—Inna, dile a Wylla que no se pasee desnuda por la habitación si estamos en medio de una conexión. No quiero ver a mi cuñada de esa forma y tener que robarla —jugueteó Kenn, su rostro distorsionado, bromeando y perdiendo el aire de seriedad que se había mantenido.
Un continente nos separaba y extrañaba al bromista de mi hermano.
Se escuchó la risa seca y sin gracia de Dalai, quién había escuchado atentamente mis sospechas pero que apenas había musitado algunas palabras en señal de aprobación durante las tres horas que llevábamos conectados.
El hechizo para comunicarnos había funcionado y me ponía en contacto con el frío Príncipe del Ártico para contarle las sospechas que me perseguían y rasguñaban.
—Dalai... —comencé a ver el rostro turbulento de mi hermano mayor.
Sus rasgos afilados, su cabello corto al ras del cráneo, blanco como los témpanos de hielo que sus aguas llenaban. Esa mirada profunda y vacía que alguna vez había albergado millones de risas y alegría.
Sólo una mirada que se podía volver cuando mis niñas corrían a sus brazos, con la apuesta siempre pendiente de ver quién recibiría más regalos de sus tíos.
—Deben tener cuidado —giro parcialmente a ver al reflejo de la izquierda, una versión más aniñada de él, más joven y juguetona pero con los ojos verdes musgo. Kenn parecía más interesado en lo que estuviera viendo o tratando de ver más que en la conversación que apenas estábamos manteniendo.
—Ya he comenzado la reorganización de mi ejército y despertado a las bestias dormidas del dios Kai —anuncie. Un asentimiento de parte de Dalai y una mirada confundida de Kenn fue la respuesta que obtuve, robándome un suspiro cansado. Pude sentir la risa divertida de Wylla, que salía desnuda de nuestro lecho.
—Me perdí —se dignó a hablar Kenn—. ¿Por qué hacemos todo esto?
—Hay instantes en los que sinceramente me preguntó cómo es que compartimos sangre —le dije a al idiota distraído. Una sonrisa ladina y ya habíamos vuelto a perder su atención.
Tomé una copa y me recosté contra el asiento. Moví el líquido rojo y vi mi reflejo en el cristal.
—Las estrellas se están alineando —murmure las palabras que uno de mis consejeros me había dicho en la mañana.
Una vez que las estrellas, cada una de ellas, estuviera perfectamente alineada al lado de la otra, una nueva era iniciaría. Donde los viejos dioses serían al fin olvidados y con ellos su descendencia.
Nuestro reinado se encontraba con su fecha límite, era cuestión de tiempo para que terminara y un solo rey o reina, como los profetas habían dicho, se alzaron triunfal para gobernar los cinco océanos y sus siete mares.
—Ya lo sé —concluyó y me sentí una ingenua al pensar que él no lo sabría, que no sospecharía lo que yo. En su lugar fue Kenn el que separó los labios para preguntar pero la comunicación se perdió tan rápido que ni a formular sus dudas llegó.
La relación que antes había tenido, por muy buena que hubiera sido entre los tres había ido menguando con el pasar de los años, seguíamos siendo unidos, eso sí, pero cada uno se mantenía en los límites de sus reinos y de ahí no partía.
No protesté, a pesar del malestar que su frialdad, jamás dirigida a mí, me había generado.
El hielo que había logrado transmitir se derritió con los besos candentes que Wylla me dio cuando entre nuestro lecho nos acurrucamos. Exhausta, así estaba últimamente, llevando mi fuerza y poder al límite, sobreponiendo mi bienestar en preparar a las bestias que en jaulas habíamos escondido hacía varias décadas atrás.
Las caricias que fueron dadas y entregadas dudaron hasta que el la luz de la superficie volvió a ser capaz de atravesar las aguas y llegar al palacio.
Creo que ahí fue cuando gran parte del mal se desató.
No lo sentí venir pero fue como si sus manos me sujetaran del cuello y me ahogaran en mi propia cama, al lado de la mujer que más amaba.
Pero no era él. Era otra cosa olvidada. Algo que había dejado pasar.
Mire mi entorno, desorientada, solo pudiendo distinguir la figura esquelética de una mujer cerca de la puerta, una sonrisa malévola que cubría su rostro, su contorno difuminado, como si solo fuese una ilusión.
La sombra oscura que me asfixiaba, susurraba palabras borradas de los registros que solo mi mente aún resguardaba. Podía sentir mi cuerpo debilitarse, sacudirme en la cama en busca de libertad pero lo que había sido un murmullo se volvieron gritos y torbellinos que sacudieron todo lo que en mis aposentos se encontraba.
Pronto los cuatro hermanos morirán.
Las maldiciones de los cuatro herederos.
Un día resurgirán.
Dormidas en sus pechos.
El orgullo.
La avaricia.
El rencor.
La envidia.
Todas ellas, a un hermano tocaran.
Todas ellas algo les robaran.
Sus cuellos tomarán.
El corazón les arrancará.
La fuerza.
Las risas.
El dolor.
El cansancio.
Las tibias manos de Wylla me sacan del tormentoso sueño que me ahogaba. Mi pecho subía y bajaba frenéticamente, la angustia y el miedo llenando cada espacio de mi mente.
Mi cabeza recostada en su regazo mientras que con sus dedos acicalaba mi melena, buscando devolverme la paz que me había sido robada.
—Dulce princesa, calma tu corazón, o el océano despertarás —susurraba al ritmo de una canción de cuna, cambiando la letra para disolver mí pesadilla.
Señales, no dejaba de recibirlas. Primero Dylan con inminente urgencia de adelantar la reunión, luego Zucus con sus advertencias, la presencia de la bruja en sueños y las maldiciones que recibimos al nacer.
La maldición y la bendición de la lealtad a tu sangre, será tu ruina, hija mía.
Habían sido las palabras susurradas por el océano cuando en mi juventud fui hacia ella en busca de respuestas. Madre solía ser una entidad durmiente y por eso solamente nuestro padre nos respondía o visitaba, pero en esa ocasión ella se presentó a pesar que su sueño mortal llevaba décadas de haber iniciado.
El Austral, el quinto océano, el cementerio de dioses y el inicio de todo.
—Mi amor, fue solo una pesadilla, calma debes traer a tu mente, déjame distraerte —susurro Wylla a mi oído.
Y aunque sus palabras no fueran del todo ciertas, que no había sido una simple pesadilla, decidí ceder, fingir que eso había sido, y refugiarme en sus brazos, con su voz cantante alivianando el lecho en el que quería desaparecer.
Tenía una familia que proteger, pero eso hoy podría esperar, necesitaba fingir que todo iba a salir bien.

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Hijos del mar
Fantasy«Cuatro hermanos, sedientos de venganza, malditos por el agua. A por ti van.» Cuando la guerra en el océano se desata, las alianzas se forman y se deshacen tan rápido como la espuma. Los bandos cambian como las mareas y la luna guía sus elecciones. ...