Dean despertó en una enfermería, su pierna estaba vendada, evidentemente los doctores le habían quitado la bala.
—Sabía que el protector encapuchado eras vos, tenía una corazonada –una voz en su espalda lo hizo voltearse en su camilla. Era el general Len.
Dean lo estudió con la mirada, Len había envejecido más de lo normal para su edad, se notaba en su cabello blanco y las arrugas en su piel, además de algunas cicatrices.
—Gracias –le dijo Dean—, por salvarme. Pero no te preocupes, me iré apenas pueda.
—¿Qué? ¿Te irás otra vez?
Dean no pudo mirarlo a los ojos mientras pronunciaba las siguientes palabras:
—No merezco estar aquí. Si yo no hubiera puesto esa bomba... ella... ella seguiría aquí.
—Dean –Len se sentó a su lado—, y si yo hubiera puesto la bomba por mi cuenta, en vez de encargárselas a ustedes, todo hubiera sido diferente. ¿Crees que no me atormenta la culpa también? ¡Yo era su general! Y su padre...
—Lo siento mucho...
—¿Por qué te fuiste ese día? Me dejaste solo, nos dejaste solos
Len lloraba y Dean, por primera vez desde hacía varios años, también lloró.
—Lo siento mucho, pensé que estarías muy enfadado conmigo –la voz se le quebró y perdió toda su apariencia de chico rudo para volverse un ser frágil y angustiado—. Ustedes dos habían sido los mejores conmigo y yo... yo lo arruiné todo, solo por querer vengarme de un sujeto que ya no tiene importancia.
Len lo envolvió con sus brazos. Con toda la fuerza de su sentimiento. Los brazos de Dean colgaron por un momento a los costados de su cuerpo, pero poco a poco los fue levantando hasta abrazar a Len. Un abrazo. Llevaba años sin recibir uno.
—Qué bueno que regresaste –le susurró Len.
Dean agradeció que Len no le hiciera muchas preguntas sobre dónde había estado, y le pareció magnífico y sorprendente que simplemente se alegrara de que hubiera vuelto. Len se separó del abrazo y lo miró a los ojos.
—Ya no tenés que protegernos en las sombras, aunque entiendo por qué lo hacías. Nunca tuviste remedio, como yo. Pero mirá, a partir de ahora, lucharás junto a mi ejército, si eso querés, claro. ¿Qué decís? ¿Perdonás a este viejo y lo aceptás nuevamente como tu general?
—Señor Len –Dean se secó las lágrimas—, muchas gracias, será todo un honor. Pero el ejército seyren es muy fuerte.
—Lo sé, si no llegabas ese día probablemente ya seríamos seyrens ahora mismo.
—Tengo dinero –habló Dean—, mucho dinero. Quiero comprar más soldados para que nos ayuden a protegernos, pero no podía dejar mi posición o los seyrens entrarían a Araucis. ¡Oh no, deben estar adentro ahora mismo!
—Tranquilo, los tenemos bajo control, por ahora. Gracias a los días de descanso que nos diste, pudimos sanar heridas y fortalecernos para continuar luchando. Comprar ejércitos es muy caro, ¿tenés suficiente dinero? Hay que ser millonarios para eso.
—Claro –Dean se encogió de hombros.
—¿Quééé? ¿Cómo has hecho tanto dinero?
—Trabajé como mercenario, y he ahorrado sin propósito todo este tiempo. Quiero que ese sea el propósito de mis viajes y de todo lo que pasé, ayudar a Araucis.
A Len volvieron a llenársele los ojos de lágrimas.
—No tenés que hacerlo, ese dinero es tuyo, Araucis...
Pero Dean lo interrumpió elevando la voz:
—¡Quiero hacerlo! –justificó firmemente.
Len volvió a estudiarlo con la mirada, cada vez que Dean volvía, algo había cambiado en él, antes lo había notado más fuerte y lleno de confianza en sí mismo, y ahora, la mirada de Dean denotaba madurez.
—Te extrañamos, muchacho.
Len volvió a abrazarlo.
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Dean
Aksi"Eres un arma. Y las armas no toman decisiones" -General Rash. La vida de Dean comienza en paz en el pueblo de Araucis, pero esta tranquilidad se interrumpirá rápidamente: su vida cambiará de forma muy drástica con el desarrollo de sus increíbles ha...