Capítulo V: Robo

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Quizás fue algo muy precipitado. Con tan sólo una llamada y una promesa, ya estaba borrando de mi agenda el “no hacer absolutamente nada”. No me abrumaba tanto, pero aún así era un cambio repentino.

Jacob solía ser algo entusiasta, pero con el tiempo se convirtió en algo mucho peor. Su energía era la antagónica característica a mis depresiones o decaídas, lo cual nos hacía inseparables. Todo cambió luego de Lissie.

Recuerdo haberlo visto unas cuántas veces luego de semanas de desaparición. Mientras salía con Lissie, no podía evitar olvidarme del mundo. Jacob, quizás, estaba enfadado conmigo o algo similar a ello, pero nunca lo mencionó. Por supuesto que, debido a las circunstancias, lo pillé algo extraño varias veces y eso llevó a que me explicara que no le agradaba para nada mi situación con ella. Todo aquello levó a argumentaciones e insultos inútiles que nos guiaron hacia un desliz de amistad.

Pero Jacob no era de esos tipos que guardaban el resentimiento con ellos para luego ensartártelos en el rostro tiempo después. Estaba seguro de que podía contar con el para cualquier cosa, al igual que el sabía que podía contar conmigo.

La conversación por teléfono comenzó con los típicos insultos amigables, las preguntas sutiles y los inevitables “oh, que mal” o “ya volverá”. Eso, entre otras cosas, siempre fue lo que hizo las amistades entre hombres algo maravilloso. Nunca había detalles ni consuelos sobrecargados de sentimientos, sino simples palabrotas como “que bruja” o “la perra está loca”. Al menos yo no conocía otro tipo de amistades que se compararan con eso.

Sin embargo, Lissie era la razón por la cual decidí llamar a Jacob. No era cien porciento verdad, pero le mencioné que tenía ganas de salir de mi burbuja gris de soledad y romper con la rutina desolada. El accedió a cualquier tipo de cosa. Si le hubiera dicho que debía entregar su alma al diablo, lo haría. Bien, me sentía terrible al respecto porque siempre me había idolatrado a pesar de que él era el tipo popular y todas esas clases de cosas, pero tenía que comenzar por las cosas desesperadas si quería volver con Lissie.

“Para eso están los amigos, ¿verdad?”, había dicho Jacob por teléfono. Era completamente verdad. No tenía que preocuparme por engañarlo a la ligera.

Luego de unos cinco tediosos días de escuela, llegó el día. Mi plan era simple, arriesgado e incluso infantil, pero también lo era Lissie.

Aquel viernes en la noche, Jacob llegó a casa con sus característicos golpes rítmicos en la puerta. Mi padre, como siempre, estaba entusiasmado por hablar con el sobre beisbol. Por supuesto que eso no iba a suceder.

—¡Eh, mira quien apareció!— gritó mi padre al verlo entrar.

—Buenas noches, George. ¿Qué tal todo por aquí?

—Ah, lo de siempre… drama melancólico— bromeó mi padre. A mi no me causó gracia en absoluto. Jacob rió incómodamente y luego preguntó:

—¿Colby está…?

—Arriba, sí. Sarah está arriba con Camy.

—Genial. Un placer volver a verlo, señor Dunst.

—¡Igualmente, Jacob!

Detestaba que mi padre se llevara tan bien con el, pero era mejor que tener que oírlo hablar sobre beisbol todas las noches.

Al oír los pasos por las escaleras, me aparté del pasillo para que no supiera que estaba oyendo todo. Volví a mi escritorio y pretendí estar distraído mientras escuchaba música. Jacob tocó la puerta y entró.

—¡¿Qué tal, Dunst?!

—Jacob— me levanté y le di un abrazo. Siempre me habían intimidado sus diez centímetros de más, pero con el tiempo logré acostumbrarme.

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