XVII

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-Dra... -Quedaban tan solo un par de horas de trayecto y Dra parecía incapaz de controlarse. Estoy seguro de que si el carruaje se lo hubiera permitido habría caminado de un lado a otro, pero como no era posible se dedicaba a morderse las uñas. -No tienes motivos para estar nerviosa, pase lo que pase estaremos bien ¿Sí? -Ella no dijo nada. Yo contemplé las vistas que la ventana ofrecía. -Seguro en menos de una hora nos encontraremos recorriendo tus posesiones.

-En realidad hace un par de horas que ya lo estamos haciendo...- Dijo sin poner mucho interés en sus palabras.

-¿Quieres decir que todo esto es tuyo? -Pregunté atónito.

-Te dije que mi padre era asquerosamente rico. -Respondió como si tal cosa.

El carruaje se detuvo ante una imponente mansión al no haber anunciado nuestra llegada tan sólo nos aguardaba un mozo.

-No comprendo porque estabas nerviosa al contemplar la casa de mi hermana... tampoco es que la tuya tenga mucho que envidiarle...-Dije pensativo.

-No era la casa lo que me ponía nerviosa... - Aquello podría haberme dado pie a iniciar una interesante conversación, peo ahora no era el momento.

-¿Lista? -Pregunté ofreciéndole mi brazo. Ella asintió y juntos ascendimos por las escaleras de la entrada principal. -Buenas tardes. -Saludé al que supuse sería el mayordomo.

-Buenas tardes señores. -Sin más dilación presenté nuestra tarjeta de visita. El mayordomo nos hizo pasar a una sala y regresó unos minutos después. -Siento que hayan tenido que venir hasta aquí para nada, pero los señores no pueden recibirlos hoy.

-¡Esto es el colmo! -Dra parecía a punto de explotar.

-Querida... te dije que no debíamos entrar con humildad...- Dije dejando a Dra algo confundida con mi actuación. -Señor, siento decirle que en realidad nosotros no tenemos por qué contar con la aprobación de los "señores" para quedarnos en la casa puesto que mi esposa es la legitima heredera de todo esto. -Mis palabras dejaron al Mayordomo atónito por unos segundos.

-¿Alexandra? -Dra asintió.- Disculpa no haberte reconocido mi señora... pero has crecido mucho. Eres tan parecida a tu madre... -Ante un carraspeo por mi parte el mayordomo recuperó su compostura. -Haré que les preparen las habitaciones de los señores e informaré a su tío de su llegada.

Alexandra se sentó en el sillón y comenzó a quitarse los guantes incapaz de ocultar el nerviosismo que no había abandonado su cuerpo todavía.

-Bueno, parece que contamos con un aliado en la casa... tener al mayordomo de tu parte es un punto a nuestro favor, uno muy importante. ¿Qué tanto crees que tarden tus parientes en...?

No fui capaz de terminar de formular la pregunta cuando tres hombres se adentraron en el salón. Uno de ellos, el que supuse debía ser el tío, era casi tan alto como yo y sus ojos azules eran idénticos a los de Dra. Los primos eran muy diferentes entre sí, uno era la viva imagen de su padre y el otro era bajito y regordete.

-Señor Hastings es un placer conocerle al fin... -Saludé rompiendo el incomodo silencio que se había impuesto en el lugar. Supongo que ustedes dos serán los primos de Alexandra.

-¿Quién es usted? ¿Y por qué se cree con derecho a hablar con tal familiaridad a mi sobrina? -Por lo menos el hombre no se había atrevido a negar que Dra era quien era.

-Bueno, soy su marido, Beorn Sant, un gusto conocerlos. -Aquello pareció sorprenderlos más que el hecho de ver allí a Dra.

-Alexandra Hastings ¿cómo has podido casarte y no decirnos nada? -A pesar de intentar sonar cordial se notaba que el señor Hastings estaba haciendo un gran esfuerzo por controlas su ira.

-Tío, no creo que después de casi doce años tenga que darte explicación de ningún tipo, pero si esto tranquiliza tu conciencia... Mi tío el capitán Evans nos otorgó su bendición.

-Disculpa a mi padre querida prima...- Se inclinó zalamero aquel primo que era igual a su padre. -No sé si me recuerdas soy Angus y este es Flin. Supongo que estarás exhausta por el viaje y necesitarás reponer fuerzas.

-En realidad, prefiero ir directa al despacho a revisar cómo van las cosas por aquí. -Dijo Dra levantándose del sillón y retirándose la capa del viaje. Aquel acto puso al descubierto su vientre e instauró un nuevo e incómodo silencio en el lugar.

-Permítame ser el primero en felicitarte. -Dijo Flin. Aquel hombre parecía la mar de sincero.

-Gracias querido primo. -Respondió Dra haciendo alarde de sus buenos modales.

-Si quieres puedo mostrarles dónde están todas las cosas, sé que esta es tu casa, pero como habrás podido comprobar las cosas han cambiado un poco desde que la última vez que estuviste aquí.

Conducidos por Flin salimos del salón dejando a padre e hijo como dos estatuas. Llevábamos un par de minutos en el despacho cuando Dra se percató de que había olvidado uno de sus guantes en el salón.

-Mandaré a alguien a buscarlo. -Se ofreció Flin.

-No te molestes, voy yo. -Dije saliendo del despacho. De camino al lugar contemplé la majestuosidad de la casa. No había visto mucho de las cuentas del padre de Dra, pero sólo con ver el lugar podía comprender porque mi cuñado me había dicho que tenía buen ojo para las mujeres.

-¡No podemos permitirlo! Esa desgraciada no sólo se planta aquí después de tantos años, sino que viene casada y preñada. -El señor Angus Hastings no sonaba muy conforme con nuestra presencia en el lugar.

-Hijo no alces la voz. -Le regañó su padre. – Ya encontraremos la forma de que todo este como debe. Esperaremos a la lectura del testamento. Quizás mi hermano tubo algo de juicio y no cometió la estupidez de dejar a su hija al mando de sus negocios.

-Pero nosotros somos los que llevamos todo este tiempo haciéndonos cargo del lugar.

-No te atribuyas cargos que no tienes Angus. -Aquel hombre parecía realmente severo.

-Padre cómo puedes lucir tan sereno... esa furcia...-En aquel instante decidí hacer mi entrada en el lugar.

-Disculpen mi intrusión caballeros, pero creo que comprenderán que no puedo quedarme tras la puerta cuando escucho a dos hombres que deberían cuidar y proteger a su familia hablando mal de mi esposa. -Caminé lentamente hacia el sillón y tomé el guante de Dra. – Más les vale cambiar su actitud y ser la mar de complacientes con ella... y no crean que estoy amenazándoles, aunque tampoco dudaría en hacer cualquier cosa por mi familia. Sin embargo... No es a mí ante quien deben responder. No conocen a Alexandra ni un poquito, pero créanme cuando les digo que deberían temerla... si ella no los tiene por amigos, eso quiere decir que los considerará sus enemigos... y el capitán Evan le enseñó muy bien qué es lo que debía hacer con los enemigos.

Sin pronunciar ninguna palabra más salí de la estancia dejando atónitos a padre e hijo. Supongo que no era mi mejor discurso, pero mi mujer no únicamente merecía ser defendida, sino que por encima de todo debía ser colocada en el lugar que le correspondía. 

La hipocresía del destino (2º Libro saga 'VERDADES OCULTAS')Donde viven las historias. Descúbrelo ahora