Capítulo 14

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—¿Dónde están mis hijas? —no había sido más que un susurro pero la bondad de la mujer abandonó su cuerpo cuando la noticia le fue dicha.

Los hombros del esclavo estaban tensos, temiendo la reacción de la esposa de su princesa. Inna había decidido quedarse en el palacio ante la incertidumbres de un ataque a su capital y envío a Wylla con sus hijas, asegurando que eso sería lo mejor desconociendo por completo lo que realmente aguardaba en el santuario.

—Lo siento, su alteza. Recibimos un ataque y se las llevaron. No pudimos impedirlo —el joven bajó la cabeza, avergonzado por tal fracaso.

—Tenían un único trabajo y fallaron —la rabia de la madre era contenida en un tono de voz neutral. Levantó su dedo y señaló a la hilera de personas que se habían presentado—. Debían protegerlas, cuidarlas y si eso significaba entregar sus vidas para que estuvieran a salvo. ¡Tenían que hacerlo! —grito y el estruendoso choque de las olas contra las piedras le dio una fuerza a la declaración que aterró a los presentes— No sirvieron para la tarea que les fue dada y mi misericordia se ha acabado. Matenlos.

Fue una orden clara que Wylla le dio a sus propios soldados que la habían escoltado y sus hombres no dudaron en obedecer, llevando a cabo una masacre.

Ella puso sus manos tras su espalda, sujetándola a su vez que se giraba a ver las furiosas olas del mar.

Parecía que un temporal se acercaba a esas tierras.

El ruido de gritos, de los cortes y la sangre siendo derramada.

Acallo ese sonido y se concentró en pensar en quién se atrevería a tomar a sus hijas, sin importarle las lágrimas que caían y manchaban su vestido celeste de seda. Los trozos de telas se movían con el viento y revelaban la piel tierna de sus piernas. El cinturón en su cintura que marcaba bien su silueta y el cabello rojizo suelto la hacían ver como lo que alguna vez fue.

Observó su reflejo en el agua que iba y volvía sobre la arena. Su rostro le devolvió la mirada. La visión no duró mucho sino que mutó a un rostro similar y parecido. La bruja le sonrió victoriosa.

—Si quieres verlas de nuevo, ven a mi hermana —sus labios se movieron sin dejar escapar ningún susurro—. Sabes donde encontrarme, si con vida las quieres recuperar, sola vendrás.

Y sin más el reflejo se desvaneció, sabiendo lo que tenía que hacer, Wylla se sumergió en el agua, dejando atrás a sus guardias que mataban a los esclavos tal como había ordenado.

Fue ingresando en las aguas, dando pasos decididos y con la barbilla en alto. Si era necesario, entregaría su vida por sus niñas, sin querer imaginar el dolor que debían estar atravesando bajo las garras de la bruja.

Sabiendo que esa mujer era incapaz de sentir compasión, y con todo el dolor de su alma, se negaba a aceptarlo que sus hijas estuvieran siendo torturadas por el simple hecho de llevar su sangre y la de su esposa en sus venas.

Largo fue el trayecto que en completo silencio recorrió, buscando viejas corrientes que solo ella recordaba. Fue moviéndose, con la gracia de una manta raya hasta las profundidades del océano.

Las cuevas submarinas no eran inusuales pero era la trampa perfecta para las presas, sus pasillos laberínticos y oscuros.

Había una cueva en especial totalmente desconocida por los hermanos. Un lugar oscuro y húmedo que solo las gemelas conocían. En ese lugar de agua estancada y rocosidad, habían nacido y sobrevivido a sus primeros años de vida hasta que sus caminos se dividieron.

Ahí estaba Wylla, parada en la entrada, mirando la profundidad oscura. Agudizando el oído albergando falsas esperanzas de que algunas de sus hijas, quizás Ramsar, gritara pidiendo ayuda. Sabía muy bien que una vez que entrase no habría vuelta atrás. Dio un paso dudoso y se adentro en las profundidades de las cueva, ignorando los recuerdos que había bloqueado y que querían regresar, los sentía arañando las paredes mentales con los que los había enjaulado.

Hijos del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora