◽️ Capítulo 9 : Tiempo◽️

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Capítulo IX

Lugar: Desconocido.
Tiempo: Desconocido.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Francisco mientras caminaba por el pasillo muy iluminado, le cegaba la luz del pasillo.

—Me encontraron... —dijo Camila.

—Bueno... —suspiró Francisco—. Todo esto es muy raro, ¿qué significan todas esa chorradas de las que me acusaron?

—Ni idea... Pero algo si que me dejó confusa... —empezó a decir Camila—. Cuando yo estaba buscándote, fui hasta el 2020...

—Yo estaba allí.

—Lo sé, pero algunas cosas eran diferentes —dijo Camila mirando a los ojos a Francisco.

—¿Cómo qué?

—Bueno... —Camila desvío un poco la mirada—. Tú estabas enamorado de mí... —dijo mirando al suelo, se habían detenido en el medio del pasillo.

—¿Cómo? —Francisco no daba crédito a lo que oía.

—Sí, y además la que había muerto en el 2010, había sido yo... y no Vero.

—¿Estás segura? —Francisco la miraba con cara de sorprendido.

Camila se acercó un poco a Francisco y le dijo algo al oído.

—¿Otra realidad? ¿Qué patraña es esta? —Francisco no entendía nada.

—Es lo único que sé... —dijo Camila y siguió caminando.

Francisco se quedó quieto, miraba al suelo con la vista perdida. Si existían más realidades, era posible que pudiese rescatar a sus familiares en una de ellas. Tenía que salir de la prisión en que se encontraba, luego buscar una forma de llegar a una de esas realidades y rescatar a Vero, y a su madre.

Francisco siguió caminando por el iluminado camino, las brillantes luces le cegaban la vista del único ojo que le quedaba, el otro se lo habían quitado cuando lo capturaron, la luz le causaba mareo. En realidad, él no sabía hacia donde tenía que caminar, sólo seguía caminando, sin ningún rumbo.

En un estrecho pasillo, que conectaba con el pasillo por donde Francisco caminaba, había dos personas hablando. Un hombre bajo, de cara de sapo con una verruga pronunciada en la mejilla derecha, tenía el pelo plagado de canas y grasiento. A su vera, estaba otro hombre, este mucho más corpulento y de gran tamaño. Su aspecto intimidaba, tenía unas mandíbulas cuadradas y una nariz ganchuda, los ojos eran de color gris y carecían de vida.

—Que sea lento, quiero que sufra... —dijo el hombre de la cara de sapo—. ¿Entendiste?

El otro hombre asintió, no parpadeaba, su cara no tenía ninguna expresión, era frío como un iceberg.

—Pues vete... —el cara de sapo, vio a Francisco y disimuló—. ¿Qué miras sin tiempo? —dijo dirigiéndose a Francisco.

Francisco siguió caminando y miró atrás. Había algo raro entre esos dos, pero no era de su incumbencia. «¿Dónde carajos está Camila?», pensaba Francisco, la necesitaba si quería salir de allí. No importa si después ella intentaba matarlo, ahora la prioridad era salir de esa prisión.

(...) Camila estaba sentada encima de una mesa en el comedor. Era una gran sala, limpia, todo de blanco. Las mesas eran largas y a los lados tenían bancos del mismo largo. Había en la sala pocas personas a parte de Camila; un hombre de larga barba negra, cabeza rapada y llena de cicatrices. Estaba sentado al lado de Camila, conversaban en voz baja, inaudible para los cercanos. En esa misma mesa, una mujer, que llevaba las mismas ropas que Francisco, un mono unicolor gris, con una “T” en el pecho. Estaba sentada sola, mirando a Camila y al hombre de la cabeza rapada, analizaba con ojo crítico sus movimientos.

The Glass Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora