Abril, 1999

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Era el cumpleaños de los hermanos Bürsin. Kerem y Emir cumplían ocho años, y Elif y Pamir se habían encargado de organizar una fiesta en el gran chalet en el que vivían. Habían asistido todos sus amigos del colegio, los de clase de inglés, los de clase de alemán, los de baloncesto, los de piano... Aquello parecía una granja de niños correteando por el jardín de un lado a otro, jugando con juegos agresivos y algo violentos pero en apariencia inofensivos.

    Estaban todos integrados a más no poder, menos un grupito de niñas que habían sido invitadas por compromisos familiares y no porque verdaderamente tuviesen una estrecha amistad con los cumpleañeros. Algunas primas, hermanas de amigos y... las vecinas. Unas niñas con las que Kerem y Emir no habían hablado nunca. Llevaban poco tiempo viviendo en la casa de al lado, pero los padres de ambas niñas y los de los mellizos habían hecho buenas migas, por lo que habían aprovechado para invitarlos a ellos y a las más pequeñas.

    A pesar de que las dos niñas no conocían a nadie, se habían integrado con la facilidad típica de unos seres inocentes junto al resto de niñas y algunos niños.

Estaban a su bola, jugando a ver quién aguantaba más tiempo saltando a la comba, cuando de repente una pelota de fútbol se metió por en medio provocando que una de las niñas que estaba saltando en aquel momento se cayera al suelo de rodillas al tropezar con la comba.

    Una niña morena que estaba haciendo cola anteriormente para entrar saltando a la comba corrió tras la pelota, y cuando se hizo con ella volvió corriendo hacia su nuevo grupo de amigas. La madre de la niña que se había caído corrió a tranquilizarla para que dejara de llorar, y segundos después la cogió en brazos y se la llevó al interior de la casa para curarle los dos rasguños que se había hecho en las rodillas.

    —¡Devuélvenos la pelota! —Le exigió un niño a la pequeña que todavía seguía sujetando la pelota de fútbol.

    —Se dice por favor y no le habéis pedido perdón a mi amiga —no se sabía el nombre de la niña que se había caído, pero para ella ya era su amiga.

    El niño, año y medio mayor que ella, se acercó con la intención de quitarle la pelota de las manos, pero ella fue más rápida y echó a correr mientras se reía. Hubo una niña que la siguió, y de repente todos los niños que habían estado jugando con el balón anteriormente comenzaron a correr detrás de las dos, sobre todo de la que continuaba con el balón abrazado contra su pecho. Estuvieron corriendo durante unos largos minutos, dando vueltas alrededor de la casa y entre los invitados, hasta que la pequeña se vio con la obligación de dejar de correr cuando un niño se interpuso en su camino, uno distinto al anterior, y chocó con ella provocando que así la chica cayera al suelo.

    —Auch —se quejó, haciendo un puchero.

    El chico de cabello rojizo se agachó para coger la pelota y, después de mirarla con algo de extrañeza, se inclinó hacia ella.

    —¿Te has hecho daño? —No parecía herida.

    La pequeña lo miró con el ceño fruncido, molesta.

    —Sí —dijo, pero se levantó enseguida del suelo.

    —Pero si no te has hecho nada.

    —¡El dolor se lleva por dentro! —Exclamó ella, enfadada de verdad, y se cruzó de brazos.

    El chico de cabello claro miró como a su alrededor iban llegando el resto de sus amigos, y cuando todos por fin vieron que había cogido la pelota, se alegraron.

Un niño parecido a él se acercó.

    —¡Venga, Kerem! ¡Vamos a seguir jugando! —Lo alentó.

    Kerem, que era el chico que se había preocupado por la niña minutos antes, volvió a dirigir la mirada hacia ella, que seguía frente a él pero de brazos cruzados. Aunque esta vez también se había puesto una niña rubia al lado de ella.

    —¿Queréis jugar? —preguntó Kerem, ofreciéndoles el balón.

    Ambas niñas se quedaron mirando el balón sorprendidas, y después se miraron entre ellas con ilusión. Unos segundos más tarde, volvieron a mirar a los niños que tenían enfrente.

    —¡Sí! —Exclamaron al unísono.

    Kerem sonrió, pero entonces el niño que anteriormente le había exigido a la morena que le devolviera el balón, apareció en escena.

    —Pero si son chicas... ¿Cómo van a jugar al fútbol con nosotros?

    —¡¿Y qué pasa?! ¡Sabemos jugar! Nos gusta mucho el fútbol, ¿A que sí, Layla? —la morena miró a su compañera, buscando apoyo.

    —¡Sí! Y además somos muy buenas.

    —Pueden jugar, Guido —las defendió Kerem, tendiendole la pelota a la niña morena— Podemos ir juntos, ¿queréis ir en mi equipo? Soy el cumpleañero

    —Oye que también es mi cumple —se quejó el otro niño rubito, dándole un leve empujón a su hermano.

    —¿Cómo os llamáis? —Intervino Layla— ¡Feliz cumpleaños!

    —Yo soy Emir, y él es Kerem.

    —¿Y cumplís el mismo día? ¡Qué guay! —Layla parecía emocionadisima.

    —Es que somos mellizos —explicó Emir. Después las miró a ellas— ¿Y vosotras? ¿Cómo os llamáis?

    —Yo soy Layla —se presentó la más pequeña.

    —Yo soy Hande —la imitó la morena.

    —Pues Layla y Hande van en mi equipo —dijo Kerem, mirando a su hermano.

    Y, desde aquel día, quedaron todas las tardes para jugar los cuatro juntos.

PerenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora