7. Feliz cumpleaños Harry

28 3 0
                                    

A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estabamos muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.

Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable conmigo y con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.

—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...

Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.

—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin dejar de jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí. Y tú también— dijo señalandome.

Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez nos aseguraríamos de que no fallaran. Hicimos un plan.

Al otro día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.

—¿Te das cuenta? —aexplicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.

El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo. Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir.

El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas.

—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? — preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry y yo saltamos en el aire, tratando de atrapar una.

—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon nos tomo a Harry y a mi por la cintura y nos arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.

𝗟𝗮 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝗣𝗼𝘁𝘁𝗲𝗿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora