeth, una dulce muchacha humana de 25, devolviendole la sonrisa y regalándole un apasionado beso en los labios.

No era la primera vez que un Haerir y un Humano se unían en matrimonio ante los ojos de los antiguos y nuevos dioses, pero a la iglesia humana no les parecía bien esto. Para ellos, no era natural e incluso podía ser considerado un pecado.

Hacían años desde la llegada de los primeros humanos a Harran, juntos construyeron nuevas ciudades y gracias a la tecnología humana y los conocimientos haerir lograron grandes avances.

Elizabeth se sentó sobre Dunkan, entrelazaron sus manos y comenzaron a besarse. Dunkan se giró, haciendo que Elizabeth quedara debajo de él.
Le besó los labios, luego el cuello y comenzó a descender mientras ella se excitaba cada vez más, le agarró la cabeza dulcemente y la guió hasta debajo de su ombligo.
Ella se retorcía de lo bien que se sentía tener la cabeza de Dunkan entre sus piernas. Elizabeth se incorpora un poco y le dice al oído:
-Quiero tener un hijo.
Lo tiró en la cama y se le subió encima, mientras que él, le apretó y movió su trasero, al ritmo que ella marcó.

Ambos vivían en Mirra, una gran ciudad ubicada al sur de Krust que poseía un gran muro que se extendía a todo lo largo y ancho de los límites con el desértico Reino del Sur.
El sur era una zona muy cálida, presentaba amplios desiertos y poca vegetación a cambio de ser el más rico en cuanto a recursos minerales. Allí se habían asentado una gran parte de los haerir más creyentes en los antiguos dioses, que rechazaron la presencia humana y el dominio de la iglesia en el este. Debido a las contradicciones entre ambos reinos, la iglesia ordenó la construcción de una gran muralla para impedir una posible invasión por parte de sus vecinos.

Pasaron los años y Elizabeth tuvo un hermoso bebé, que creció saludablemente. Con el paso de los años la presencia humana se reafirmaba cada vez más hasta el punto que conformaban la mayoría de la población en las ciudades y pueblos de la comarca, mientras que la iglesia presionaba a las importantes figuras haerirnienses para que abandonaran sus creencias.
Dunkan era una de estas figuras importantes, era un gran guerrero y Jefe de la Guardia Real de Mirra. Por sus venas corría la sangre de sus antepasados, los antiguos fundadores.

Una mañana de otoño fue despertado por su mujer:
-¡Dunkan, despierta rápido!- Le decía con tono preocupado mientras lo movía para despertarlo.
-¿Qué sucede?- Le dijo el preocupado.
-No se que esta pasando, los caballeros sagrados de la Santa Iglesia irrumpieron en la ciudad, quieren hablar contigo, tengo miedo.- Le dijo a la vez que se abalanzó sobre él.
Me llegó la noticia de que estan quemando en hogueras a todo el que se oponga a sus intereses.- Continuó ella entre lágrimas.
Dunkan la abrazo fuertemente y la beso
-No te preocupes, no va a pasarnos nada.-Dijo con una sonrisa en el rostro.
Se levantó de la cama, se puso la armadura de plata que usaba para asuntos oficiales, coloco su espada en el cinturón y marchó rumbo a la plaza central donde lo esperaban las altas figuras de la iglesia.
Una vez allí analizo todo, la plaza se encontraba sitiada por caballeros con pesadas armaduras y armas artefactos, un regalo que les hicieron a los humanos a su llegada. Las azoteas se encontraban llenas de arqueros. Dunkan seguía caminan firmemente, sin temor alguno, cientos de ojos se centraban en él, había un silencio abrumador. Frente de él se encontraba la principal figura de la iglesia, un anciano que a penas podía moverse y mucho menos hablar, uno de los tantos Padrum Fundadoris de la Santa Iglesia.
-¡Alto!.- Gritó uno de los pesados caballeros. A continuación fue rodeado de lanzas.
-¿No le veo sentido a esto que están haciendo, no se supone que viviríamos en armonía? Eso fue lo que acordaron nuestros antepasados.- Dijo sin temor alguno.
El anciano hizo unos ruidos con la boca, de él no salían palabras, solo sonidos vacíos que no significaban nada, pero de igual manera un joven obispo hizo las de traductor.
-Hemos llegado a la conclusión que la presencia de los dioses antiguos en Harran es una amenaza para nuestra religión.- Decía el joven mientras el anciano seguía balbuceando.
-Tienen 24 horas para renunciar a sus creencias y convertirse a la nuestra o serán juzgados ante los ojos de dios.- Continuo el obispo

La mirada de Dunkan cambió, sus ojos rojos brillaron mientras la ira crecía dentro de él.
-Aquí no Dunkan,- se dijo para si mismo intentando controlarse.
Suspiró, hizo una reverencia, dio media vuelta y camino entre las pasadas lanzas que le apuntaban.

Apocalipsis: GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora