NOTA: Debido a las vacaciones (inmensamente largas) dejé de priorizar mi tiempo a mis historias. Me veía con falta de inspiración y por lo tanto no escribí demasiado. Disculpas a quienes seguían la historia, ¡pero los voy a recompensar con algo de emoción en los próximos capítulos!
Al día siguiente, cuando todo ya parecía ser un nuevo comienzo para mi expediente médico que iría a parar a un manicomio, intenté ser normal acerca del asunto. Mis padres se enteraron por la mañana de que Lis se quedaría por unos días, o quizás sólo ese día. Mi madre se contentó, mi padre no aportó otra cosa más que una corta felicitación y, por supuesto, Camy ya sabía todo.
A pesar de la maníaca idea de ser un vampiro, lo cual aún no tenía sentido para mí, estaba pasando uno de los mejores días de mi vida. Si todo era verdad, sería invencible para cualquier simple humano. Al menos eso creía, y a ello me aferraba para estar feliz. Quizás el sólo hecho de que nada pudiera herirme era una especie de droga que hacía que toda la realidad fuera de colores vívidos. Puede que ese sentimiento era, en efecto, la felicidad.
Cuando los momentos incómodos de sonrisas discretas, miradas cautelosas y risas camufladas de mi madre cesaron, pude sentirme algo más tranquilo y conversar con Lissie. De las pocas veces que ella había estado en mi casa, todas fueron incómodamente silenciosas. Ahora, sin embargo, teníamos demasiado de qué hablar.
Sobrecalenté cada neurona de mi cerebro pensando en el tal Bertson, en Seth, en el hecho de ser un vampiro, en Lissie, en todo lo que sucedía alrededor mío. Mi vida era oficialmente un columpio incesante pero, aún estando consiente de eso, comenzaba a gustarme.
En el almuerzo todo se volvió incómodamente silencioso, como de costumbre. Mi madre pausaba cada movimiento para dar un vistazo a Lis, luego a mí, esperar a que la vea, sonreír y luego repetir los pasos. Mi padre se volteaba para ver la televisión, la cual estaba de espaldas a él. Recordaba las miles de veces que ambos discutían por la locación de la pantalla, sabiendo que no había otro lugar posible para colocarla.
Camy, por otro lado, hablaba con su rapidez regular de todos los días. Comentaba sobre sus clases de danzas, sus planes para el día, sus quejas sobre mí, quejas sobre mis padres y quejas sobre su ropa. Lo único que se escuchaba en la sala era la voz chillona suya, la televisión y el sonido de los cubiertos. Yo me concentraba en soportar las náuseas, cosa que con el tiempo fue algo más simple.
—Deberías regañar a Colby de vez en cuando, Lis— dijo mi madre, interrumpiendo la ruidosa armonía de la casa.
—¡Mamá, yo estaba hablando!— gritó Camy.
—Oh, por favor, siempre estas hablando— bromeó. —¿Sabías que el nutricionista le ha diagnosticado como anoréxico?— siguió, ahora acercándose a Lis.
—Sarah…— reprochó mi padre en voz baja. Ella le respondió con una sacudida de mano, sin girarse hacia el.
—¿En serio?— preguntó Lis, volteándose hacia mí y fingiendo seriedad en su voz mientras me sonreía.
—Sí…— contesté, sin ganas. Las nauseas me estaban destrozando. —Pero el nutricionista también me invitó al concierto de su banda el sábado pasado, así que dudo que sea uno muy serio.
—La anorexia es un tema serio, Colby— rezongó mi madre.
—Lo que sea. ¿Podemos irnos ya?— dije con frustración, conteniendo las arcadas. Mi padre asintió con la cabeza, mi madre no se opuso. Camy seguía protestando, mientras todo sucedía, pero nadie parecía oírla. El momento difícil ya había pasado.
Lo excepcional acerca de mi familia era el hecho de que, sin importar el alboroto, unos simples gestos acababan una conversación. Quizás no culminaba la totalidad del conflicto, pero era refrescante saber que habría siempre un botón de escape.
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Colmillos
Vampiro¿Cómo te darías cuenta de que, lentamente, te conviertes en algo que nunca creíste posible? ¿Cómo reaccionarías ante las verdades más descabelladas del mundo, donde los cuentos se hacen realidad?