Capítulo 9

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Sentados cada uno en un trono de cristal que drena nuestra magia y deja al descubierto la verdad. Mire mis dedos de hielo, lo que había sido carne había cambiado en el momento en el que me senté y mi magia se enlazo. Orgullo.

La mesa frente nuestro mostraba varios planos, varios mapas del mundo terrenal como espiritual, mapas donde solo estaban nuestros reinos y uno de cada territorio en especial. No eran pergaminos de algas, sino el papel que los humanos usaban para crear sus propias guías, de esa forma este material sería incapaz de abandonar la isla. No era papel normal tampoco, un hechizo de protección impedía su salida y su autodestrucción una vez saliera de los límites del arrecife.

Suspiré y descanse la espalda totalmente en el trono, tamborileando los dedos en el brazo de cristal escuché a mis hermanos discutir.

Frente a mí estaba Inna, una mujer de agua furiosa que parecía ser una tormenta poderosa en su interior, esa era la apariencia que había tomado una vez sentada en el trono. Fuerza y furia en una sola persona. Rencor.

A mi izquierda Kenn estaba sentado con las piernas cruzadas, su cabello una cascada cristalina y su piel brilla como si fuese radiactiva y sus ojos verdes parecían ser de alga. Descansa su barbilla en su mano, mirando la discusión y solo interviniendo con comentarios sarcásticos. Avaricia.

De mi mano derecha se encuentra la irá, Dylan parece ser un hervidero de aguas oscuras, mientras todos estamos hechos de aguas limpias, él parece las aguas negras del fondo del océano, a esas a las que nadie ha explorado y donde la oscuridad lo domina todo, escondiendo entre sus fauces bestias infernales, tan letales que hasta los mismos dioses temen. Envidia.

Detrás de él hay una mujer. Es esquelética y repugnante, con un olor a muerte, que incluso yo que la ha sentido tantas veces, solo tengo ganas de retirar o arrancarle la cabeza para que desaparezca.

Si me dedico a verlo con cuidado, algo en Dylan puedo notar. Algo cambió. Ya no es el hermano que busca problemas sin parar para llamar la atención e ira de los demás. Parezco ser el único que nota como las cruces que aún en sus aguas resaltan sobre sus hombros y pechos han aumentado, parece que soy el único que nota la cicatriz sobre su corazón.

No me gusta nada lo que veo y mientras ellos discuten analizo a mi hermano.

Esa mano esquelética en su hombro, controlando. Levantó la vista y veo a la mujer mirarme. Fijamente. Le devuelvo la mirada, serio. Ella sonrió y su agarre en el hombro de Dylan se intensifica.

Las maldiciones cobrarán vida cuando la mujer de estrellas un corazón devoré, y en su vientre lleve a un engendro del mal. Con ese presagio los hermanos sufrirán del delirio y la fiebre previa al final. Un sabor amargo en el paladar y las maldiciones los acabarán.

Las viejas palabras de la diosa del tiempo me hicieron atragantarme, llamando la atención de todos. No podía ser. No podía ser. Las maldiciones habían comenzado y nadie lo había notado. El caos llegaría a los cinco océanos y nadie podría evitarlo, todo lo que siempre evite ya había comenzado y no había marcha atrás.

—¿Dalai, estás bien? —Kenn estiró su mano en mi dirección, con preocupación, sus ojos destellan de una forma impresionante y similar al jade.

El mestizo, que había permanecido al lado de mi trono, apoyó su pequeña palma en mi rodilla sin decir palabra. Sentía que estaba entrando en pánico. No. No podía ser posible. Había muchas cosas de las que aún no había sido capaz de hallar una solución. Aún no había solucionado la hambruna de mi pueblo, aún no había logrado evitar que los padres se deshagan de sus crías ante la escasez de refugio y comida, aún no había podido garantizar la prosperidad de mi gente, aún no le había propuesto a Inna la idea de que mi pueblo migrara a su reino.

—¿Se encuentran bien, cuñado? —la voz de esa mujer, venenosa como una serpiente de coral, sus ojos fijos en mí, una advertencia.

Me aclaré la garganta y mantuve silencio. Tenía que hablar con mis hermanos, en privado. Hice un gesto, tratando de calmar las aguas llenas de preocupación.

—Estoy bien —musité en voz baja y deje caer mi mano en el cabello del niño, masajeando suavemente como hacía siempre que ambos nos encontrábamos tensos.

—He estado pensando, hermanos míos —dijo Dylan, dando por finalizado lo que me había atormentado.

Era incapaz de disimular el horror que mi rostro demostraba y la palidez aún mayor a la normal pero me obligue a calmarme. Aún tenía tiempo para solucionar todas esas cosas.

—¿Por tu cuenta o con ayuda de esa bruja? —contestó con un chasquido de lengua Kenn, mirando de forma desconfiada a la mujer que solo sonrió, no había dicho ni una palabra desde que había entrado.

Wylla también miraba todo desde el silencio, en las piernas de mi hermana, quién la mantenía lo más cerca a ella de forma protectora.

—Por mi cuenta y con más frecuencia de los que lo haces tú —contraataco Dylan.

—Veo que me conoces mucho, hermano, tanto que sabes hasta con qué frecuencia pienso por mi cuenta —se burló.

—Sé muchas cosas, maldito desgraciado —sus manos golpearon la mesa de forma brusca, tomando a todos por sorpresa y callando a Kenn—. Pero no viene al caso, la verdadera razón que quería discutir con ustedes era sobre los territorios.

—¿Desde cuándo te interesa el Atlántico, hermanito? —exclamó secamente Inna desde su trono con desconfianza.

—Desde siempre, al igual que siempre me ha interesado el Pacifico y el Ártico. Es por eso que les voy a dar está reunión como una oportunidad.

—¿Oportunidad? —fue mi momento de interrumpir, tratando de olvidar el asunto de las maldiciones.

—Consideren esto como un acto de benevolencia por compartir sangre —la sonrisa cínica me tenso—. Sedan sus territorios en estos momentos si no desean que mi ejercicio, que ahora mismo marcha hacia sus ciudades con órdenes de atacar, destroce por completo sus hogares y a su gente.

Lo decía con tanta tranquilidad como si estuviera debatiendo sobre qué pescado almorzar.

Inna fue la primera en reaccionar y se levantó del trono, indignada, tirando a Wylla sin darse cuenta por el arrebato, la pobre mujer dio varios traspiés hasta poder colocarse tras la silla.

—¡Estás loco si crees que volveré a ceder territorio ante ti!

Grito a la vez que me expresaba con cansancio. —El ártico es tuyo.

Kenn ahogó un jadeo, no miraba a ningún lado, perdido en sus pensamientos y en sus aguas.

—¡Dalai! —chilló indignada Inna, mirándome como si estuviera loco.

—Lo siento —susurré y le hice una seña a Klaus—. Saca al niño de aquí.

—Siempre he sabido que eras el más sensato de todos, hermano mayor —dijo Dylan, pero su voz no parecía suya, sino una distorsión de la mujer. De la bruja.

Hijos del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora