11.El viaje a Londres

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Me desperté temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.

«Ha sido un sueño —me dije con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decir que Harry ira a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi pequeña habitacion.»

Se produjo un súbito golpeteo.

«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta»,
Me dije a mi misma abrumada. Pero todavía no abria los ojos. Había sido un sueño tan bonito...

Toc. Toc. Toc.

—Está bien —rezonge—. Ya me levanto.

Me incorpore y s me cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.

Me puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en mi interior. Harry, que tambié se había levantado fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.

Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.
—¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...
—Págale—gruñó Hagrid desde el sofá.
—¿Qué?— dije extrañada
—Quiere que le paguen por traer el periódico. Busca en los bolsillos.

El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo:
manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té...
Finalmente sacque un puñado de monedas de aspecto extraño y se las di a Harry.

—Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.
—¿Knuts?
—Esas pequeñas de bronce.

Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta. Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.

—Es mejor que nos demos prisa, niños. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.

Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas.
—Mm... ¿Hagrid?
—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.
—Nosotros no tenemos dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.
—No se preocupen por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza—.¿No creerán que sus padres no le dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida...
—¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Coman una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños Harry.
—¿Los magos tienen bancos?— pregunte asombrada.
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los Duendes.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.
—¿Duendes?
—Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robar, puedo decírselos. Nunca se metan con los duendes. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarlos a ustedes... sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienen todo? Pues vamos.

Siguimos a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.

𝗟𝗮 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝗣𝗼𝘁𝘁𝗲𝗿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora