Capítulo 4

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Dean despertó con un fuerte dolor de cabeza. Abrió los ojos, le costó acostumbrarse a la oscuridad, y nuevamente, había perdido sus lentes, eso explicaba por qué le costaba ver dónde estaba. No tardó en darse cuenta de que se encontraba atado de manos y pies en lo que parecía un gran galpón. Respiraba agitado y aún lloraba, estaba muy asustado.

—Hola, niño —vio entrar a un hombre barbudo vestido de rojo y negro.

—¿Dónde estoy, quién es usted? —por lo que Dean sentía, ese hombre no tenía poderes.

—Estás a salvo, permíteme, ¿puedo desatarte? –Dean asintió confundido, y el hombre procedió a desatarlo con cuidado—. Mi nombre es Rash, ¿y el tuyo?

—Dean —le contestó él con inocencia— ¿Sabe dónde está mi papá, señor Rash?

—¿Tu papá? Oh, lamento informarte que tu papá murió, Dean.

—¿Qué? ¡¿También él?! —exclamó Dean y volvieron a salirle las lágrimas. Rash se apresuró a abrazarlo.

—Pero tranquilo, estás a salvo con nosotros ahora. Lo vi a tu papá antes de que muriera, y ¿sabes qué me dijo? Que cuidara muy bien de su hijo Dean, y es lo que voy a hacer.

—¿Pero quién es usted?

—Soy un compañero de tu papá del trabajo, seguro no me nombraba mucho, no éramos muy amigos —continuó mintiendo el hombre mientras le secaba las lágrimas al pequeño—. Pero me vio y me pidió que cuidara de ti, o ibas a morir también. Mis hombres te ataron, perdón por eso, no entienden mucho de niños.

—¿Y qué voy a hacer ahora? —lloriqueó Dean, Rash lo abrazó

—Ahora me tienes a mí —y se sonrió satisfactoriamente, como se sonreía cada vez que obtenía lo que deseaba.

—¿Y qué hay de Diana? —preguntó de nuevo con inocencia Dean—. Ella es mi amiga, le dije que se quedara en su casa.

—Seguro murió también.

—¿Qué? ¿También? —y comenzó a llorar más fuerte.

—Ya, ya —lo trató de calmar Rash y lo alzó en sus brazos— Ahora tienes que ser fuerte, como nunca antes. ¿Te gusta pelear? —Dean asintió aunque no muy convencido, no comprendía a qué venía la pregunta, ni por qué su papá había decidido que se quedara con ese hombre que hablaba tan extraño—. Ahora vas a tener la oportunidad de pelear todo lo que quieras. Te voy a llevar a tu nueva habitación para que descanses, y mañana quiero que me muestres todo lo que puedes hacer ¿sí?

Dean volvió a asentir, aunque continuaba confundido.

—Esta es —lo depositó en el piso cuando llegaron a un pasillo lleno de puertas. Dean la abrió despacio y la puerta rechinó, era muy pequeña y solo tenía una cama—. El baño está allá —le dijo Rash señalando el final del pasillo.

—Me quiero ir a mi casa —murmuró bajito Dean, después de echarle una mirada a la fría y oscura habitación.

—Es que ya no tienes casa. Este es tu hogar ahora. Mañana cuando te levantes más descansado te muestro al resto de la familia. Ahora duerme y olvídate de todo lo demás. Estás solo en el mundo, Dean, ya no hay más papis que te cuiden y te cumplan todos los caprichos, es tiempo de ser un hombre, y los hombres no lloran, así que a secarse esas lágrimas. Es tiempo de madurar. Pero no te preocupes, porque cualquier cosa que necesites, aquí estoy yo, puedes contar conmigo. Hasta mañana, Dean —lo empujó suavemente dentro de la habitación y cerró la puerta tras él. Dean escuchó que ponía llave del lado de afuera.

No entendía muy bien lo que pasaba. Se recostó en la cama y trató de dormir como le había prometido a ese adulto, pero las imágenes de la batalla las tenía muy fijas en la mente. Lloró al recordar a su madre, y al pensar en lo que Rash le había dicho, que su padre y Diana habían muerto también. Eso era horrible. ¿Qué importaba lo que había dicho Rash sobre que los hombres no lloraran? Claro que lloraban. Él no podía aguantarse su llanto. Extrañaría muchísimo.

Además le faltaba el beso de las buenas noches de su papá, y esa habitación estaba fría y húmeda. No le gustaba ese lugar, quería irse a su casa. Extrañaría a su mamá, no podría vivir sin ella, y lo último que la había escuchado decir fue su nombre, pronunciado con toda la ternura de su corazón. Y Diana, antes no soportaba pasar un día sin ella y ahora tendría que conformarse con no verla nunca más. Era imposible no llorar. Y todo eso pensaba hasta que finalmente se quedó dormido, acurrucado abrazando sus rodillas.

DeanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora