Le había mentido. Lo último que haríamos sería divertirnos. Todo lo que había hecho hasta el momento era fingir, a pesar de que se me daba muy mal el disimulo.
En mi bolsillo izquierdo tenía la dirección del bar en donde tocaba el médico que me había diagnosticado mi condición. Allí nos dirigíamos.
Lis no sospechó nada en el camino, lo cual me extrañaba. Era extremadamente desconfiada, incluso de mí, y por buenas razones. Quizás me odiaría por el resto de mis días. No lo vería como una buena causa, ni mucho menos un acto inteligente.
Mientras nos acercábamos al centro de Stakewood, la mirada de Lissie cambiaba, sus movimientos eran cautelosos y cada vistazo que daba al lugar iba acompañado de un largo y silencioso análisis. Sin embargo, yo tenía un plan. No era muy elaborado, pero tampoco podía fallar simplemente.
Cuando doblamos una esquina que llevaba a la avenida principal del centro, me detuve en una parada de autobus y me senté en uno de los banquillos. Lis se sentó a mi lado y comenzó a mirarme, esperando una explicación. No podía fallar.
—¿Y bien?— le pregunté, fingiendo estar calmado a pesar del balanceo constante de mi pie. Ella me miró algo distraída.
—¿Y bien qué?— dijo, sonriendome ligeramente, como si estuviera a punto de decirme idiota. Me levanté del banquillo y abrí los brazos ampliamente de forma dramática
—¡El centro de Stakewood! Donde todo puede pasar y nadie quiere volver. Hogar de los niños y sus berrinches, o de padres con billeteras sollozantes al ver todo tipo de lujos—. Mis palabras iban acompañadas de movimientos ridículos, pero era todo parte del despiste.
—¿Por qué hablas como un anciano?— comentó Lis mientras contenía su risa y se aferraba a su pulover. Proseguí.
—Pero claro que todo este alboroto es por el simple hecho de los tormentos que acechan a los humanos, ¿verdad?
—Ajá— contestó mientras reía.
—Pues nosotros no lo somos. No. Ya no más. Hoy, el centro de Stakewood es nuestra presa, y no nos iremos hasta estar satisfechos—. Acabé mi discurso improvisado con una reverencia teatral y volví a sentarme sin decir más.
—¿Qué fue eso?
—Eso… fue una breve introducción de lo que vamos a hacer. ¿Estás lista?
—No, no. Sigo sin tener una pista de lo que quieres que hagamos— comentó luego de acomodarse el cabello.
—Tres simples pasos, mi querida Elizabeth: entrar, robar, salir.
—Eso sí suena divertido. Pero dime, ¿qué sucede si nos ven?— preguntó con un gesto digno de un sabelotodo. Yo le sonreí, me levanté, le tendí mi mano y dije:
—Esa es la parte divertida…—. Tiré con fuerza de su mano y la atraje hacia mí. Le mostré los colmillos que, dolorosamente, habían acabado de crecer, y sonreí al decir: —Demostramos lo que somos, vampiresa.
La sonrisa pícara en su rostró me indicó que el plan la había encantado y no podía esperar para llevarlo a cabo. Yo, por otro lado, estaba algo asustado y aún inseguro de lo que podría pasar, pero era necesario tomar riesgos. La distracción debía ser efectuosa para darme algo de tiempo.
Comenzamos a caminar por la avenida Groomson tomados de la mano, como cualquier otra pareja haría. Todo aquel que estaba a nuestra vista llevaba ropa abrigada, se veían cómodos. Algunos nos miraban y probablemente comentaban lo dementes que estábamos por estar desabrigados en un día tan frío, porque al parecer lo era. Lis tiritaba del frío pero no comentaba nada, así que decidí que nuestro primer objetivo sería una tienda de ropa.
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Colmillos
Vampire¿Cómo te darías cuenta de que, lentamente, te conviertes en algo que nunca creíste posible? ¿Cómo reaccionarías ante las verdades más descabelladas del mundo, donde los cuentos se hacen realidad?