Capítulo 13

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No hubo un funeral.

No existió un entierro como tal.

El cuerpo de Kenn se hundió lentamente hasta caer en las garras de su padre.

Para aquellos curiosos aventureros que se preguntan ¿Qué hizo el dios después?

Con cuidado, el dios llevó a su hijo menor al Océano Austral, donde dejaría descansar su alma luego de tanto sufrimiento.

Se desconoce la ubicación exacta de las tumbas que más tarde crearía para sus hijos.

Algunos dicen que si navegas lo suficiente llegarás a un pequeño glaciar y allí, encontrarás la entrada a la tierra de los dioses que duermen eternamente, junto a sus hijos.

Cuando la discusión se desató, Inna arrastró a Wylla fuera de la habitación, ordenando a sus hombres ponerla a salvo, que la regresaran a los portales más cercanos al Atlántico, donde sus hijas aguardaban escondidas y protegidas su regreso.

Con total seguridad Inna se había quedado a enfrentar a su hermano menor, sin saber que había tomado la peor decisión al separarse de su esposa. Dejándola a merced de otros monstruos que rondaban alrededor.

Sus garras se habían incrustado en Dylan, los colmillos de él perforaban su pantorrilla, peleaban como animales. Como si ellos fuesen las verdaderas bestias y no las que se escondían en la oscuridad marina. Se enfrentan de manera agresiva contra el otro, usando solo sus manos para tratar de matarse, ni una daga ni lanza. Solo sus puños.

Con pesar, Dalai se había alejado, asegurándose que el mestizo hubiera logrado huir a salvo antes de girarse nuevamente a sus hermanos.

En ese instante, Dylan comprendió que aún no era lo suficientemente fuerte para enfrentarse a sus mayores. Le faltaba más, mucho más, y si los dioses lo bendicen pronto entre sus manos yacería la fuerza de sus hermanos.

Inna se arrastró lejos, con un suave siseo en dirección de su hermano menor, que le respondió con la misma intensidad. Luego, subió la vista hasta Dalai, que había intervenido como su salvador al ver qué Dylan casi le cortaba la garganta con sus dientes cuando se lanzó sobre ella por última vez. El mayor lo había apartado de milagro, dándole tiempo de recomponerse.

—Vete —le había dicho sin mirarla, desenfundando su espada.

El mayor había perdido casi todas sus ganas de vivir. Estaba cansado, agotado y con un fuerte dolor de cabeza, pero fue en ese momento en el que comprendió las palabras de la luna. Aún tenía familia viva, y mientras él viviera, no permitiría que su hermana fuese herida, así que se enfrentó a Dylan. Siendo el mayor de todos era mucho más fuerte. Dalai logró despojarlo y dejarlo vulnerable en el suelo.

El filo de su espada le tocó la barbilla, obligándolo a levantar la cabeza para que él pudiera admirar los rasguños que cortaban sus mejillas. Los ojos dorados del menor centelleaban de rabia y celos, sabiendo desde hacía tiempo que siempre sería inferior a Dalai, sin importar que la bruja le hubiera ayudado a ser más poderoso. No era suficiente. No aún. Soltó un gruñido cuando el filo le cortó un poco la piel, dejando que su sangre, ahora negra, bajará con lentitud por su garganta ensuciando su pecho lleno de cruces.

—Te has vendido —comprendió el mayor con decepción.

—Matame —lo reto Dylan, desafiando los límites de la paciencia de su hermano.

—Pareces no saber, Dylan, pero llevas muerto desde el día en el que le diste la bienvenida a esa bruja y despertaste tu maldición con anticipación —bajó su espalda y miró con compasión al menor. Luego desvío la mirada hacia donde Inna había estado y ahora había desaparecido, sabiendo que había huido—. Me compadezco de ti hermano, y espero que mi misericordia logré cambiar algo en tu interior. Aún estás a tiempo de redimirte.

Bajo por completo la espada y le dio la espalda al menor que soltó un último siseo de amenaza, tratando de disipar el sabor amargo de la derrota.

Uno de los soldados entró en la habitación, mirando de reojo a Dalai que se marchaba con una tranquilidad espeluznante. Espero con paciencia que el hombre estuviera lejos, que abandonara la isla para proseguir. Sin atreverse a mirar a surrey, que aún permanece en un charco de sangre.

—La bruja tiene a su hermano menor, su majestad. Va a matarlo si no interviene —esas palabras obligaron a Dylan a levantarse del suelo e ir tras su esposa antes de que cometiera otra insensatez como la que había realizado hacía una semana con las hijas de Inna.

Apretó el paso, listo para intervenir.

En el mar, Inna recorría las corrientes, huyendo del lugar, yendo detrás de su esposa que era sujetada por los soldados que la obligaban a avanzar. La pelirroja se negaba a irse sin su amor e imponía resistencia obligando a los hombres a tomarla por los brazos y arrastrarla mientras ella gritaba el nombre de su esposa.

—¡Por favor! ¡No puedo irme sin ella! —gritaba entre lágrimas, perdiendo la poca fuerza que su cuerpo mortal portaba.

Alguna vez, hacía tiempo, Wylla podría haber sido una de las criaturas más temidas del océano junto a su hermana pero a diferencia de su gemela, el corazón de la mujer era puro y bondadoso, y renunció a la inmortalidad cuando conoció a la Princesa del Atlántico. Alguien como Wylla no podía amar a alguien como Inna y aún así seguir siendo intocable, los dioses no lo permitirían. Es por eso que cuando Adis le ofreció tal trato ella lo aceptó y corrió a los brazos de su amada.

Esa Wylla hubiera hecho que la tierra se tragara a los soldados. La de ahora, solo era capaz de suplicar paciencia que era cruelmente ignorada por la lealtad que su gente sentía por Inna y sus órdenes, conociendo los castigos que se recibían por la desobediencia.

El portal estaba cerca y no había señales de Inna, solo causó que las garras del temor se clavaran con mayor profundidad en sus entrañas. No podía ser, tenía lo que hubiera pasado en esa habitación. Conocía a su esposa a la perfección, conocía su temperamento y sabía que esa mujer no se quedaría callada ni se dejaría derrotar por Dylan.

Ahora temía lo peor, conociendo a su hermana, la cuál había ignorado durante toda la reunión, algo había hecho con el muchacho, que probablemente acabaría con su amor.

Las lágrimas se mezclaron con lo salado del agua cuando por fin fue obligada a cruzar el portal.

Los hombres la soltaron y ella cayó de rodillas en el suelo marino, mirando fijamente ese punto de unión que comenzaba a perder fuerza, siendo cerrado por los magos de coral.

—Por favor, mí amor —suplico esperando, con migajas de esperanza a qué Inna cruzase.

Los minutos pasaron y cuando estaba a nada de cerrarse, su figura sangrante apareció. En ningún momento se permitió caer al suelo, y con una mano en sus costillas, Inna levantó la mirada, con una sonrisa de lado, estudió el rostro desconcertado de su esposa.

—Te dije que tenía razón —escupió sangré y Wylla corrió a ella para que pudiera usarla como apoyo. Juntas, caminaron hasta unas rocas.

—Pensé que te había perdido —masculló abrazando sus hombros con cuidado, sin querer agravar ninguna de sus heridas.

—Nunca te dejaría sola, mi amor —beso sus nudillos, disfrutando del tacto de su mujer.

—Ahora estamos nuevamente juntas, debemos regresar por nuestros retoños.

—Pronto, ellas están a salvo. Déjame ver tu bonito rostro —Inna tomó de las mejillas a Wylla y la atrajo a ella. Recorrió cada uno de sus rasgos delicados, asegurándose que no tuviera la más mínima herida—. Intacta.

Unió sus labios en un beso reconfortante sin saber que Ta'ra lloraba en las profundidades de una celda el nombre de sus madres.

Ambas desconocían que sus hijas llevaban una semana desaparecidas. Antes de marchar, Wylla había decidido esconderlas en un santuario cerca de las costas cálidas, donde estarían a salvo, protegidas por los esclavos que le habían jurado lealtad, sin saber que la bruja conocía de tal lugar y que había mandado a sus propios hombres tras sus sobrinas.

Las tropas aún no habían colisionado pero la sangre ya corría por el filo de sus garras.

La guerra apenas estaba comenzando.

Hijos del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora