No iba a dejarse vencer.
Al menos no tan fácil.
Sentada en su trono,
veía a su hermano pelear,
sus bestias lo atacaban,
con sus garras y dientes.
Dylan esquivaba con pereza.
Esperando el momento justo.
Inna observaba todo,
su cabello blanco
y mirada feroz.
La Princesa del Atlántico se había enloquecido ante la noticia de la desaparición de su familia. No había rastro de las niñas, no había señales de Wylla. Todo por lo que había luchado tanto por proteger había fracasado y en su pecho, la maldición se liberaba junto a su perdición.
A las afueras de la capital, en la base de la cadena montañosa, un ejercicio descansaba, esperando la llegada de su líder. Los soldados reían con soberbia y algunos ya habían corrido a atacar la ciudad y saquear a los habitantes durante la penumbra de la noche.
Pasaron días, semanas incluso hasta que la figura de Dylan apareció en el campamento de su ejército que celebró con su llegada, ya ansiosos por clavar los colmillos.
—Es hora —fueron las palabras y su ejército se movilizó.
En plena oscuridad usurparon la ciudad matando y degollando a aquellos soldados enemigos.
Incapaz de dormir, Inna daba vueltas en la sala del trono, mirando hacía la inmensidad oscura que los ventanales les daban, sin percatarse del desastre que sucedía montaña abajo. Solo podía pensar en que no había señales de su esposa.
—¿Dónde te has metido, mi amor? —pasaba una mano por su barbilla, inquieta, sintiéndose incómoda en su propia piel.
Lo negaba, pero en el fondo sabía que su familia se había perdido en las corrientes de la vida y que la muerte ya la había alcanzado como la advertencia de Zucus había previsto.
Se dejó caer sobre su trono, sintiendo cómo se unía con el Atlántico y su gente se fortalecía. Con los ojos cerrados y una mano masajeando su cien. Trató de relajarse, con su pijama azul marino, largo hasta los pies y el cabello blanco suelto de forma salvaje. Se sentía devastada y cansada de la misma forma en la que Dalai se había sentido durante años y al fin pudo comprender por completo las emociones de su hermano mayor.
La sangre le llegó, flotando en el agua hasta rodearla, tensando sus músculos, clavó sus manos en los brazos del trono y miro la entrada.
En esta, Dylan sonreía pero había algo diferente. En sus ojos de oro, un vacío se notaba. Se sacó el casco de su armadura y lo dejó caer a sus pies, creando un eco estruendoso. La sangre manchaba todo su cuerpo, las puntas de su cabello escurría con esta sustancia roja.
Un vistazo rápido a su trono fue suficiente para ver el arco y flecha que descansaban cerca, siempre como una prevención pero jamás usados.
—¿Cómo te atreves a aparecer por aquí?
—Vengo a reclamar lo que es mío —dio un paso más hacia adelante hasta llegar al centro de la habitación.
—¿Tuyo? Discúlpame si estoy un poco desentendida, Dylan —masculló con irá y las aguas que rodeaban el palacio se agitaron—. Hazme el favor de aclararme, ¿Que es tuyo?
—Los cuatro océanos son míos por derecho —una mirada gélida y la sonrisa mordaz llena de colmillos le hizo saber que su hermano no andaba con rodeos.
Y ella sonrió de vuelta, cruzando sus piernas y dejando caer con cuidado su barbilla en la palma abierta. Con un dedo lo señaló de manera despectiva.
—Tu no tienes derecho a nada. Que gobiernes el Índico fue un acto misericordioso de nuestro padre.
—En eso te equivocas, hermana. No solo soy el rey del Índico —su sonrisa se fue ensanchando y la palabra del rey heló la sangre de Inna que trató de disimularlo, odiando que su hermano se proclamará de esa manera cuando eran simples príncipes—, ahora el Pacífico está bajo mi poder. Pronto el Atlántico y el Ártico también caerán en mis manos.
Sus ojos se abrieron y apretó la mandíbula, su inútil intento de simular parecer relajado fallo ante tales palabras. Si Dylan decía ser el señor del Pacífico eso solo podía significar una cosa.
El rostro sonriente de Kenn se le vino a la mente y un nudo se formó en su pecho, quitándole el aliento, con dificultad, alzó la mirada, conteniendo las lágrimas amargas de la pérdida.
—¿Qué le has hecho? —susurro en voz baja con un tono cuidadoso.
—Hice lo que tenía que hacer.
—¡Eres un maldito monstruo, Dylan! ¡Un enfermo de poder! —chillo con rabia levantándose del trono, las corrientes perdiendo el color y el sonido ensordecedor de las aguas girando y consumiendo todo alrededor del castillo. Incapaz de controlar la fuerza del océano, Inna se desató junto a su maldición—, era tu hermano menor ¡Y tu lo has matado!
—Y su muerte no me pesa para nada —Dylan clavó sus iris dorados en los violetas de su hermana mayor—, como tampoco me pesó la muerte de mis sobrinas.
Se quedó quieta. Todo el mundo de Inna se detuvo y sus piernas perdieron la fuerza para mantenerla, cayendo en el frío suelo del palacio. Las aguas parecían haber sido congeladas por el mismo Príncipe del Ártico. Le tomó un instante recuperarse, controlar el temblor de sus extremidades y las punzadas que azotaban sin tregua a su pobre corazón, las corrientes volvieron a su agitación.
Cuatro pares de manos jóvenes e invisibles hicieron una presión en su espalda, dándole la fuerza que era y con la que había cargado desde su nacimiento. Al fin de cuentas, Inna es la fuerza del agua.
—Debí matarte el día en el que la noticia del dolor de Dalai me llegó.
Con su elegancia se levantó.
Arco y flecha tomo,
apuntó y disparó,
pero la flecha no lo rozó.
Enfurecida murmuró.
—Tu que vienes a mí, buscando mi muerte. Que las aguas te arrastren. Que te maten.
Las aguas obedecieron sus órdenes, y en un remolino lo envolvieron. Fuertes tirones le daban pero Dylan no se movió de su lugar, sino que abrió los brazos, dando rienda suelta a lo que realmente había estado conteniendo.
El poder que la bruja le había dado, era mayor que el de su hermana.
Las aguas confundidas por ese gran poder a Inna atraparon. Rápidas y ligeras, la estrellaron contra una pared, justo donde uno de los cuernos de una bestia ancestral muerta descansaba. El hueso atravesó su pecho, en un golpe instantáneo, su vida menguó.
Estás aguas que siempre la había cuidado desde que dio su primer respiro, la mataron, la destrozaron. Sacando su cuerpo del cuerno, las aguas comenzaron a enroscarse alrededor de sus miembros y a tirar, desmembrando cada uno de sus músculos para el deleite del menor.
Con paso despreocupado, se acercó a los restos de su hermana. Sus ojos sin vida, abiertos de par en par le devolvieron la mirada.
—De está manera te ves más hermosa, Inna —sin cuidado de la tomo y con un poco de fuerza termino de romper lo que aún unía su cuello con el cuerpo. Un crujido aquí y otro por allá y la cabeza de Inna quedó inmaculada en una lanza—. Dos de tres, solo falta una para completar mi colección.
«—Un último hermano, y seremos felices, si lo matas todo esto será tuyo.»
Recordó lo que le había dicho la bruja antes de separar sus caminos mientras él se sentaba en el trono de su hermana y sentía como se unía al Atlántico y recibía el poder.
Recostando la cabeza en este, cerró los ojos y suspiró.
—Ya voy por ti, hermano mayor.
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Hijos del mar
Fantasy«Cuatro hermanos, sedientos de venganza, malditos por el agua. A por ti van.» Cuando la guerra en el océano se desata, las alianzas se forman y se deshacen tan rápido como la espuma. Los bandos cambian como las mareas y la luna guía sus elecciones. ...