Capítulo 12

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Alguien estaba arrastrando mi cuerpo por la arena y no fui capaz de oponer resistencia. Mis músculos gritaban, tensos por los tirones pero yo me había vuelto incapaz de pronunciar sonido alguno.

Me tiraron. La arena ardía calentada por el sol mañanero. La persona que me había estado arrastrando desapareció y me dejó ahí completamente a mi suerte.

Las olas rompían cerca y eran la melodía más dulce que había oído en días. Los minutos pasaron y nadie vino a por mi.

Relami la sequedad de mis labios y juntando todas las fuerzas que me quedaban me senté, sintiendo los granos de arena clavarse en mí piel malherida. El sol golpeaba de frente, eclipsando mi visión pero lo disfruto como un adicto en abstinencia.

A duras penas soy capaz de poner las manos sobre la arena y levantarme. La herida de mi espalda, con la carne que me falta está cubierta por una venda ensangrentada. Con paso tambaleante me acerco al mar. Quiero sentir mi hogar por última vez porque no se que acto bondadoso es este que Dylan está teniendo conmigo, no es un acto de libertad en el que me permite regresar al Pacifico. No, esto es una muestra de lo que va a quitarme, la oportunidad para un último disfrute antes del final.

Una vez erguido y con los pies enterrados en la arena húmeda, sintiendo el golpe suave y delicioso de las olas me permití dejar ir una sonrisa. Cuánto daría porque las cosas fuesen diferentes, cuánto daría por volver a estar en mi hogar, con mis tesoros y hermanos.

A pesar de todo, los amaba, a mis tres hermanos mayores. Sin importar que tan torpe y pequeño me sintiera a su alrededor. Siempre fueron mis tres pilares de admiración.

—¿Por qué esperaste? —susurre y gire un poco el rostro para así ver a un imponente Dylan en su armadura de oro cubriendo su pecho y brazos, extendiéndose por la longitud de sus piernas fornidas. Su casco caído a su lado y a su lado su fiel compañera, la lanza de Malkai, la lanza de la muerte forjada por sus nietos, deidades menores—. Podrías haberme tomado prisionero cuando llegue.

—Disfruto de la cacería, hermano. Me gusto lo que sentí cuando huías y todos te dejaban atrás.

Negué y me gire por completo, mí espada mirando al mar, con las ansias de sumergirme entre las olas.

—No somos tan poderosos como pensamos, Dylan —mi voz tembló, no más allá de un susurro de compasión—, somos títeres. De nuestro padre, de nuestros súbditos. De ella. Somos tontos títeres que se mueven a su antojó y nosotros, simples ilusos del poder, creemos en el falso control que no poseemos.

—Hablas desde la locura —Dylan levantó la lanza, poniéndola en posición.

—Hablo desde la verdad que tu te niegas a aceptar. Esto es más grande que nosotros. Te han controlado la mayor parte de tu vida y no te has percatado jamás —contuve la respiración, sintiendo el aire hinchando mi pecho—. Las estrellas ya están alineadas. Nuestro reinado ha acabado.

—Deja de recitar cosas absurdas, Kenn.

—Ninguno sobrevivirá a lo que estás comenzando. Alguien más gobernará los mares y océanos. Y no serás tú, Dylan.

Lo que digo no le gusta, lo noto en su expresión a pesar de la distancia. El viento es fuerte y ambas melenas, la mía más corta que la suya ahora, se mueven con el viento. Siento la brisa y respiro su aire salado con cariño.

—De todos, siempre has sido mi favorito, Kenn.

—Eso es bueno.

—No, hermano, no lo es —se ríe.

—Para mi serán palabras que atesorare eternamente.

El niego, como si fuese un simple idiota. —¿Cuáles serán tus últimas palabras?

Busco sus ojos, esos que son tan dorados como el sol y mantengo la vista ahí, clavada.

—Te amo, hermano.

Es un sonido rápido, fugaz el que hace, tan agudo que apenas lo escucho hasta que lo siento.

La lanza me atraviesa el pecho, me destroza y me arrastra metros hacia atrás hasta quedar clavado en el lugar exacto donde las olas se rompen, golpeando mi cuerpo.

—Qué desperdicio —escucho a la lejanía.

Palmeó mi pecho, la sangre brota sin control mientras más tiempo pasa más nublado todo se vuelve. No siento dolor, ya no. No sé qué gracia divina es la que ha intervenido en ese acto bondadoso. No lo sé pero agradezco el gesto.

A pesar de la sangre ahogándome disfruto de mis últimos momentos.

Sonrió al cielo, sintiendo como comienzo a ahogarme con mi sangre. Toso, escupo, trato de respirar pero es inútil. Me asfixio y siento mi corazón comenzar a latir a un ritmo menor. El mundo deja de ser tan brillante y ruidoso como me gusta. El agua pierde su brillo y escucho el ruido agudo de gritos de sirenas a la lejanía. Mi más hermosas creaciones se liberan de mi poder.

Una muerte a cambio de libertad.

Dylan se acerca, a pesar de mantener una distancia lo siento cerca de mis pies, mirándome. Percibí un atisbo de tristeza en sus iris.

Te amo, hermano.

Sonreí. Es lo último que hago cuando dejo atrás este mundo.

Hijos del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora