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No tuvo idea del tiempo que había transcurrido, le era un poco caótico las memorias que albergaba en su mente hasta que llegó al punto de creer que aún seguía entre dormida y despierta, una angustia afloró en su pecho, perturbada, tan solo miró por la ventana del quinto piso contemplando el opaco cielo que al parecer anunciaba otra llovizna, su mente era un caos, pero a la vez parecía viajar entre dos puntos que a lo mejor pensó estaba enferma.

—¿Qué esperas? ¿Qué esperas? —de pronto, la voz de una mujer algo gruñona la hizo pisar la realidad—. ¿Acaso te pagan por estar contemplando la ventana? Eres una lenta por dios.

Pero la mujer ni siquiera se atrevió a replicar, ni siquiera tenía ánimos de cruzar palabra con alguno de los trabajados, y es que su cabeza le daba vueltas, no pudo dormir durante ese tiempo, ni siquiera comer como era debido menos aún en responder las llamadas de sus padres con suma normalidad.

No era miedo la palabra que buscaba, pero de algo se parecía.

Para Adira, muchas opciones surgieron desde un sueño hasta la posibilidad de que estuviera imaginándolo todo por lo que cerró los ojos con fuerza e inmediatamente volvió a su realidad así que cogió los papeles de la maquina fotocopiador y se dirigió a la sala de reuniones donde un viejo regordete parecía lanzar una pisca de arrogancia con la mezcla de perversión a lo que la noble mujer no prestó atención.

—Son dos carpetas por mesa, muchacha tonta—alegó el viejo a lo que ella se puso nerviosa—. ¿Cuántos años tienes? ¿Quince? ¿Acaso no has acabado la secundaria? Hasta un mocoso de mierda haría mejor tu trabajo.

—Lo siento señor, no me informaron la cantidad de carpetas por mesa.

—Si, si, la misma escusa tonta que ponen la gente como tú, ahora largo.

Ella ni siquiera podía enfrentarlo por dos grandes razones: La primera es que necesitaba el dinero, y la segunda..., era una tonta cobarde que apenas podía balbucear un saludo sin enredarse con su lengua y sus propias palabras; tal vez por eso, la torpe mujer se vio tentada en volver a su pueblo tal vez intentando trabajar en algo fácil como el ser mesera o alguna cajera de comida rápida más tuvo demasiado miedo de lo que podían pensar sus padres o..., cómo solucionar el problema que afrontaban en casa.

Era el único sustento de la familia por el momento.

El accidente de su padre la había llevado a salir del hogar para ayudar en los gastos.

Un accidente que cambio la vida de todos en casa.

Adira tan solo aguantó en pensar todo lo que hasta ese momento había vivido, lo que menos debía hacer era el llorar porque si no tendría un intenso dolor de cabeza que la terminaría por matar de verdad así que únicamente se fue a los servicios higiénicos y, como todas las veces, se encerró en uno de los baños y comenzó a luchar con ese sentimiento llamado nostalgia.

No era una humana fuerte. Sensible. Amable, algo terca, pero noble. Adira solo se talló los ojos evitando hipar de modo que salió a lavarse el rostro, se secó y caminó hasta el sitio muy arrinconada de la oficina número 16, recogió sus cosas bajo la mirada de burla o socarrona de sus compañeros de labores pues lo que necesitaba era huir de su trabajo para volver a casa y...dejar fluir todas sus emociones añadiendo de las cosas que pasaban por su cabeza.

—Adira, vamos por unas copas, es viernes por la noche—le dijo un hombre, algo calvo, mayor, agarrado con arrugas notorias—; estas muy joven para encerrarte en casa.

—Muchas gracias señor, pero tengo cosas que hacer, en otra oportunidad será.

La mujer no lo consideraba un amigo a pesar de que era de los pocos que la hablaban, pero le desagradaba su presencia añadiendo que en sus días sentía mayor incomodidad que antes como si sus sentidos le advirtieran que algo realmente malo ocurriría, así como tener la sensación que algo más allá de su razonamiento rondaba muy cerca.

[Finalizado] 𝐌𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora