Despertó en una enfermería. Su costado estaba vendado y por su brazo estaba conectado el suero. Se sentó rápidamente sin entender nada.
—Tranquilo —le dijo un doctor. Dean lo miró asustado, pero ese hombre no tenía poderes. No podría hacer sus clones—. Estás a salvo —le continuó hablando. Tendría unos cincuenta años, pelo corto y canoso y usaba un guardapolvo blanco, como todo doctor.
—¿Dónde estoy? —preguntó Dean confundido, relajando un poco su posición hostil.
—Es una enfermería. Estamos en un pueblo llamado Lamda, de la Federación Seyren. Un leñador te encontró desangrándote en el bosque. Ahora que estás despierto voy a tomarte tus datos. Nada raro, tu nombre, edad, tu familia, de dónde eres y ese tipo de cosas. Te encontramos con el uniforme del ejército de Len, así que supusimos que eras un soldado suyo, pero por las dudas quisimos esperar a que despertaras para que nos lo dijeras tú mismo. ¿Peleas para Len, de los araucis?
—Ya no peleo para Len —le contestó Dean con tristeza, y volvió a sentir el vacío que sentiría por siempre al recordar la muerte de Diana—. Me escapé.
—Lo supuse. Menos mal que no avisamos entonces.
—¿Cuánto tiempo estuve dormido?
—Un día solamente. Apenas paramos la hemorragia y te nutrimos con el suero volviste a tomar color, y despertaste pronto. Ahora vuelvo, voy a buscar el formulario para los datos. —Salió por una puerta y lo dejó solo.
Dean se levantó de la camilla y se desconectó el suero. Descubrió que tenía otros aparatos en su pecho que le controlaban el corazón, los despegó también. No quería dar ningún dato. Ya era hora de irse.
Pensó en salir por donde se había ido el médico. Seguro habría alguien con poderes que le facilitara las cosas para invocar sus clones y así escapar. Pero luego miró la ventana. Un mejor escape, y menos escandaloso. La abrió, tomó su ropa y escapó por ahí.
Se cambió la ropa de hospital detrás de unos arbustos y comenzó a caminar por el pueblo. Tenía calles pequeñas, algunos negocios, pequeñas casas y estaba rodeado de árboles.
Se preguntó qué haría ahora. Nada tenía sentido. Diana. Jamás la volvería a ver. Y todo por su culpa.
—Sé quién eres —escuchó a alguien que le tocó el hombro. Volteó rápidamente y vio que se trataba de un militar. Un coronel, adivinó Dean por sus estrellas.
—¿Quién es usted? —Se apartó con agresividad de su mano.
El hombre rió.
—Estás algo asustado al parecer, ¿o siempre eres así con los extraños? Tendría sentido. En fin, eso no viene al caso. Eres el arma asesina que usó el villano Rash por varios años —le dijo mientras lo miraba con tentación.
Dean suspiró, conocía esa mirada. Solo Diana lo miraba diferente, solo ella lo quería por quien era en verdad, ya nunca nadie más lo haría.
—Sí —le contestó al hombre, y sintió que sí tenía poderes, poderes de fuerza, era bueno saberlo, por cualquier cosa—. Ese soy yo, ¿y usted?
—Oh, no me he presentado, disculpa mis modales. Soy el Coronel Jazer. Has luchado contra mi ejército antes, nos ganaron, por supuesto. Sé de lo que eres capaz. No voy a preguntarte qué haces por aquí, pero es una suerte para mí haberte encontrado. ¿Estás solo? —Dean asintió—. Bien. Me gustaría saber si estás interesado en entrar a mi ejército. —Dean abrió la boca para negarse, pero Jazer continuó hablando— como un mercenario. —Dean cerró la boca—. Solamente pon tu precio. Yo te pago por tu compañía en nuestra próxima batalla, y si ganamos, te pago el doble.
Dean lo pensó. No estaba nada mal, le pagarían por hacer lo que más le gustaba: pelear y matar. Ahora él miró con tentación al coronel.
—Acepto —le dijo— ¿Qué tal quince mil?
—¿Quince mil saldos seyren? Perfecto, tendrás tus quince mil, y otros quince mil si salimos victoriosos. Ven conmigo para firmar el contrato.
Dean lo siguió y firmaron, luego Jazer le dio sus primeros quince mil. Dean usó ese dinero para alquilar una habitación en una modesta pensión del pueblo seyren. Allí lloró en soledad y pensó en todo lo que había sucedido. En todos los errores cometidos. ¿Por qué había sido siempre tan ciego?
***
Unos días después, el Coronel Jazer lo buscó para que fueran a la batalla. Le prestó el uniforme de su ejército, le presentó al resto de los soldados, (de los cuales varios tenían poderes, era una ventaja). Ellos lo miraban con cierto temor y desconfianza, Dean se veía sombrío y sediento de sangre.
Una vez en la batalla, Dean asesinó a cuantos pudo, sin tener piedad con ninguno. Lo necesitaba. Nuevamente necesitaba matar para llenar su vacío. Y lo disfrutaba.
Luego de eso, el coronel le pagó el resto del dinero y le recomendó que se presentara como mercenario.
Dean así lo hizo y no tardó en llenarse de ofertas y de dinero.
No volvió a recibir cariño, y es porque él tampoco lo daba a nadie. Decía que no lo necesitaba, amar producía sufrimiento, y para evitarlo, lo más conveniente era no volver a amar a nadie jamás, esa era su nueva filosofía de vida. Por lo que, se volvió más sombrío y misterioso que antes, si eso era posible. Todo había dejado de importarle, excepto claro, matar.
Se había vuelto a convertir en un arma, pero ahora con clase. Y eso es lo que se dedicó a ser: un mercenario. Un arma que cualquiera podía poseer para la batalla que deseara ganar, si tenía el dinero. La paga era buena, y el empleo divertido.
No podía pedir nada más. No necesitaba nada más.
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Dean
Боевик"Eres un arma. Y las armas no toman decisiones" -General Rash. La vida de Dean comienza en paz en el pueblo de Araucis, pero esta tranquilidad se interrumpirá rápidamente: su vida cambiará de forma muy drástica con el desarrollo de sus increíbles ha...