Capítulo 7

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A Anahí le habría gustado pasar el fin de semana con Alfonso para reparar el daño hecho con su actitud, sin embargo tuvo que trabajar. De manera que el sábado por la mañana tuvo que marcharse temprano y dejarlo durmiendo tranquilamente.

Se fue a su casa, se duchó y se puso el uniforme. Una vez en el hospital, tomó el informe de la noche, y fue a ver cómo estaba el señor Gilroy, el hombre que había perdido su pie.

El hombre estaba bajo los afectos de los sedantes, así que apenas habló con él. Simplemente se cercioró de que no sangraba y de que todo marchaba correctamente. Lo cubrió de nuevo y charló con la enfermera que estaba a su cargo.

—Probablemente no tendrá ganas de hablar en unas horas —dijo a la joven—. Asegúrate continuamente de que está bien. No sé si sabe que ha perdido el pie, así que prepárate para cualquier pregunta.

—¿Qué le digo?

—Dile que el doctor lo verá enseguida y que le explicará todo. Luego enviaremos al doctor de guardia para que hable con él.

Anahí se volvió a la sala principal y dejó a la muchacha allí. Era una estudiante de último año y parecía inteligente, aunque no sabía si tendría experiencia clínica suficiente como para hacer frente a una situación complicada.

Desgraciadamente Anahí tenía razón en preocuparse. La joven enfermera, con los ojos llenos de lágrimas, apareció a las diez en punto mientras ella estaba preparando las medicinas.

—Se ha vuelto loco. Dice que no dio permiso para que su pie fuera amputado y que quiere verte ahora mismo a ti y al doctor que lo hizo. Lo siento, no quise decírselo, pero...

—Tranquila no ha sido culpa tuya. ¿Qué ha pasado exactamente?

—Me dijo que el pie le dolía, que quería saber lo que le habían hecho, yo le contesté que el doctor vendría enseguida. Entonces me dijo que si hubiera sabido que le iba a doler tanto habría dicho que se lo amputaran... yo le dije que no era cierto, que le dolería igual...

—¿No se lo dijiste?

—No... no entonces. Me dijo que le dolían las vendas de los pies, que si podía ponérselas más flojas. Yo contesté que no, que tenía que ver al doctor porque tenía un drenaje en el muñón... y eso fue lo que le alarmó.

—De acuerdo, no te preocupes. Iré a hablar con él.

—Quiere ver al doctor Herrera.

«Yo también», pensó Anahí.

—No está de guardia este fin de semana.

—Pero el hombre está muy enfadado.

—Yo hablaré con él. Vete a lavarte la cara y a tomar una taza de café. Después te mandaré otra cosa.

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